Me hubiese gustado tanto: el uso del pluscuamperfecto del subjuntivo en la imposibilidad

Sabemos que el pluscuamperfecto del subjuntivo se utiliza para invocar al pasado, aquello que nunca ocurrió, ni ocurrirá. Las oportunidades las pintan calvas, pero si pasó una por tu lado y no la cogiste es porque no era el momento. El universo provee, pero uno solo elige cuando está preparado.

Me hubiese gustado que me hubieras ayudado a sostener nuestros pilares iniciales. No pudiste porque tú tienes tus cosas y yo las mías y ninguno de los dos estaba en disposición de ayudar al otro, ni siquiera a llevar esta relación hacia delante, solo atrás.

Me hubiera gustado ver lo que veo ahora. Ser consciente de lo que era y de aquella que soy y me hubiese gustado que hubieses puesto de tu parte toda tu humildad al servicio de esto nuestro y no la falsa sensación de carencia disfrazada de humildad que se transforma en orgullo y en sentencia de puertas para adentro.

Me hubiese gustado también que hubieses reconocido en serio que todos necesitamos a alguien a quien explicarles nuestras neuras. Me hubiese gustado un compañero de viaje, pero te bajaste en la parada del juicio final porque, no sé, supongo que no era prioridad acudir a una cita quincenal con alguien que te dijera «mira aquí, mira allá, a lo mejor ella es tan responsable como tú».

Me hubiese gustado que no me dejaras sola una vez por semana en un lugar que no sentía como mi hogar porque tenías que ayudar más a otros. Me hubiese gustado que a pesar de mi trabajo y de asumir que soy fuerte, me hubieras preguntado cómo me sentía y hubieras escuchado atentamente. Me hubiera gustado sentirme entendida y priorizada no cambiando el problema de nombre o lugar, sino dándole una solución para los dos. Tengo una sensación de fondo y es que todo lo que gira en torno a ti es siempre más importante que lo que hay dentro de ti. Como si tu sistema estuviera basado en los frágiles pilares de la dependencia. Me hubiese gustado que dependieras menos del entorno para poder hacer nuestra vida. Así, me hubiese gustado depender menos del entorno para poder hacer nuestra vida.

Me hubiese gustado ser capaz de ver lo que necesitaba, eso nos habría quizás ahorrado un tiempo valioso y muchas noches en blanco. Haber podido explicártelo sin ofenderte hubiera sido un alivio, pero también me hubiese gustado que no te hubieras ofendido con un soplido.

Me hubiese gustado reconocer que me sentía sola, que es un sentimiento que me ha acompañado toda la vida y que, por lo tanto, siempre he estado equivocada al creerme emocionalmente independiente. Nunca he elegido realmente.
De haberlo sabido no habría desatendido este sentimiento de soledad, este miedo a la soledad, a la muerte. Desde esta inconsciencia no se podía construir. Yo que me pensaba fuerte porque siempre «puedo con todo». En realidad es esta patada adelante, el no mirar o escuchar, el no permitirme ser vulnerable e indulgente conmigo misma, es mi sentencia de muerte.

Hacer, hacer y hacer, cuanto más mejor. Jamás, hasta ahora, me he parado a reconsiderar que necesito aprender a no hacer nada. Necesito aceptar y digerir que sí, que mis acciones son reacciones, que en realidad lo que me impulsa hacia los demás es la reacción. Y que te encontré por reacción aunque yo pensara que estaba preparada. Ni mucho menos. Ahora lo sé. Y ahora veo la necesidad de parar. Parar de hacer, parar de parchear y sí, confrontar de verdad, mirando mi abismo a los ojos.

Me hubiese gustado que trabajáramos en el mismo equipo y que tus palabras, al menos las más importantes, se hubieran hecho realidad. Me hubiera gustado tanto estar a tu lado en la toma de conciencia, pero me sentí sola. Me sentí ninguneada cuando estaba tomando conciencia de mis porquerías y cuando, al compartirlas, lo único que recibí fue reacción tuya. Tú seguías adherido a las tuyas y en plena negación porque entre los dos teníamos una visión muy inflexible y preconcebida del otro. No nos acompañamos nunca en el cambio. Por eso me fui, no podía seguir creciendo. Yo quise estar, pero de una manera equilibrada. Yo siempre quise estar, pero desde el equilibrio de roles.

Lo que más me gustó de ti, no es lo que quise cambiar, solo necesitaba un equilibrio pero ¿Cómo ponerlo en palabras si cada una de mis frases pasaba directamente por la tela de tu juicio? Imposible el diálogo.

Solo paro, solo espero, espero a que se haga la digestión que esta vez, como te dije, es muy diferente. Ahora sí que miro a la eternidad de la ausencia, ahora sí que veo mi abismo o parte de él, ahora le pongo palabras y cada noche, después del día, cierro los ojos y me hago amiga de esta soledad. La transito sin por ello tener que hacer nada. Solo la siento. La tristeza, la siento. El vacío, lo siento. La serenidad se abre paso, después. Y luego llega la calma, la tranquilidad y la confianza en que todo va a salir bien. No hace falta hacer nada, todo llegará, y lo que ahora duele, pasará, no sé cuando pero pasará. Cada día hay más aceptación y menor resistencia, más fe también. Más soledad, pero la dejo que me acaricie, no pasa nada. A veces parcheo con un libro, con un paseo, con una película, pero no quiero hacer nada para evitar que me cale hasta los huesos.

Está bien… está todo bien… es solo lo que a mí me hubiera gustado.

Fuera llueve, pero ya parará. Este año es mío, para mí, para curarme de todo, para sentir y pensar, para allanar el camino, para sentirme hermosa otra vez, buena, sincera, humilde, creativa y llena de esperanza. Porque soy un pingüino y ser así es lo que quiero.

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