Desde mediados de octubre siento que un ser mágico viene a visitarme por las noches, a eso de la hora de las brujas y me tiene completamente hechizada en la quinta dimensión. Al principio no reparé en él puesto que los adultos no creemos en estas cosas, ya se sabe: «¿Magia? Perdona, déjame que me ría de ti» Y ahora digo «¡Ay, maldita ignorancia y estúpido velo el que me pusieron ante los ojos!»

A pesar de mi empecinamiento racionalista, lógico y cínico, notaba una presencia acogedora. Lo llamé intuición, pues me nacía en la raíz de la tripa y era como un calor que trepaba lentamente hasta el corazón. Ante semejante embelesamiento sensorial, presa de una furia costumbrista, hacía la vista gorda, los oídos sordos y de una embestida (no fuera caso que me dejara llevar por la dulzura del far niente y aquello acabara con mi ser conocido como «yo») a golpe de silbato y ritmo militar embutía mi mente con otros menesteres más importantes como lo son, por ejemplo pensar, trabajar, leer y toda una retahíla de insignificancias que me mantenían amarrada al incesante hacer hasta desfallecer. El torito bravo no desfallecía, ¡No señor!

Sin embargo, un día el silencio se adueñó de mí y el corazón me estalló de amor sentando su cátedra e imperando como el soberano que estaba destinado a ser. Entonces comprendí, no sé por qué medios aunque juraría que fueron muy poco ortodoxos, que mi obligación era precisamente dejar de producir y empezar a sentir la vida. Lo sabía desde tiempos inmemoriales, mas el neurótico compulsivo no lo es por casualidad, sino por causalidad y uno aprende desde muy pequeño a evitar contactar con el vacío, con el amor, con la ira, la tristeza, el sinsentido y las preguntas sin respuesta.

La cálida voz del mago me susurró: «¿Qué es para ti la magia?» Se abrió la caja de Pandora desatando una parranda de hilos de oro que conducían al mismo misterio que como especie sapiente tratábamos de acallar.

La magia es todo aquello que no podemos entender y que, sin embargo, comprendemos. La magia es la poesía de lo cotidiano donde la insignificancia se viste de grandeza, se desnudan las apariencias y los detalles se asientan como los agujeros negros que mueven galaxias.

La magia es la fe que mueve universos y que hace posible lo que la racionalidad cataloga de inviable. La magia es la prevalencia del arte de la inocencia, de la bondad, de la ternura, de la compasión y de la dulzura en detrimento de la picardía, la maldad, la frialdad, la culpabilidad y la amargura. El envoltorio acaba por cejar cuando el bombón en manos de un niño cae.

La magia es el universo con todos sus enigmas que nos murmura la respuesta correcta allanando el camino. Magia es que sin palabras comprendamos nuestro destino y transitemos por el sendero trazado a mano alzada y emborronado por el velo del olvido. La magia es lo fácil, lo que viene sin buscarse, lo que se hilvana sin embaste ni embuste.

Magia es la paz que nos rodea cuando hallamos la calma en nosotros y que, de repente, todo cobre sentido sin reflexión.

Magia eres tú, soy yo, magia es que tú seas yo y yo sea tú porque somos todo y no somos nada. Magia es que podamos vivir una vida terrenal siendo seres espirituales. Magia es que un día se cruce en tu camino alguien que tiene las respuestas adecuadas a las preguntas justas en ese momento. Magia es la escucha y la comprensión de otro ser. Magia es poder sentir una bocanada de aire fresco, un beso, un abrazo que sostiene, pertenecer sin ser de nadie.

Magia es que los anormales sean los normales, siendo esto un suceso para normales y nada paranormal. Para anormales queda como lo amoral, inmoral e inmortal.

Inmortal como lo es todo, como lo somos todos, como lo es la magia.

Y no es lo mismo ser magica que ser mágica.