Conversaciones con el universo: eres yo, la estatua del pasado

Sabía que ayer iba a ser un día para no olvidar porque empezó con una ligera sensación estomacal de extrañeza. Raras son las veces que al despertar el cuerpo me transmite señal alguna. Ayer, en cambio, tenía las tripas revueltas y de festival. Algo se estaba gestando y no, no tenía el calibre de gas metano. Desde que volví a mi rutina de una comida al día y cero azúcar, todos los intestinos se han calmado.

En fin, no podía ser que a las 14 horas de la última ingesta, hubiese tanta revuelta. Estaba digiriendo otra cosa, una información importante que todavía se hallaba en mi subconsciente y que solo se hizo consciente cuando salí a pasear y tuve una de esas conversaciones con el universo. En serio, no me estoy volviendo loca.

Dije algo así como «muéstrame el camino porque estoy perdida. No entiendo por qué me cuesta tanto superar a esta persona. No significa olvidarla, sino superarla, trascenderla, dejarla ir completamente y seguir amándola desde otro punto, sin dolor.» Al cabo de un cuarto de hora, se puso a granizar y tuve que volver a casa a paso ligerito. «Mierda, vaya señal» Si hago interpretaciones fue algo así como «el camino a casa» o «vuelve a casa». Todo esto es puro inconsciente que ahora, con este ejercicio, cargo en la memoria caché y deja de estar caché.

Así que, con el rabo entre las piernas porque mi Woody Allen interior estaba haciendo cálculos sobre la probabilidad de que me cayera un pedrusco en la cabeza, volví más rápido que lenta. Me metí debajo de la ducha porque los efluvios sobacales le resultaron ofensivos a mi señora nariz tan aristócrata ella y me tumbé en la cama para una sesión de meditación sin límite de tiempo.

Después de una alcalinización de la sangre siguiendo los pasos del maestro Hof, me puse en silencio. A todo esto, las tripas no cesaban de gritar. No era hambre, sino un quejido caprichoso y molesto que desviaba la atención hacia ellas. Ayer se cumplían 21 días de los propósitos de año nuevo así que el cuerpo ya está acostumbrado a la comida diaria. Ya sabe él lo que toca a partir de ahora. No, no era hambre. Era otra cosa.

De repente y sin preaviso, aunque me había estado avisando todo el día, recibí una sensación de calor que me recorrió de arriba abajo: «No estoy preparada para dejarlo ir porque él es mi yo oscuro» Me puse a llorar. ¡Obviamente! «Él soy yo» y hasta que no esté dispuesta a dejar morir esa parte de mí que encontré en ti, hasta que no esté dispuesta a mi cambio, a mi evolución, a la trascendencia de esa parte de mí, hasta que no la digiera y la integre como esa sombra que ya no es sombra, seguiré buscando a personas que me la muestren. Seguiré y seguirás y todos seguiremos cayendo una y otra vez en el mismo patrón relacional. Y puede que sea tan obvio para algunos porque la literatura oriental y milenaria está llena de esto, pero coño, una cosa es leerlo y la otra es vivirlo. Lo viví, por fin lo viví.

Lloré porque por fin comprendí que, efectivamente, eres mi yo del pasado. Fuiste capaz de iluminar todo cuanto estaba dentro de mí que no comprendía o que no quería ver.

Mi síndrome de Peter Pan porque no quiero crecer y asumir responsabilidades y por lo tanto me hice consciente de mi irresponsabilidad vital. Por eso sigo yendo de aquí para allá, por eso no puedo plantar el campamento en ningún lugar y tiendo a desestabilizarlo todo, no puedo soportar la idea de crecer, me da miedo crecer y hacerme adulta. Y no, el hecho de tener ya una hipoteca y un trabajo estable no significa que se haya crecido, esas son las historias que nos explican para que, siendo todos niños, tomemos parte de este juego del monopoli. Crecer significa otra cosa, significa compromiso hacia el bienestar propio presente y futuro, respeto por lo que uno es de mente y de cuerpo, aprender a escuchar(se), confiar en la vida y en la propia intuición sin los ecos del ego, compromiso con la sanación de toda la historia que nos viene dada por las generaciones anteriores. Compromiso con el tiempo. Todo es temporal incluso este discurso, todo fluye pero existe la voluntad de trabajar sobre uno mismo, el compromiso con uno mismo sin que se vea alterado por el fluir del tiempo.

Gracias a ti se iluminó el camino a casa. Volver al hogar, a la matriz universal donde uno, habiendo hecho consciente este inconsciente colectivo, vuelve en plena consciencia.

Aquí tuve otra gran iluminación y es que mi propósito en la vida no era aprender a amar. Mi propósito es terminar con generaciones de mujeres maltratadoras, agresivas y violentas. Aquí se termina el sufrimiento, en mí se termina el sufrimiento. Lo hago consciente y pongo punto final a 8 generaciones (ocho entendido como el número infinito y no ocho el número) de mujeres duras como el acero, salvajes y ásperas como la lengua del gato, bruscas y sádicas porque están tan necesitadas de amor y comprensión que su única manera de pedirlo es exigiendo. La exigencia lo aleja y por lo tanto redobla el odio y aumenta la necesidad.
Ayer puse punto final a la necesidad y al rechazo de la necesidad que se columpia constantemente entre el sí pero no. La contradicción, los cambios de opinión, todo ello tan profundamente anclado que pasó a formar parte de mí hasta que me creí parte de esto. Pero no, no es mío, es de otros. Esta fue mi herencia, pero ya no la reconozco como propia, me es extraña. La acarreo desde que tengo uso de razón, fui erigida y criada en ella, mas ayer la devolví al lugar que le corresponde: se la entregué al universo. «Gracias, aprendí mucho, no sé cuántas mujeres pasaron por aquí con este peso que llevaron encima. Yo ya no lo quiero.»

Terminé con la dependencia de mi entorno. Me da tanto miedo estar sola que no puedo salir de este entorno familiar que me protege. Me da miedo el mundo porque pienso que no podré defenderme cuando alguien venga a vampirizarme. Me da miedo la muerte de mis padres porque son los únicos que me quieren a cambio de nada. Me da miedo la soledad porque siempre he pensado que la felicidad compartida es real y sabe mejor. Todo esto, tampoco es mío. Son ideas heredadas o fabricadas neuróticamente por mi ego. Y mi ego se conforma, también, de esta inconsciencia generacional. Todo está relacionado. Comparto mi felicidad con todos aquellos que se cruzan en mi camino. Es un trecho estrecho y breve, a lo mejor, pero es una forma de compartir. En la distancia, también es compartir. En la cercanía, sin apegos, por favor. A trabajar.

Hace falta más digestión, lo sé, uno no cambia del un día para otro y menos en cuanto a patrones de toda una vida que están ya enquistados. Poco a poco, como siempre, sin prisa pero sin pausa y con ayuda y mucho cuidado de no herir. Duele, joder que si duele porque uno se arranca la piel, es el de transformación un proceso doloroso pero cuánto amor quedó ahí cuando descubrí cómo me habías ayudado. No te puedes llegar a imaginar el profundo querer, los buenos deseos y la ola de calor que sentí al comprender que todo lo que representabas, todas mis acusaciones, eran una parte de mí que no estaba todavía dispuesta a tragar. Mi tripas estaban haciendo la digestión de tan importante bolo.

Aquí se termina esta historia de dolor, solo queda el amor y la conciencia de que habrán recaídas, pero esta vez serán aceptadas y comprendidas de otra manera.

Me puse a llorar más, algo se había remendado dentro de mí.
«Volviendo a casa»

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s