Las 4 leyes del espejo: «Espejito, espejito mágico, dime quién es la más hermosa del reino»

«Espejito, espejito mágico, dime quién es la más hermosa del reino». Adoro el narcisismo de la madrastra de Blancanieves, me hace reír porque las redes hoy en día funcionan como espejitos mágicos. Me gusta el oxímoron que resulta del «Sé tu propio juez y que nadie te diga lo que tienes que hacer… dale al like si te ha gustado». Este fast-food cerebral envasado al vacío y con fecha de caducidad recorre las redes en busca de aprobación externa. Nos estamos volviendo esquizofrénicos todos.

Walt Disney hizo mucha pupa en las mentes de nuestros antepasados y nosotros somos los últimos coletazos de las princesas Disney, pero a medida que va pasando el tiempo veo que el tipo no anduvo tan desencaminado. Es posible que esta lectura provenga de la necesidad onanista de mi mente enferma de búsqueda cuyo apuro por leer y referir fabrique resultados significativos, lógicos y comprensibles. ¿Serán ambas posibilidades?

El caso es que, puesto que no acababa de comprender eso del espejo porque a veces te proyectas, a veces se proyectan, he seguido buscando respuestas. La mente demente se sacude con frenetismo cada vez que evacúa. Ahí va, no puedo evitar el plagio, me gusta demasiado el imperativo por mi personalidad dominante: «correos ordinarios» con una coma que los separe. Abrid bien la boca.

Cuando uno habla de otro, en realidad, habla de sí mismo.
Cuando echa pestes de otro, habla de sí mismo.
Cuando gusta algo del prójimo, habla de sí mismo…
Viva la anáfora. Parece que estoy rezando… hablo de mí mismo y con nuestro espíritu

Al final, sí que todo gira en torno a nuestro ombligo por lo tanto es casi una broma decir «eres un egocéntrico» porque todos lo somos. Santa María de Dios, ruega por nosotros pecadores. La Iglesia lo tenía clarísimo, siempre hay manera de hacernos sentir culpables. Legado jodio-cristiano, me quemaré en la hoguera por ello.

Sea como fuere, esta mañana he llegado a estas 4 leyes que me han disipado la duda.

  1. Todo lo que nos molesta del otro es algo que nos molesta de nosotros mismos. Ya comentado «es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio».
  2. Por lógica, todo lo que nos dicen que les molesta de nosotros es algo de ellos. Es lo mismo que el anterior, pero con el referente cambiado.
  3. Si lo que le molesta al prójimo de nosotros (que, como hemos visto en el número 2 es SU proyección) nos calienta, entonces es porque esa acusación desvela una verdad reprimida que es nuestra.
  4. Todo lo que nos gusta en otra persona es en realidad algo nuestro que reconocemos fuera y que, por eso, nos gusta.

Entonces, los demás nos sirven de guía para ir puliéndonos y por eso dicen que las parejas y la familia son los mayores maestros que llegamos a tener en la vida.

De ello se deriva la siguiente pregunta: Entonces… ¿La gente trabajada no se enamora? ¿Por eso los grandes maestros son también grandes solitarios? O bien ¿Se llega a compartir desde la conciencia total y desde la libertad?

Este fue uno de los planteamientos iniciales cuando empecé a explicar mis lamentos en terapia y me dijo la terapeuta «ninguna persona que comienza un proceso de autoconocimiento termina en relación con la misma persona, a menos que la otra persona también tenga la voluntad de pasar por el mismo proceso de sanación».

Cuando uno ha trabajado todas sus mierdas, cuando las luces están encendidas a todos los niveles, cuando la sombra está aceptada y masticada, no debería existir nada que sublevase el alma.

La gente feliz no se enamora, al menos no como comprendermos el enamoramiento. ¿Estamos todos enfermos de apego?

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