Dicen que es Júpiter tonteando con cáncer y que, por eso, a todos los cangrejos se nos pone más dura, la coraza mientras que se nos enternecen y entristecen las carnes. Dos movimientos opuestos de suma cero que crean un vórtice que todo lo engulle. Una locura propia de aquellos que se ahogan en sus aguas internas. Nunca nos enseñaron a gestionar las emociones, somos un mundo de tullidos sentimentales y cuando sobreviene un maremoto de este calibre, nos vamos rápido a tomar viento.
El ermitaño volvió a su hogar habiéndose alejado de las aventuras para las que se creyó preparado. Por asomo se sintió vulnerado, el mundo continuaba siendo un lugar demasiado inhóspito y se reactivaban sus miedos ancestrales. Sacó nariz y morro, respiró el aire acuariano y con su celeridad costumbrista se dejó caer de nuevo en la comodidad de su soledad. A pesar de anhelar la compañía cual sediento en el desierto, prefirió la sequedad conocida. Seguía siendo un cobarde cobijado.
Lo que me repta por las tripas es un misterio enloqueciendo. A ratos es un desgarro brutal que proviene de un remordimiento atávico por haber sucumbido al renombrado reflujo gastro esofágico tan melindroso, conocido como miedo, que provoca una deyección líquida llamada diarrea mental, emocional o física.
Cuando sube la marea de la culpa el lobo aulla a la luna ciega de orgullo, no quisiera la señora humillarse en público. «Sobre todo manténgase oronda, bien llena, no titubee ni muestre fragilidad. Manténgase firme, fría aunque por dentro sus vísceras se asemejen a un incendio errante».
No hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista así que, más pronto que tarde, el arrepentimiento lunático riela sobre el mar en calma. El suave balanceo de las olas adquiere cinética hasta que, encabronado sin razón aparente, en ímpetu se trasviste y engulle la desazonada seguridad que sin mediar palabra habíase tornado en inquietud. De forma sutil aunque grotesca para los ojos avezados, se veía venir que la embarcación se iría a pique cuando picara el aguijón del escorpión.
Estamos ante una bifurcación cuyos senderos se entrecruzan en sus inicios. Convergen, se confunden, divergen y se perfilan. Creí tomar el del amor sin saber que conectaba con su opuesto, el miedo. Entonces me vi en sentido contrario a pesar de caminar hacia adelante. Me perdí y volví a rogar sin saber siquiera que oraba a la misma efigie a la que juré libertad y desapego. Es imposible y, sin embargo, doy fe de ello.
Ahora, suspendida de un hilo de luz trato de ganar de nuevo mi posición de equilibrio pero me siento como un arlequín funambulista entre el vacío fértil y la creencia certera aunque limitante. Dicen que confíe en el proceso, en el universo, en que lo que es para mí me encontrará y lo que no, a pesar de los ruegos, se alejará indefectiblemente.
Como promesa, una pulsera que me recuerde un juramento de cambio de patrones: juro que a partir de ahora dejaré de precipitar impulsivamente los cierres que no me pertenecen, dejaré de «hacer» cosas para alterar el devenir de los acontecimientos y cesaré de pensar que el esfuerzo lleva inevitablemente al éxito. Dejaré mis Gestalts abiertas, ese es mi cambio de patrón. Parece mentira pero es así, dejar que todo sea lo que tiene que ser naturalmente.
La ilusión del control es eso, un espejismo alentado por el ego. La salvaje que llevo dentro se desmelena poniendo punto final aunque duela. Y luego el duelo en el oráculo serbio pasa con quebradero de identidad: «No es tu trabajo querida, eso es labor del universo. Tú céntrate en ti y que la conciencia superior haga el resto.»
Jodida vulnerabilidad, cómo cuesta salir del caparazón, dejarse crujir, comunicar lo que duele, lo que da miedo, mostrarse, verse. En definitiva, necesitar un abrazo y no servir cualquiera.