Parece que llueve hacia arriba, en sentido contrario, como si las lágrimas quisieran reabsorberse. Deseo. Quiero. Necesito. Deseo no desear, necesito no necesitar lo cual es bastante irónico considerando la necesidad desde la ausencia de la misma. Así son las neuras, ridículas, ilógicas, profundamente pueriles.
La mía ha aparecido hoy aunque lleve cuarenta años conmigo. La he bautizado, la he visto y con la caída del telón de acero, se ha iluminado la habitación del pánico, ese recoveco plagado de recuerdos cerrado a cal y canto, cuidadosamente arrinconado en un lugar seguro para ser constantemente recordado como lugar que debe ser olvidado.
Este atardecer borrascoso atestigua del estado de mi ser. Pluvioso, tenuemente iluminado de una luz mortecina de color ocre como la de las tascas de antaño. La inapetencia lucha con el deseo de salir del bucle. No sé dejarme en paz, me recuerdo demasiado a todos los finales de verano en los que la luminosidad merma y poco a poco fenecen las ganas de vivir. Se impone el otoño, declina el sol y los rayos se tumban cada vez más temprano. Pronto estaremos imbuidos en la terrible penumbra invernal esperando la nueva espiral que ha de llevarnos a los mismos puntos desde esta nueva perspectiva.
Llueve como llora la desesperación. Se despeña el empeño vital. Cejan las fuerzas y se arrebata el rebatir. El ego se despoja de sí mismo. Ahora quedo desvestida de ese velludo que causa tiricia a contrapelo.
Estaba avisada, crecer duele. Romper con uno mismo es como arrancarse las entrañas. Esa incisión en la boca del estómago se abre en canal de arriba abajo y queda expuesto lo más vulnerable del ser, la esencia intocada e inalterable. La belleza interior de aquello que fuimos y seguimos siendo. Esa chispa divina envuelta de la coraza que protege la inocencia del ser. Ganas de devolver, eso es lo que siento. La náusea sartriana. Hacía tiempo que esta vieja conocida y yo no coincidíamos. Perlada de mierda llega la desgraciada.
Siento culpa cuando hiero, cuando reacciono, cuando alejo aquellos a los que amo. Siento un tremendo pesar cuando, como ahora, no sé qué hacer para enmendar y borrar los pasos en falso. Me digo que todo es lo que tiene que ser, que todo pasa tal y como tiene que pasar para que lo nuevo llegue y se libere lo viejo que ya no sirve. El universo me quita mi violín y, con los ojos empañados de lágrimas, no alcanzo a ver que, al mismo tiempo que quita, ofrece uno nuevo y mucho mejor que el anterior.
Ahora toca vivir el drama viéndolo como parte del personaje que se lamenta. Creo que finalmente puedo dejar ir esta parte de mí que todavía no había podido ver. Hoy es día de duelo, luna nueva en Virgo.