Bloqueos energéticos: ¿Cómo romper con la repetición de patrones? ¿Eres víctima, verdugo, salvador o todo a la vez?

Todavía me sorprende la claridad con la que se presentan los «Eureka» a la hora de desbloquear patrones y es que cuando te rindes, cuando aceptas, finalmente integras. «Lo que resistes persiste, lo que aceptas te transforma» (Jung). No hay mayor verdad que la afirmación anterior.

Todo estuvo siempre delante de mis ojos y cuán cierto es que no hay más ciego que el no quiere ver. A veces no he visto porque sencillamente estaba tan metida en el papel que estaba ocupando el mismísimo lugar del punto ciego. Cuando te crees que lo que estás viviendo es la realidad y tú eres tu emoción, ya no tienes la capacidad de salirte del rol e integrar el de observador. Víctima, verdugo, salvadora. Uno de los tres, siempre es uno de los tres y los tres al mismo tiempo. El problema o la solución pasa por ser consciente del momento en que la emoción te posee y desapegarte de ella para mantener el jucio sobre el acontecimiento.

Cada emoción se esconde tras un hilo de resistencia que tira de dentro y la vestimos de anécdota buscando el porqué del cómo. No importan los porqués, lo que es, es. Cuando el cerebro procesa, entiende, sabe lo que está pasando pero el cuerpo insiste en sentir ahogo, ansiedad, miedo. Insiste, quiere, persigue, lucha, corre desaforadamente tras su deseo. Ese afán que se genera en la boca del estómago y que se alimenta de la fantasía. Nada es real, es producto de la imaginación. Recreamos una vez tras otra aquella situación que nos traumatizó y hasta que no decidimos sostener la opresión respirándola, sintiéndola y viendo que no pasa absolutamente nada, ese trauma, ese bloqueo energético sigue asfixiando.

El cuerpo tiene memoria. En la fascia se retiene la información de aquello que no pudo ser procesado. La terapia manual corporal ayuda a que las emociones afloren y se disuelvan al procesarlas. Lo importante, crucial, vital, es dejar que fluyan sin intentar explicarlas. Son, están y punto. Se procesan cuando se hacen conscientes, cuando uno se atreve a meterse en el ojo del huracán y lo respira, lo grita, lo llora, lo experimenta y, finalmente, lo transmuta.

El transmutar no es más que eso, darse el permiso de vivirlo, de experimentar aquello que quedó bloqueado por miedo a la muerte. Desde el adulto se puede sostener. Desde el niño aparece la defensa que nos ha de proteger de sentirnos vulnerables y de ahí nacen los mejores cuentos de brujas.
El juicio es un arma que corre más rápido que la pólvora y evita sentir porque mientras disparo fuera, hago responsables a los demás en vez de mirarme dentro y ver qué partes de mí se reflejan en esa situación.
La agresividad del verdugo impide el dolor y por lo tanto impide que nada ni nadie nos traspase, lo cual es una falacia mental porque nos quedamos enganchados en ese punto y la rumiación está a la orden del día.

Y al vivir me doy cuenta de lo complicado que se vuelve lo sencillo porque nadie nos ha explicado que la solución pasa por no hacer nada y, sobre todo, por no pensar. No hay nada que hacer, solo sentarse a sentirse y respirar. Automáticamente se desbloquean por arte de magia miedos ancestrales que forman parte de nuestra sombra más oscura. Me siento vulnerable, como una niña pequeña que se quedó anclada en aquel momento evolutivo y, para protegerla, se erigieron murallas y fuertes alrededor. Lo que impide la flecha, impide el dolor cierto, y también el amor, la alegría y la experiencia.

Tenemos tanto miedo de ser y de sentir que vivimos una vida desabrida, por lo que pueda pasar. El secreto es que no pasa nunca nada, algún día morimos y todo lo que no hayamos permitido seguirá formando parte del inconsciente colectivo.

Yo vine a romperme varias veces a dejarme crujir, a morir y a transformarme. A romper con los patrones de mi linaje y a liberar a mis ancestros de los secretos, del dolor, de la enfermedad.
Y cuando yo sano, los sano a todos.

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