Cada mañana, al despertar, medito al menos una hora. No importa el tiempo que pase, sino los mensajes que recibo de mi inconsciente. Decreto la conexión con mi yo superior, con la sabiduría que se aloja en mi interior, con la conexión que hay dentro de mí, con esa certeza que reside en las tripas y cuyo flujo energético sube y baja y pende de algo mucho mayor que yo misma y se ancla a la tierra.
Reconozco ese estado de tranquilidad, de calma, de seguridad. Mi canal está limpio y abierto para recibir. Desde este estado me llegan imágenes, palabras, sensaciones. Cada uno de nosotros es un transistor que recibe y emite impulsos eléctricos. A veces nos abrimos a recibir, como ahora, y no me preocupo de emitir, solo abro el canal y acojo lo que va surgiendo. Me relajo físicamente, mentalmente y emocionalmente. Con el tiempo y la práctica, es más fácil entrar en el estado de «trance».
Estoy en trance cuando puedo ver mi personaje desde lo lejos. Veo mi máscara y no me identifico con nada. Sé que ese disfraz es una vaina que envuelve mi canal. En este estado puedo ver el canal de los otros. Estamos todos conectados de la misma manera al todo. Somos un hilo de luz que baja desde la fuente y desaparece en la tierra para ir a parar a la fuente misma, algo así como un rayo que se genera arriba y desaparece abajo. Somos un circuito cerrado de información que se retroalimenta. Cada canal está obstruido por las partes de la envoltura que se enganchan a la luz y le impiden el paso. Es cuando el ego se ciñe demasiado y nos identificamos con esa información. Esa adhesión nos impide ver desde la luz, desde la abundancia, desde el amor incondicional que somos.
Esa adherencia es lo que hemos venido a despegar del canal. Transmutar, arrancar, desobstruir. Ese atasco de la luz, de la energía, es lo que nos pone en reacción, en resistencia, en el papel de víctima, verdugo, salvador. No es real pero lo vivimos como tal.
Ahora sé que puedo amar desde la incondicionalidad porque soy capaz de ver mis atascos energéticos y, por lo tanto, desde esta parte de luz, hacer el trabajo de desapego de «esa» ficción mal llamada realidad. No soy la historia que me cuento, solo es parte del disfraz que llevo.
Desde aquí, no necesito que el prójimo sea como mi personaje necesita que sea. El otro es lo que es, puedo ver sus adherencias y su luminosidad y desde la aceptación de que «es lo que es» disfrutar de la presencia. La presencia del canal que lo llena todo.
Las palabras sobran. Son distracciones que nos alejan de lo realmente relevante: La esencia divina que habita en cada uno de nosotros. Desde este compartir no existe el apego, la necesidad, la carencia. Mirar a los ojos en silencio y sostener ese momento es compartirse desde la esencia. Ni todos están preparados para sustentar una mirada penetrante hasta el alma, ni todos son capaces de suscribir mis palabras.
De cualquier modo, todo es perfecto así como es.
Imagen: pixabay
Un comentario en “Visualización en meditación: Somos hilos de luz envueltos de una vaina energética. Nuestras adherencias egoicas nos impiden la conexión con el todo.”
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