Bajo el influjo de la ciudad del delirio: De Alba a Zeta con hiperbolismo de colores. Una exageración constante.

«El amor es paciente, es bondadoso. Nunca envidia ni tampoco presume, no es orgulloso. No es indecente, no es egoísta ni interesado. No se molesta fácilmente. No suele grabar todos los errores. El amor no toma el placer en el mal, pero se alegra con la verdad. El amor siempre protege, siempre confía, siempre ilusiona y nunca jamás se vence. El amor nunca falla.»
– Gabriela Mistral – (Premio Nobel de Literatura en 1945)

Albacete me llama como a un tonto un lápiz. Necesito pasear por sus calles y perderme en su sombría luz. ¿Qué será lo que tiene esta ciudad tan enigmática?

-¡¿Albacete?! ¡¿Misteriosa?!, me dijo algún ignorante con entonación rocambolesca como queriendo magnificar mi cara de pescado frito.

-¡¡¡¡¡Síiiiiiiii!!!!! ¡¡¡Albaceteeeeeeee!!!, respondí histriónicamente, pues tal es mi naturaleza, con el máximo de pomposidad que estas dos palabras permiten.

Albacete es un hechizo, una irrealidad, una recreación fantasiosa que, con su melifluidad sibilina, a soto voce invita: «Veeeeen, veeen a mí». Es un capricho, como quien desea un viaje a las Maldivas, a mí me dio por Albacete. Nada tiene que ver con el magnetismo que desplegó Málaga donde tenía que ir sí o sí y, para ello, el Universo se puso a confabular con él mismo.

Estamos enterrados en Málaga. Desaparecimos en Albacete para tan sólo ser encontrados por nosotros mismos, sorprendidos por el haz de luz que nace de la tierra y renace del pasado.

Rumores, humores, ardores. Malditos roedores los de Hamelin que siguen la melodía que hubo de llevarlos al despeñadero, como los bichillos esos, los lemmings, a los que condujeron a consciencia hacia el suicidio en el documental de Walt Disney titulado «Wild Wilderness» (1958). Nosotros nos dirigimos hacia el secreto encerrado en el Alba virgen de nosotros, todavía. Es pureza, es un tesoro que aguarda en el fondo del abismo. Sé que necesito paciencia, lo sé. Las señales están, tengo sencillamente que esperar y confiar en que los regalos se desenvuelvan a sí mismos. Todo llegará, o no, pero será divertido aunque haya sido doloroso porque… (termina tú la frase, como en millones de ocasiones ya). Te guste o no, los astros se alinean y me gustaría saber el porqué, aunque sea más que obvio.

Ya estoy planeando el viaje del viejo, de la vieja mientras la vejiga se va llenando a base de tragos cerveceros.

-Óyeme y ven tú también, dame la mano y piérdete conmigo y en mí. ¿Qué más da? Si ya estamos muertos. Ven y no me hagas esperarte otra vida, date prisa, desnúdate de ti. Te espero al Alba, bajo las sábanas de un blanco inmaculado en un hotel cualquiera. Nada importa más que esto de aquí. Lo sé porque siento tu pulso dentro de mí.