La ceremonia del cacao: La mujer que abrazaba a los transeúntes para entrenarse como lectora de auras.

El cacao… ¿Tenéis idea de las propiedades del cacao? Seguro que no porque de ser así, no quedaría grano alguno sobre la faz de la tierra. En cambio yo, que sí soy sabedora de cómo sabe y de lo que aporta, instauré en la república anarco-dictatorial de mi casa una ceremonia hebdomadaria que básicamente llevaba a cabo cuando me daba la gana y que venía a sumarse a la multitud de ritos que iban acrecentando un misticismo no pretendido, no obstante.

Los asiduos a estos lares saben que entre los cultos mencionados se cuentan las convulsiones a orillas del mediterráneo en conexión con la madre tierra, las meditaciones, mediaciones entre lo consciente y lo inconsciente, la escritura sin elección ni vuelta de hoja, las pociones mágicas fruto de lo que haya en la nevera, las lágrimas de cocodrilo como ensalzamiento de los males de vientre, las oraciones y los hechizos múltiples entre otros olvidados y, por ello, no tan asiduos ceremoniales.

Una vez por semana, esto era susceptible de ser cada día o una vez al mes, preparaba mis ceremonias del cacao personales. El cacao tiene el poder de abrir la sensitividad y crear un canal entre la tripa y los lagrimales así que, habiendo ya probado en varias ocasiones el cacao puro y sus efectos, compré colateralmente y de rebote un cacao desgrasado que era más ácido que amargo.

Presa de esa impaciencia tan característica del estreno de cualquier producto, especialmente si este debe llenar el frigorífico o la alacena, por lo general ambos enfermos de raquitismo, me abalancé a probar el cacao a pelo, sin leche y sin hostias. Mariconadas a parte, pasaré por alto, por vergüenza, la experiencia. Dicen que rectificar es de sabios así que al día siguiente, con menos impetuosidad y más templanza, vertí media taza de leche que calenté al modo en que solo los solteros sabemos hacerlo, esto es con el microondas y demasiado tiempo. Borboteó la leche desbordándose poniéndolo todo perdido y entre putos, flautas, sapos y culebras saliéndome por la hendidura de la faz tuve que limpiar con ajo y agua el desaguisado.

Habiéndola liado parda, clara en este caso, tomé el vaso y le añadí nada más y nada menos que tres cucharadas de cacao en polvo. No, no es como el cola-cao cuyos grumos, sorpresas al paladar, son agradables. Estas pelotitas eran bombas de una acidez insostenible. Relatando la preparación me siento como una persona que no tiene nada más interesante que contar. Será la realidad, mas este no es el objeto de mi cuento, sino lo que viene a continuación.

Orquesté la ceremonia con una música relajante de fondo como preludio de una meditación que debía llevarme al centro de mis entrañas. Me tomé el brebaje con agradecimiento a cada sorbo, un poco de hoponopono y ni un ápice de histrionismo.

A los veinte minutos de haber terminado, me invadió la extraña sensación corporal de estar flotando. Creo que hice una sobredosis de cacao. Cerré los ojos sosteniendo en la mano derecha una amatista y en la otra reposaba una turmalina ante las cuales la esterilla con la que mi corazón se protegía no permanecía inmune. No sé qué diantres ocurrió, pero de repente, sentí un nudo en la garganta y empezó de nuevo la hemorragia de pena y no exactamente.

Sentí que podía sentir y ¡Qué maravilloso era aquello! Sentí que, en efecto, quería un beso en la frente, algo puro proveniente de una energía que sabría reconocer con los ojos vendados. Así que se me ocurrió una locura muy propia de las brujas o de las cuerdas flojas.

Salí a la calle con los ojos cerrados y, cual mendiga, me puse un cartelito pidiendo un abrazo de cualquiera que tuviera a bien prestarse a la lectura de su aura. Así, podría sentir la energía de las personas sin estar obnubilada por su apariencia.

Pasé por muchos brazos. Supe que no era lesbiana porque, a pesar de que, sobre todo las mujeres accedían a abrazarme, me gustaba el contacto con sus cuerpos maternales, no sentía nada más allá de una agradable, en ciertos casos, sensación de calor y, en otros, una suerte de escalofrío. Aprendí a leer las energías.

El entrenamiento duró varios ciclos lunares. Con los ojos cerrados y sin mediar palabra aprendí a reconocer a Paquita, la que me proporcionó el número de La mujer misteriosa: Bruja, mística, tarotista, ermitaña, curiosa, estrambótica. La indefinición la definía. También me fue muy fácil reconocer a Luis, tenía una agradable presencia apaciguante. Me apapachaba con especial devoción aquel señor ciclista que un día me pidió que le cambiase la hora de su reloj digital nuevo, regalo de su hija. No recuerdo su nombre pero sí su olor y las manos nudosas y fuertes con las que me asía las escápulas.

Me convertí en algo así como una leyenda en vida viniendo a suplantar a la enigmática mujer misteriosa que un día me aleccionó con su silencio. A mi alrededor se reunían multitud de personas, cada día más curiosos acudían a la esquina donde me hallaba. «La loca» podía notar en la distancia sus olores, sus ritmos cardíacos, el ruido de sus respiraciones.

Hasta que un día, entre todos los estrépitos circundantes, sentí esa presencia tan y tan familiar. No le hizo falta abrazarme para que pudiera sentirlo, pero me posó un beso en la frente y yo le respondí con un beso en el pecho. Sé quien es, pero cada vez que nos cruzamos nos hacemos los nórdicos, de momento está bien así, todavía me queda un largo camino por desandar hasta poder entregar todo lo que tengo. Y, ¿Quién sabe? La vibración que va conmigo hoy quizás no sea la que se ajuste a mí mañana.

13 comentarios en “La ceremonia del cacao: La mujer que abrazaba a los transeúntes para entrenarse como lectora de auras.

  1. Avatar de Esther
    Esther dice:

    ¿Qué sería de nosotros los humanos sin la risa y el llanto? Esta noche, de vuelta en el autobús, me tuve que acordar y volver a reír del chocolate ceremonial que nos preparaste esta mañana; al subir al autobús, me fui como una bala a uno de los pocos asientos que estaban libres, cual fue mi sorpresa al descubrir que en el el centro del asiento alguien había dejado una montañita de cacao, jejeje En serio, no es broma y ¡claro!, en lugar de contrariarme, me ha hecho gracia. Después he tenido que saltar por encima de un tipo y hacer casi un bailecito de esos de barra para poder acceder a otro asiento libre al fondo del autobús pero la sonrisa no hay quien me la quitara. Al chocolate amargo aquí le llaman «Zartbitterschokolade» y lo curioso es que además del adjetivo «amargo», le pegan también el de «zart», suave, blando. Un placer leerte. Mil y un abrazos.

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    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      Ostras! ¿En serio había cacao en el asiento? Son estas cosas que dices…¿Por qué ahora? JA JA JA! Igual si no hubiera leído por la mañana el cuento, no habría siquiera reparado en la montañita de cacao. En fin. hubiese pagado gusto y ganas por verte hacer el pole dance ese en el bus entre las miradas atónitas de los rectos. Quiero verte zapatear como una loca… como me gusta el flamenco!
      Besos y abrazos estrellita, la moderna!

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  2. Avatar de JascNet
    JascNet dice:

    Ay, Montse. Y yo dándole al colacaco zero.
    Esta tarde me voy al súper, espero no encontrarme con esos ojos llenos de auras, y me compro el CACAO más puro que haya.
    Eso sí, después de tu narrativa experiencia, lo rebajaré un poquito.
    Si me sienta solo la mitad de bien que a ti, me pego tres voletíos sobre mi mar y me abrazo medio barrio. 😉
    Hasta tus experimentos alimenticios se saborean bellos en este refugio.
    Abrazo Cacaótico. 🤗😊👍🏻

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