Ni siquiera sé cómo abordar esto, sencillamente escribo porque hace tiempo que no lo hago. No siento esa otrora imperiosa necesidad de transmitir para forjarme el personaje. Algo dentro de mí se ha calmado, quizás el saber que nada es real más allá de lo que quiero que lo sea.
Ya no soy la escritora frustrada ni la terapeuta negada ni tampoco la oveja negra, la bruja malvada, la diosa, la víctima, el verdugo, la salvadora o la salvada. ¿Qué soy? Nada, un saco de piel y huesos, una máquina de sentir que transmuta energía bajo cualquiera de sus formas que vino a descubrir que todo cuanto llamó realidad fue un mera identificación con aquello que le contaron. No hay tal cosa como la citada realidad.
Me parece una locura. Toda la vida persiguiendo al conejo blanco para llegar a una conclusión irracional y es que tal roedor es una invención colectiva. Asimismo, lo es la zanahoria que me mantuvo en movimiento conquistando hitos sin disfrutar de ellos. Lo único que existe es el aquí y el ahora, todo lo demás es fruto de la mente, de ideas, de fantasías que no están. Sí, viví atrapada en un momento que no era el presente sino que el presente se confundía con instantes del pasado desde el cual inferí un futuro.
Respiro y siento el aire cómo entra y sale. Eso es real porque es ahora y desde aquí, lo demás no existe. Me duele la tripa. Eso también es real y ese dolor me descubre que a mi prójimo también le duele. Le pongo una mano señalando el lugar en el que siento el dolor. A él también le duele ahí. Curiosamente respiramos y nos invade una sensación de bienestar. El dolor se disipa y caemos en un sueño ligero interrumpido por el bocinazo de un vehículo.
Nos abrazamos y me vuelve a conquistar la tranquilidad. El hambre irrumpe. Comemos lo que nos apetece. No permito que la consabida voz de mi consciencia interrumpa la paz y la armonía. Esa voz no existe, es mi otro polo queriendo infundir el miedo fruto de la identificación con la juventud y la delgadez. Me suda un pie. Estoy en felicidad y no permito ceder ese instante a nada ni nadie.
Confío en que vine a experimentar hasta el fondo cada una de las vertientes de este mundo. La lógica irracional, la espiritualidad pensada, la construcción del personaje que ahora es una cosa y lo defiende a muerte, ahora es otra y reniega de lo anterior para finalmente darse cuenta de que no soy nada y lo soy todo. Es una certeza. No hay forma ni prisión. La cárcel la construyo yo misma organizando, categorizando, nombrando, clasificando los datos y las experiencias de mi mundo. No existe el frío ni el calor, sino la percepción de la temperatura que cada cual interpreta como frío o calor.
Si algo tan medible como lo es la temperatura es subjetivo, ¿cómo no va a serlo todo lo demás? Todo es mente, aunque esto ya lo dijo Hermes trismegisto, existiera o no. No me creo nada de lo que me explican, la escuela es una pérdida de tiempo (algo que ya sabía aunque ahora no me cabe la menor duda) dirigida a separarnos del corazón y del cuerpo. La educación es una imposición dirigida a implantar el miedo. He vivido con un miedo heredado, prestado que ahora mismo le devuelvo al sistema. No me importa la soledad aunque adoro la buena compañía. En soledad uno está en contacto con lo que realmente es y a pesar de que el autoengaño (mental) haya regido durante la primera mitad de mi vida, el cuerpo sabe y en el fondo, muy en el fondo pulsa una verdad inefable.
Lo auténtico me golpea, lo impostado me deja completamente inerte.
No sé cómo, ni por qué y, sinceramente, me da absolutamente igual. Confío en que si lo siento es que existe. El origen y la explicación están de más. No somos capaces de asimilar la verdad absoluta, por eso vamos dando palos de ciego.
No soy, no tengo ni quiero tener. Yo soy el todo y la nada. Soy la construcción de algo más grande e incomprensible y adoro vivir, respirar, que duela mucho, que plazca mucho también. Cada instante es ahora, es hoy y es siempre y ya pasó.