Es extraño pero esta mañana he recibido uno de esos podcasts que solo mis amigas mujeres pueden mandar. 18 minutacos de audio que adoro porque son conversaciones en diferido y ello exhorta a la reflexión.
Me gusta.
Te lo digo a ti porque me lo digo a mí, en realidad es un automensaje que es más fácil decirte a ti porque para mí sigues estando cerca y la proyección, como bien sabemos a estas alturas, es un mecanismo natural del ser humano. «Hasta que no nos curemos de nuestros patrones familiares, elegiremos a las personas equivocadas y seguiremos estando en contacto con esta carencia y baja autoestima que nos caracteriza.» Con esto, no digo que hayas sido la persona equivocada. De hecho has sido la persona perfecta. Si no hubieras existido, no podría verme ahora. Te agradezco desde el fondo de mi corazón tu existencia. Ojalá, nos hubieramos conocido más tarde. Más pronto no, hubiese sido mucho peor. Ojalá, nos curemos de nosotros mismos y algún día podamos sentarnos o sentirnos juntos.
A lo mejor tú ya lo has superado, ni idea, yo seguro que todavía no. Me ha dicho esta amiga que, aun conociéndome desde hace décadas, todavía le sigo pareciendo un enigma. No la puedo reprender, represento un misterio hasta para mí misma, un saco de contradicciones, un volcán en erupción, un capricho andante y la persona más amorosa del mundo cuando los planetas se alinean. Toda la vida navegando por el sí pero no, por el quiero y no quiero al unísono y finalmente la cacofonía final diarrea fónica. Pido disculpas a todos aquellos que han sufrido mis accesos y excesos, mayormente de cólera. No espero el perdón, eso sería demasiado fácil y la responsabilidad recaería sobre el otro. No, la responsabilidad es mía, presento mis disculpas y ya se encargarán o no de perdonar. Hay cosas que son imperdonables, eso también lo sé.
Volviendo al podcast matutino, mi buena consejera me ha dicho que no comprendía que, con una familia tan normal como la mía, yo pudiese caer en la depresión y tener tantos problemas conmigo misma. ¿Normal? ¿Qué significa normal? No es importante cuán «normal» o «desviada» parezca la familia de origen, sino la experiencia que ese niño se lleva. Y mi familia de «normal» tiene poco. De de tan normal que es, se convierte en anormal. No hemos tenido conflictos abiertos, no, pero quizás son peores los que corroen en silencio las estructuras de una edificación. Los efectos aparecen a largo plazo y sin guardar relación con nada de lo que está pasando. Es peor la violencia psicológica que la física porque la segunda, aunque derivada de la primera, por lo menos deja una marca en el cuerpo. Esa materialización, la herida abierta, permite hacer consciente el problema.
Con esto no quiero decir que haya habido violencia. Aunque si lo pienso, sí. Ha existido la pasivo agresividad del mutismo, la manipulación sigilosa. Una exposición prolongada resulta mortal porque un niño se acostumbra a estas escenas y aunque te digas conscientemente «esto no está bien», tu subconsciente ya lo ha asumido como «lo normal». Y esta es otra cosa, el discurso moral consciente de la educación y lo que el subconsciente siente y busca (que suele ser todo lo contrario).
Recuerdo ir de aquí para allí sin llegar a echar raíces en ningún lugar, más o menos como ahora. Cada vez que parece que estoy arribando, me desdigo rápidamente porque me entra el miedo a que ese algo sea para siempre. ¡Cómo es la mente! Contrariamente, busco un «para siempre» porque sé que es lo que necesito, un lugar mío donde sentirme en seguridad, un rincón a lo que yo pueda llamar «hogar». Pero cuando lo tengo, tiendo a desestabilizarlo porque eso es lo que suelo hacer cuando me siento ahogada y la seguridad me aburre aunque la inseguridad no me guste. Vaya lío.
Por eso supongo que busco gente inestable, pero que parezca que quiere estabilidad. Gente problemática como yo. ¡Y yo que pensaba que no daba problemas! La paja en el ojo ajeno… cuánta sabiduría la del refranero.
Una inestabilidad como la mía es estructural. Perdona, te dije que te faltaba estructura vital, hoy (y solo hoy) veo que a mí también. ¿Cómo reconoce un cojo a otro cojo? ¡Cojeando! ¡Pues claro que sí! Por eso lo que vemos en los demás es lo que nosotros llevamos dentro. Esto del espejo cada vez se va haciendo más nítido. Hay que joderse.
Es un problema mío que, si bien intuía, no acababa de ver con la claridad del ahora.
Sumado a toda la retahíla que ya conocemos gracias a Claudio Naranjo, como un padre ausente y una madre fálica, la consecuencia resulta en una niña que necesita estabilidad y busca siempre la inestabilidad. Hoy va a ser un gran día. Uno de esos días en los que se integra una parte importante de uno mismo. Por eso, hasta que no me arregle yo, no podré elegir bien. Así, elijo no elegir porque lo volvería a hacer todo mal y esta vez, tiene que ser todo diferente. Todo.
Hasta que estos retales de mierda no se hagan conscientes, seguirán deambulando por el inconsciente y creando problemas. Siguiente etapa: ¿Dónde me anclo?