Junto a la fuente, Mariana le esperó. Flores en primavera y un nuevo amanecer.

«Te esperaré en la Plaza de la Constitución a las 9 de la tarde, junto a la fuente, con los ojos cerrados y cuando llegues solo tienes que abrazarme y sabré que eres tú. Del mismo modo, cuando me veas sabrás que soy yo.»

No podía asegurar que lo vivido fuera real y estaba dispuesta a comprobarlo. No quería hacer esperar más al destino si es que aquel era el suyo. Desde que se conocieron, apareció instantáneamente una conexión y las extrañas coincidencias fueron en aumento. El desconocido nunca lo había sido realmente y a las pocas misivas, se habían vuelto insólitamente indispensables el uno para el otro.

Amenazaba con ser una Historia digna de vivirse con profundidad y ambos se abandonaron al dulce mecer del destino sin más preguntas que las que se reservaban para sus interminables correos.

Tuvieron que pasar semanas hasta que intercambiaran una simple conversación telefónica. Los escritos eran fuente de júbilo donde se compartían sensaciones diversas y se hablaba del todo y de la nada entre indirectas tan soeces como melosas. La acidez de ambos se tornaba en algodón de azúcar con una sola palabra en un juego interminable de tejemanejes literarios y aliterados.

La gran afinidad que ambos sentían se traducía en un fluir natural, se entendían bien y los pocos malentendidos que surgieron se disiparon rápidamente con pocos minutos de atención, pocas palabras de cuidado. Cada uno reparaba su interior por separado con el solo contacto entre los dos. Estaban creciendo sin darse cuenta a nivel personal, emocional y espiritual. Es por ello que mediaba una sensación explosiva de alegría en la presencia del otro y ambos sintieron elevarse el deseo de ser mejores personas.

Cuando uno de los dos se sentía triste, el otro ofrecía su apoyo. Desde la cercanía aunque a distancia, se formó un cúmulo de confianza y seguridad en aquel lugar fuera del mundo. Un planeta todavía por descubrirse en el que sucedían cosas mágicas y cuya vida se sentía en paz. Sus cuatro puntas se podían replegar sobre sí mismas y ser la envoltura protectora de una pureza celosa de sí misma. Los únicos dos habitantes de ese planeta lo protegían alimentándolo cada día sin que aquello supusiera un esfuerzo porque ambos lo hacían ya antes de conocerse.

Sus vidas no se habían alterado en lo más mínimo. Ambos seguían teniendo sus rutinas tranquilas, hacían aquello que solían tener por costumbre. Ninguno de los dos tenía una vida ajetreada, se limitaban a escribir, leer y trabajar. Se llenaban de mundos ajenos y con ello creaban el suyo propio al resguardo de los de fuera. No eran dados a socializar y mantenían su intimidad y sendos corazones encerrados a cal y canto.

Mariana había comprendido que la única manera de estar completa era liberando ese corazón aprisionado y limpiando las heridas a la luz del sol para que pudieran cicatrizar. De nada servía hacerlo en las cavernas donde la humedad no permitiría la sanación. Él no estaba preparado para la cura pues los muros que había erigido a su alrededor eran tan sólidos que penetrar la fortaleza resultaba una titánica demostración de fuerza bruta. Mariana se había jurado no volver a luchar. O pasaba o no pasaba, pero ella no lucharía más porque luchar era ir en contra de la naturaleza.

En algún momento desnudaron sus almas desvistiéndose también de los disfraces con las que las habían cubierto, cayeron las máscaras oscuras y los trajes de miedo frutos de un pasado remoto que ya no estaba de actualidad. Siempre quedarían marcas imborrables atestiguando de antiguas guerras. El trauma estremecedor no había abandonado los cuerpos.

En aquel planeta nada de aquello tenía sentido porque no existía la gravedad, ni la costumbre, ni la tradición. No había reglas físicas ni químicas. La historia, era la Historia que se iba tejiendo a medida que se hilvanaban los hilos del zurcido. Hilos de magia salidos del traje de la soledad que se iba deshilachando y reutilizando para crear aquel nuevo mundo en un universo desconocido.

Él la vio junto a la fuente. Se acercó con el corazón desbocado. Allí estaba, ella, por fin. Se acercó por detrás y … siguió caminando recto.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s