«Me ha costado diez años conquistar lo que hoy me parece inapreciable: un corazón sin amargura. Y como tantas veces ocurre, una vez superada la amargura, la he encerrado en uno o dos libros. Así, siempre seré juzgado por esta amargura que ya no es nada para mí. Pero es justo. Es el precio que hay que pagar.»
– Albert Camus –
No me dedico a la física y por lo tanto hablar en detalle sobre el entrelazamiento cuántico me parecería petulante por mi parte. Tampoco tengo el verbo fluido en el día de hoy. El cerebro amanece con callosidades que impiden la salida de las palabras. Estas se presentan enquistadas en pequeñas bolsas que impiden su liberación así que lo voy a mantener simple y sin mucha floritura.
Una vez que dos partículas del mismo sistema han estado en contacto no podrán separarse jamás. Sentiremos la vibración de la otra partícula incluso a miles de kilómetros. La idea se me antoja poética y hermosa. Tú y yo formamos un sistema que en algún momento vibró al unísono y, a partir de aquí, todo fue magia y quedamos entrelazados por siempre jamás. De igual modo, nuestro ser está hecho de retales, de millones de partículas que conformaron una infinidad de otros sistemas. Todo está conectado y lo que hacemos en nuestro día a día afecta de manera indirecta a los demás.
Por ello me quiero cuidar de no sentir rechazo o rencor y quiero que mi huella en las personas sea de amor y de aceptación, no por ello de incondicionalidad. Creo que he llegado a un punto en el que soy capaz de comprender a casi todo el mundo porque me he visto yo misma en diversas situaciones, sintiendo un amplio abanico de emociones. He transitado por la ira, la vergüenza, la tristeza, la alegría. He sentido rechazo de mí misma y lo he proyectado al exterior. He faltado al respeto y traicionado a aquellos que una vez me dieron la mano, incluso la oportunidad de vivir un cuento de hadas. No era el momento.
He desprestigiado, subestimado, desagradecido, juzgado (¡Ah el juicio!) muestras de afecto y cariño. He dado un paso adelante y retrocedido de cuatro, he borrado huellas que han cicatrizado en mi corazón, he dibujado sueños que más tarde se rompieron. Puse mis esperanzas fuera de mi alcance y se me devolvieron ajadas porque no se puede esperar aquello que no depende de nosotros.
Y hoy… Hoy estoy aquí sentada contemplando el horizonte sin dolor, sin miedo, sin rencor únicamente sintiendo una enormidad que me sale del pecho sin razón aparente. Sólo deseo transmitir esta paz y este amor que emanan de mí. Ya no espero nada de nadie, las cosas deben cambiar hallando su origen en el motu proprio con la adquisición de la propia conciencia y derivado de la auto observación.
Lo que tenga que ser será. No necesito nada, no quiero nada, pero recibo con los brazos abiertos a todos aquellos que deseen compartir la armonía, el bienestar del ser en la salud, en la enfermedad, en el orgullo, en la humildad y en cualquier otro estado para el bien de la humanidad.
Quiero trenzar las hebras de la confianza, del respeto y de la admiración para que la bondad brille con renovados destellos de esperanza.
No importa cuánto se tarde, en este caso lo importante es llegar tan lejos como se pueda. Estamos todos rotos así que ¿Qué os voy a contar que no sepáis ya?
Buenos días Asceta 👌
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Buenas tardes casi noches Antonio!
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Hermoso escrito. Rezuma serenidad.
Salud y Luz.
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Muchas gracias! Un saludo!
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Inspirador texto. Me evoca ternura y a la vez fuerza. Saludos
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Muchas gracias Ceci! Me alegra que evoque emociones bonitas. Eso es lo único que vale. Un abrazo!
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Saludos
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El horizonte no juzga y comprende todo lo que hay a su alrededor. El Horizonte, además, es un programa de televisión y ayer versó sobre tiburones simpáticos que muerden mucho y bien.
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