Pintor, si pintas con amor: La historia del cuadro y la flor intacta.

«Yo voy a ti como va sorbido al mar ese río»
– Ramón Campoamor –

Le encargaron la titánica tarea de pintar un cuadro de ocho metros de ancho por cuatro de alto que plasmase la cruenta batalla entre dos bandos cualesquiera. Sería una representación desactualizada que pasaría a la historia como un clásico no por haber ocurrido realmente, sino por capturar la esencia de la historia del ser humano.

El pintor clavó inquisitivamente los ojos en los de su compañera de vida, antes conocida como esposa, y ella le devolvió una mirada sonriente haciéndole recordar que en algún punto del horizonte se topa uno con una guerra encarnizada. La paz existe porque se han librado cruzadas, luchas, contiendas, muchas de ellas innecesarias, otras absolutamente cruciales que demostraron hasta qué punto sobraban. Desenterraron los recuerdos de sus propias batallas conyugales con las que tropezaron en no pocas ocasiones. El sanguinario uno contra uno, un cuerpo a cuerpo, un mente a mente que frente a frente dejó paso al beso a beso. Las estacadas mellaron los egos de ambos y, agudez tras aguijón, habían desbrozado el sendero del amor convirtiéndolo en un hermoso camino sembrado de flores a cada uno de los lados.

Por cada una de las guerras libradas había brotado un capullo que, sin necesidad de hacer nada, había florecido en una explosión vivaz de colores y aromas. El viento y los pájaros esparcieron sus semillas y la flora se reprodujo dando vida a más campo. Campoamor lo llamaron «y es que, en este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira: todo es según el cristal con qué se mira».

Con estos cálidos recuerdos, el pintor se despidió de su esposa para vestirse de lobreguez abandonando todo resquicio de luz. Se hizo a un lado del camino, se volvió mineral frío, inerte. Se arrancó la dulzura como solía hacer cada vez que se sentía herido. Necesitaba separarse del sentir para poder sumergirse en su creación. Representó un vertedero de tripas donde destacaban manos huesudas implorando clemencia, cabezas desarticuladas puestas de perfil, rostros desencajados con los ojos en nieve, cuervos posados sobre las quijadas quebradas, algunos picoteando, otros solo observando.

Y en medio de la tempestad, decidó el pintor reproducir un capullo simbolizando la vida entre la muerte. La renovación tras el óbito tomó prestado el tiempo y sola floreció apoderándose de todas las miradas que sobre el cuadro se posaban. Cada pincelada le pertenecía y la guerra giró en torno a la hermosa flor adquiriendo un sentido más profundo.

El pintor regresó a su esposa. Ella lo estaba esperando con los brazos y el corazón abiertos en canal. Fue aquella una bella historia que dio a luz a un clásico del realismo pictórico «La flor» y a muchas historias más que esperaron su turno para ser contadas, pintadas, cantadas.

6 comentarios en “Pintor, si pintas con amor: La historia del cuadro y la flor intacta.

  1. Avatar de beauseant
    beauseant dice:

    ya sabes, la paz es una guerra sin declarar, una guerra brutal en la que según el bando el que estás vas aprendiendo a morir o a matar…. Me han gustado mucho las descripciones y el ritmo y el final, claro, ese final con un pequeño resquicio a la esperanza. Lástima que nunca aprendamos nada, ¿verdad?

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    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      Buenas! Pues «nunca aprendemos nada»… yo creo que sí, creo que con empeño y amor después de mucho sufrimiento llegamos a la conclusión que O bien aprendemos O esto llamado vida sigue y nosotros con ella incurrimos en los mismos errores. Pero claro, hay que haber llorado mucho para ponerse manos a la obra y prepararse para la guerra. Un saludo!

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