Una vida en pausa: Esperar, esperar, nunca desesperar ni cejar porque quien la sigue la persigue,¿La consigue?. La importancia de los límites.

«El hombre nunca debe avergonzarse de reconocer que se ha equivocado»
-Alexander Pope-

Interesante experiencia es la de pacientar, pues resume la vida en esencia, o por lo menos en aquello que nos han contado que era la vida o, mejor aún, lo que quisimos creer de lo que nos habían contado. La experiencia indica que es otra cosa bien distinta del cuento donde el colorin colorado es el comienzo de la hostia que te han dado.

Eso de albergar una esperanza agazapada en la so(m)bra de la espera, es de necesidad mortal. ¿Esperanza de qué?

De que algo mejor está por venir, ¿O no es así como nos consolamos los inconformistas en la inexorable búsqueda de una irrealidad tan real que ni siquiera sabemos qué es? Siempre nos enredamos con mal(v)as hierbas, hierbajos malvados, nos dejamos encadilar con cantos de sirena, embaucar por ilusionistas de tres al cuarto, aprendices de pequeños apéndices de mago más propios de la exclamación «Oh My God» «Oh my dog», the dodgy-end en doggy style a horcajadas de nuestros salmos, lomos, deslomados de tanto caballero pesante y pedante.

«Lo mejor está a la vuelta de la esquina» murmulla el viento… «Lo mejor está por llegar» se lamenta el tiempo mientras observa que mi paciencia intempestiva es una tempestad de corta duración. Tan pronto llueve largo y tendido como se extiende en la extenuación de seis lágrimas suspensivas. Y entre el tiempo y el viento, arañamos kilómetros que nos alejan de la experiencia de vida. La mía se encuentra en la selva que respira entre el Amazonas y el Atlántico. También son seis gotas duras, secas y ásperas como las mías. No se vierten, se revierten en ira, rabia, odio y miedo. Torniquete de levedad a la inmoderación del demasiado.

Nos tienen en ascuas porque hemos desarrollado la habilidad de autoconvencernos de que ese tesoro está tras las puertas de un nuevo año, un comienzo que no deja de terminar. Cada inicio es un final que supura, cada final es un principio sin principios ni valores aunque valoremos el borrón de la cuenta vieja que no cesa de devolver la marea de un ajado corazón.

Órgano harapiento que se arrepiente de haberse dejado llevar por un peristaltismo exacerbado. El torzón de tripa del logos, pedos de legado terminado en mierda líquida y purulenta que rápida se arroja sin sonroja sobre la blanca porcelana del continente.

Las horas de espera dan para muchas cagadas.

Deja un comentario