Cuando se desencadene una tormenta en tu interior, baja de las ramas de los árboles y busca la seguridad del tronco. Tus raíces comienzan en tu abdomen, ligeramente por debajo del ombligo, en el punto de energía que en la medicina china se conoce como tan tien. Concentra toda tu atención en esa parte del vientre y respira profundamente. No pienses en nada y estarás a salvo mientras se desencadena la tormenta de emociones. Practica este ejercicio cada día durante cinco minutos y al cabo de tres semanas podrás dominar tus emociones con éxito cuando éstas se desaten.

– Thich Nhat Hanh –

Se desperezó con los primeros rayos de luz a los que la persiana entreabierta permitía entrar. Como cada inicio de día escaneó mentalmente su cuerpo en busca de una pieza en mal lugar. Seguía entera y ningún mosquito se había cebado en ella. Bien. Las siguientes veinticuatro horas se las prometían felices. La alegría del tordo. «¡Ah no! Eso es el mal del tordo, la cara flaca y el culo gordo.»

Pasó a analizar la parte interna y, como a cada despertar, no sintió nada. Era una carcasa vacía, un autómata desconectado, un ordenador cargando el sistema operativo. Una leve punzada en el vientre le recordó un ataque de diarrea explosiva fruto de un superávit emocional sostenidamente reprimido en las últimas semanas. «Ah sí, sigo viva… mierda». Alzó la vista y pensó en la palabra «persiana»… «persiana»… ¿Sería que aquello venía de Persia? Tendría todo el sentido del mundo, pues en Persia había mucho sol. «Vaya gilipollez. Como primer pensamiento, digamos que es más bien pobre».

Se levantó dispuesta a no hacer nada. Un café. Se sentó en el sofá con la taza humeante en la mano y diluyó la mirada en el horizonte. El mar de fondo recuperaba una imagen difuminada, primer impacto emocional. Navegó hacia el mundo de las hadas con manos frías y los cuentos que escribía para ella. Seguían siendo refugio la imaginación y la fantasía aunadas en aquella burbuja secreta elevándose hacia el cielo. Lejos de todo, cerca de nada. Allí estaba su mundo, anclado en el éter, divagando a golpe de soplido, en la copa de un árbol, en la bondad canina, en la ilusión de un nuevo amanecer.

Ahí estaba la comparsa de la melancolía firmando la obra. ¿Quién actuaría hoy? El cielo está enladrillado de nubes grises, ¿Quién lo desenladrillará? El desenladrillador que lo desenladrille, buen desenladrillador será.

De pronto vio a un ser diminuto postrado en su balcón. La saludó con la mano y ella le devolvió el saludo entre incredulidad y temor.

«¿Qué coño es eso?»

El ser diminuto se invitó a entrar.

«Hola chiquitaja, soy un gnomo y me llamo David. Vengo de tu infancia, habito una dimensión paralela a la que puedes acceder porque te mantienes pura de corazón. Tu mirada se expande, las cosas no son lo que parecen, ¿verdad?»

Rió con gracia y ella rió con él. Entró un enano acompañado de un hada. Se les sumó un limón con cara de mono cuyas bromas rozaban la indecencia mientras se echaba una mano alegando un prurito insoportable en el bajo vientre. El frenesí carmesí porque sí. Pronto su salón fue un desfile de enanos, gigantes, habichuelas mágicas salidas del caparazón de una tortuga. Un disco, un mundo. Un dragón dorado sopló con todas sus fuerzas mientras surcaba el viento socavando los algodones grises.

El desenladrillador finalmente, llegó. Ella sonrió, no era su mundo, pero sí el de él. Un nuevo horizonte donde el cielo y el mar convergen, aire y agua.