La casa desvencijada: Con el miedo encalado y los jirones del tiempo empapelando las paredes.

En la postrera luz del atardecer de un brumoso domingo invernal, la voz cantante la llevó a explorar aquel caserón desvencijado que llevaba viendo día tras día en sus recurrentes y también ocurrentes paseos por el bosque.

«Dentro encontrarás lo que andas buscando», le susurró el viento.

Su árido y babilónico intelectualismo la había protegido toda la vida de aquel bombardeo espiritual imperante que parecía querer destronar a la ilustración. Asida a la lógica más enjuta, no había cejado en el empeño social de abrir sus tragaderas y comulgar con ruedas de molino. A ella no le embutirían semejantes ridiculeces sobre las leyes universales que de pronto parecían dar explicación a todos los males de la raza humana. Ella no sería la portavoz de la voluntad de los astros, ni la mensajera de un caprichoso fatalismo. El destino se decía escrito, pero ella sería la goma que dejaría nuevamente en blanco el folio emborronado.

El escepticismo recalcitrante de marcada tendencia visceral parecía impreso en el ADN de aquella chica con visos, visillos, de mujer. No obstante, le fue imposible desviar la mirada de la neblina con aromas de inquietud que había estado pintando las paredes de su morada. La seguridad que tanto la caracterizaba se había diluído hasta su casi desaparición y, donde antes el «no» se mantuvo en vanguardia sin permitir un resquicio de duda ante la remota posibilidad de hallarse en el sendero de un caprichoso destino, ahora la retaguardia de la incertidumbre pasó al primer plano.

La esfumación de la cerrazón la llevó a parar la oreja a los movimientos internos. Cómo, cuándo y por qué le estaba ocurriendo aquello, seguían siendo enigmas cuyo origen fechaba de tiempos ancestrales. Su suspicacia le murmuró que la obstinada certeza aventada no dejaba de ser parte de una falta de confianza en sí misma porque la reafirmación ante los ojos del mundo responde de la necesidad de estar segura sin realmente estarlo. ¿No era aquello semejante a lo que ocurría con la espiritualidad que a golpe de cañón parecía haberse labrado su tierra de cultivo?

Entró en el caserón abandonado haciendo caso al viento. La envolvía un halo de terror y a pesar de hacerse de vientre, hizo de tripas corazón y traspasó el astilloso umbral de la puerta. Los rancios jirones del tiempo empapelaban aquella estancia de raices sin besos y el sonido de sus pasos se estrellaban contra las paredes sin encontrar mueble alguno que lo frenara. El eco se apoderó del vacío y el miedo trenzó una soga alrededor de su garganta.

A pesar del frío, las gotas de sudor perlaron su frente y humedecieron su ropa. Divisó una silla desapercibida en el centro de la sala y se invitó a ocuparla. Calmose respirando profundamente sintonizando con esa voz cantante que la había llevado hasta allí…

«Dentro encontrarás lo que andas buscando».

Dentro no había nada más que polvo, vacío, esa silla sobre la que reposaba y una respiración entrecortada cada vez más profunda que la fue guiando hasta…

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