Retal de una vida pasada: El asesinato de Conrad en un lugar de los Alpes.

En 1837, en algún lugar de los Alpes, en lo que un poco más tarde se convertiría una estación de esquí, me hallaba yo presa por una escolta de tres bestias analfabetas, unos zopencos de campeonato que me subieron a la cima de la montaña. Desde allí me obligaron a ver como despeñaban a Conrad, el que me tenía el corazón robado, un pelirrojo simpático al que le gustaba ir en bicicleta. Conrad era el cartero del pueblecito en el que habitábamos. No tengo ni la más remota idea de lo que hacíamos, de cómo era nuestra casa, de si compartíamos o no un hogar, solo se me permitió acceder al trozo de historia que me apresto a relatar. No sé lo que significa, ni la razón por la cual se me ha autorizado a acceder a este archivo de la memoria del alma, pero como nada es casual ni tampoco fortuito, guardo el recuerdo en esta cajita para que se me grabe en la memoria y rescatarlo cuando lo necesite.

Me apresaron, solo Dios sabe por qué y decidieron que la suerte de Conrad estaría echada si lo dejaban descender con su bicicleta por la montaña. De alguna manera les divertía saber si se iba a matar o no y tenerme en lo alto de aquella montaña obligada a mirar cómo soltaban a Conrad cuesta abajo les producía algún placentero tipo de excitación que no logro comprender. Con dos gañanes por banda, cada uno asíendome de las muñecas, mientras otro me mantenía la cabeza en dirección a Conrad, saboreaban cada una de mis afligidas plegarias mientras me desganitaba suplicandóles que lo soltaran. Sus babosas risotadas me dijeron: «Lo soltamos, preciosa, y tanto que lo soltamos». Y aquellas bocas de dientes y alientos putrefactos cacareaban emitiendo ponzoñosos ríos de saliva caústica.

No lloré pero imploré como si me fuera la vida en ello. No comprendía las razones para tal tortura. De algo se me acusó y la mejor manera de obligar a confesar era a través de la pérdida de lo que más amaba en esta vida. Aquel ser inocente, bueno y repleto de ternura que era Conrad.

Lo vi lanzarse montaña abajo tan divertido como un niño. Las ruedas sin apenas amortiguación evitaron facílmente las primeras piedras, mas a medida que iba descenciendo, las rocas fueron incrementando el volumen y en cantidad hasta hacerse imposible la tarea de sortearlas.

Desde mi posición vi cómo en algunos metros Conrad se estrellaría inevitablemente contra un peñasco pantagruélico inesquivable. Supe que moriría con dolor, con sufrimiento, con magulladuras de todo tipo. La tristeza que me invadió fue tan grande que la misericordia se transmutó en rabia. Una furia despertó al dragón dentro de mí y de mi garganta salió un alarido.

Mi cuerpo se resquebrajó y de entre los fragmentos apareció una luz dorada. Como una vasija, me quebré mientras el aullido y el estallido de luz hicieron desviar a Conrad la mirada. Sus ojos se encontraron con los míos y mientras él se estampaba contra la roca, yo me desintegré en luz y desaparecí.

No recuerdo nada más a parte de la maldad de aquellos hombres, de su macabro pasatiempos, de su apestoso aliento y del dolor y la pena que me afligieron.

2 comentarios en “Retal de una vida pasada: El asesinato de Conrad en un lugar de los Alpes.

  1. Avatar de Patricia
    Patricia dice:

    ¡La de cosas que habremos visto en otras vidas!.Crímenes,amor,pasión,secretos…el disco duro del alma lleva infinidad de datos que trasportamos de una vida a otra.
    Asomarse a una vida,desde otra,es una manera de liberarnos.Gracias por compartir Montse,un abrazote 💗

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    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      Hola Patricia! Sí… el objetivo es vivirlo todo, ¿no? Solo así se consigue una perpectiva 360 de las cosas. El problema es que no nos acordamos en esta encarnación… por eso tenemos la memoria akáshica. Todo esto es extremadamente interesante! Un abrazo para ti también!

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