Mi animal de poder: El dolce far niente de la araña. Tejedora de redes intangibles, divino femenino, intuición, conexión con lo sutil. Recibo sin necesidad de hacer.

Esto es el resultado de un ejercicio de visualización para hallar el animal de poder.

En otro momento se me presentaron el lobo y el águila cada uno a su debido tiempo porque debía integrar la energía de ambos. Primero, ser parte de la manada. Segundo, observar la realidad desde lo alto con visión panorámica y desapego.

Cerré los ojos y me sentí impelida hacia arriba.
«¿Qué animal me acompaña ahora?» Esperé la respuesta. Obviamente, la expectativa era distinta. Suponía que se me presentaría la imagen de algo más «glorioso» y menos repulsivo. Sin embargo, la imagen fue clara: La araña con sus ocho patas. ¿Una araña? ¿En serio? Me sentí completamente descuadrada por lo que volví a preguntar.
«¿Qué animal me acompaña ahora?» Volvió a dibujarse la silueta arácnida así que confié en que de ella tocaba aprender.

Encarné a la araña sin tener ni idea de sus hábitos de vida. ¿Cómo se comporta?¿Cómo vive?¿Cómo se relaciona? Confié en que lo que tuviera que serme revelado lo sería y, para mi sorpresa, así fue. Me aislé de los demás animales y me mantuve al margen del zoológico que se había creado. No interactué con nadie, me mantuve en mi lugar y en la búsqueda de un sitio donde empezar a tejer, vinieron otros animales a visitarme. Retrocedí, no deseaba establecer contacto. Ante la insistencia del otro, me puse en guardia. Yo no ataco por placer, sino para defenderme. Miré con descaro y agresividad. Contacto visual desafiante y el mensaje bien claro «No te acerques más o morirás». La energía emanada de mi cuerpo habló por mí. El otro se retiró y yo pude seguir explorando el territorio para ubicar mi guarida.

En un lugar recóndito, alejado de la jauría, me sentí lo suficientemente apartada del jaleo de la selva. Me instalé plácidamente y comprobé que, aún siendo parte del mismo ecosistema, mi único deber era el de tejer. Tejer una red invisible y esperar a que todo llegara a mí desde el dejar de utilizar la fuerza. Mi único trabajo es el de preparar una sólida red en el intangible moviendo los hilos imperceptibles de la consciencia.

Volví a captar el mensaje que en estos momentos es el que tengo que integrar: soy un canal de luz y soy consciencia experimentándose a sí misma. La abundancia está a mi alrededor y lo único que me impide el contacto con la misma son mis bloqueos y mis creencias limitantes. Soy la araña que no pone límites entre ella y el todo. Me dedico a tejer y a esperar que aquello que tenga que llegar a mí lo haga a su debido tiempo, el tiempo divino.

Comprendí que mi lado masculino debe rendirse y ponerse al servicio de la diosa que en mí albergo. La fuerza, la dirección, la determinación tejen la red y se retiran para ceder el paso a las fuerzas del universo. Yo, araña, espero en silencio. Observo sin juicio. Respiro sin prisa. Siento sin límite. Integro que el tiempo no existe, que estoy donde tengo que estar y que soy. Con eso basta. El universo me provee de aquello que necesito y me voy dando cuenta en cada inspiración y exhalación que todo está justo aquí y ahora.

Después del ejercicio busqué información sobre la araña y su simbología y quedé nuevamente perpleja de la sabiduría ancestral que habita en el inconsciente. La araña se asocia a la creación, a la paciencia, a la creatividad y a la conexión con lo femenino. Curiosamente, desde hace algunos meses, casi siete, vengo trabajando esta energía femenina que me habita y que he estado evitando, negando, reprimiendo durante los cuarenta años de mi existencia.

La araña es conocida por su labor de tejedora lo cual se relaciona con la creación, la creatividad y la capacidad de crear el destino propio, siendo este último punto una constante manifestación en mi vida. Soy la creadora de mi propia realidad sencillamente a través de los bloqueos que se van disipando. Me voy dando cuenta de que lo único que me separa de aquello que «quiero» es el ego, sus creencias y, precisamente, el deseo desde este personaje que se apropió de mi esencia. Manifestar desde la esencia transforma la realidad cuando es «por el bien mayor de la humanidad» y pasa por el bien mayor de mi propia consciencia.

No puedo plasmarlo en palabras porque pende de un sentir profundo de conexión con el todo. Soy parte del todo y eso se siente en el chakra corazón que, al desbloquearse, al dejarme sentir, al quitar la coraza de evitación del dolor, al permitir que la experiencia me penetre y yo sea la experiencia misma, automáticamente adquiero una frecuencia superior. Mi campo emocional crece porque experimento ese dolor, lo integro y aprendo a desapegarme de él. Lo dejo ir y con ese dejar ir, me desapego de la historia que me cuento, me desprendo de mí misma y solo queda la emoción que viene, dura 3 segundos y se va. No permanece en el cuerpo porque permito que me recorra y no la acompaño de palabras.

De la araña aprendo a ser paciente y perseverante. No hay objetivo al que dirigirse, todo llega a su debido tiempo. Integro la parte femenina que está en contacto con lo sutil, con la intuición, con la vibración de las cuerdas de la tela. Sé que está llegando lo que tiene que llegar porque mi tela vibra de una determinada manera. El viento, una presa, el vuelo de una mosca. Detecto cualquier cambio vibratorio porque estoy en el sentir, en el presente, en el aquí y en el ahora.

Al mismo tiempo también integro la parte «negativa», la otra cara de la moneda. Soy una depredadora potencialmente mortal cuando me siento amenazada. Aunque siento que esta parte la tenía ya muy asumida. No soy agresiva, soy defensiva.

Maravilloso animal el que me tocó asumir. La esencia misma de lo que llevo trabajando desde enero. Miro la incredulidad de algunos con disfrute y diversión. Respeto el adormecimiento general, no pretendo despertar a nadie, cada uno tiene sus ritmos pero eso no significa que no me divierta verme en ellos algunos años atrás. Estoy maravillada por el camino recorrido y deseosa de seguir explorando el intangible.