Ese fondo de saco que hiede a psicopatía: La herencia de un linaje de oscuridad que llega a su fin. El campo mórfico en las constelaciones familiares.

No me quedó más remedio que aceptar mi destino. El camino se había estado desbrozando durante todo el año y tan solo restó mi luz y mi sombra, ambas ante el espejo. En aquel desafortunado castillo, en el medio de la nada, rodeada de bosque y arropada por el canto de los grillos y de las chicharras me di de bruces con lo inexpresable aunque conocido.

Tomé una profunda respiración y la misma mujer que me había estado provocando un rechazo y una desconexión sin parangón me ordenó que fuera su madre. Me puso las manos sobre los hombros, fundió su mirada con la mía y me programó:
-Tú serás la parte oscura de mi madre.

La fusilé sin saberlo. Cerré los ojos, inhalé tan profundamente como pude y dejé que su campo mórfico me corrompiera. Pocos segundos más tarde, icé los párpados y la encontré delante de mí. Yo era su madre y su padre, mi marido, estaba reposando todo el peso de su cuerpo sobre ella.

En aquel momento no sé lo que ocurrió. El demonio se llevó mi alma. Algo me poseyó y de lo más profundo de mis entrañas se alzó un sadismo reprimido por Dios sabe cuántos siglos. Por primera vez tenía la oportunidad de ser despiadada, tan desalmada e implacable como se me antojara y no perdí aquel tren. Me dejé anegar por la marea de crueldad que iba subiendo desde algún recodo escondido muy en el fondo de mi psique. No puedo expresar la facilidad con la que sintonicé con la brutalidad. Despiadada, inhumana y voraz aquella desalmada, que era yo misma, arramblaba con cualquier resquicio de bondad. Cuanto más alimentaba al monstruo, más ávido de tortura se volvía.

El martirio llegó a su fin y, de un chasquido, recuperé mis consciencia. ¿Qué cojones había sido aquello que salió de mí? Corrí a tocar tierra con la planta de mis pies. Caí de rodillas y con mis palmas buscando arraigo me eché a llorar desconsoladamente. «¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! Soy un puto monstruo, esto es lo que había tratado de ocultar durante tanto tiempo. Lo soy. Hay una parte de mí que disfruta infligiendo dolor y se recrea en el padecimiento ajeno. No soy yo, pero lo soy.»

Aquello que acababa de ocurrir también formaba parte de mí y me había sido otorgado en herencia desde la abuela Nieves, que yo supiera. Cada vez se mostraba con más evidencia y claridad. Sin forzar un trazo, las líneas del destino tomaban la delantera. Los raíles de la vida me llevaban solos. No había karma, sino una misión clara entre las misiones de mi existencia.

A medida que nos fuimos descubriendo, se fue desnudando y denodando un linaje tan poderoso como atormentado. Esta vez el azote y la fuerza de la presencia psicopática fue innegable. Todo cobró sentido, todos los personajes con los que me había ido topando a lo largo de mi vida… la respuesta siempre estuvo a la vuelta de la esquina, una esquina que no acababa de doblarse nunca.

Me miré en el espejo después de haber sentido un placer inconmensurable en torturarla, yo era ellas. Nieves, Francisca y finalmente yo. Preciosa princesa coronada de flores, adoleciendo de una podredumbre espiritual. En aquel momento más que nunca se hacía necesaria la intervención divina.

Mensaje del Bosque encantado
«Abrazo toda oportunidad que aparece en mi camino. Amo la magia y el misterio de la vida. Confío en mi corazón. Creo en el amor»

4 comentarios en “Ese fondo de saco que hiede a psicopatía: La herencia de un linaje de oscuridad que llega a su fin. El campo mórfico en las constelaciones familiares.

  1. Avatar de JascNet
    JascNet dice:

    Hola, Montse.

    Aunque leído en desorden, también mental, muy normal en mí, me alegro de volver a leerte.

    Todos somos un poco de nuestros ancestros y como dirás en tu siguiente entrada (puedo viajar en el tiempo, 😉 ), también nos alimentamos de lo bueno y de lo malo que dejaron.

    Siempre viene bien una mirada atrás para luego ver más nítido el futuro. Aunque en el presente nos guste complicarnos la vida.

    No dejes de escribir, amiga.

    Abrazo grande.

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