La muerte tocaba el violín, el apocalipsis las trompetas: un ridículo baile de difuntos con fundido a negro.

«Muchos son los llamados, pero muchos son también los sordos. Hay una pulsión de transformación cierta, pero pasa por encender la luz y ver en tu propia oscuridad»
– Claudio Naranjo –

La muerte tocaba el violín, el apocalipsis las trompetas mientras el cursor parpadeaba y los difuntos bailaban desarticuladamente. Roto el ritmo, se acabo la música, fundido a negro, fusión, fisión y explosión.

Sentí una leve punzada de ira que iba abriendo su paso eminente e inminentemente saldría a flote una furia cuyas consecuencias se presentaron imprevisibles. Hervía el ánimo de destrucción más IVA y hacia cualquiera se disparaba un «ven que te reinvento la cara, pedazo de mierda». Mi semblante se volvió anguloso, duro, áspero por el hambre y los ejercicios ascéticos de obligada imposición. De nada servían en ese momento las horas de meditación, la lógica, la mente cuando uno miente más que habla. Los ojos me brillaban con destellos de odio. El instinto sexual del asesino se desperezaba a sus anchas primero por un angosto y tímido pasaje, después se desataría el deseo de muerte. Sensaciones reencontradas cuyo eco repetía «reacción, ción, ción, ción» hasta salir por la ventana.

Un te quiero hendía su filo mientras un te echo de menos me amorataba el rostro. Otro más había separado mis muslos prietos y se había metido hasta el fondo de mi alma por el codiciado agujero negro del vacío existencial. Repetición. Se escribirían terribles cuentos sobre niñas heridas y muñecas de odio de la mano del mismo escritor que volvió espinosa la inocencia.

Se estrellaba el cielo a golpes de desilusión mientras los astros se partían la cara a hostias y el culo a carcajadas, a horcajadas de sus corceles de feria. El tiovivo de los muertos había cesado de girar. El mercado de las necesidades cerró su entrada al público de masas y colgó el cartel con «Derecho de admisión».

No me cupo la compasión ni siquiera para mí misma. El primer engaño es obra del otro, los siguientes vienen de la propia maestría. La cabra tira al monte y el cabrón se tira a cualquiera. Nada, no queda nada, ni el polvo desempolvado del niño que se siente culpable. Todo parecía una puta obra de teatro en la que fui voluntaria y voluntariosa, guionista, directora, compositora pues también tenía banda sonora… Ocho meses suspendida de la incertidumbre, no es verdad que el amor es incondicional, sino condicional compuesto de una soga que habría querido matar desde el principio del honor.

«Ilusa, ahora pon la otra mejilla, perdona y quiere sin querer. Dite que fue un accidente, un imprevisto, una putada del destino. Universo no me jodas más, cabronazo y llévate contigo al que no sabe si quiere cagar o mear y aguarda sentado sobre la taza viendo tu devaneo. El patrón se repitió durante una infinidad nada fina. Aprendí la lección, gracias. Ahora, por favor, que os den un rato a todos. Ciao ciao y hasta otro ratito.»

La gacela se estaba metamorfoseando en león hambriento, agresivo y perseguidor. Se me enardecieron los músculos, las palpitaciones fueron en aumento, los ojos se me tornaron en sangre y la vena que me partía la frente se hinchó: mala señal. Una exaltación del ánimo obligaba al despecho. Que las remilgadas, bondadosas y almas bonitas fueran otras que haberlas, las había y sobraban. Yo ahora volvía a ser el monstruo que siempre fui y que me salvó la vida desde lo oscuro y salvaje de mi alma. No había cambiado un ápice desde el despertar de la galaxia esa pulsión asesina. Bien, seguimos enteros mi ego y yo.

A pesar de la sombra de violencia que se cernía a mi paso, el prurito pasó rápido. Vomité una mugrienta masa deforme y fétida mientras me temblaban las aletas de la nariz. Con los ojos ardientes escupí una rabia famélica que me devoraba desde el interior. Me cepillé los dientes pensando que había que ser realmente cabeza hueca para huir de una persona que se había atrevido a llegar tan al fondo de uno mismo. Quizás nunca arañase ni siquiera la superficie y todo fuese un juego de palabras bonitas dispuestas para soñar. No habrá certeza ni respuesta más que la que yo me dé porque la tónica es la del bitter kas, amarga. Ve en paz, morenaza, que ya no eres una niña y para limpiar culos cagados ya están las demás. No esperes más ni le pidas persas a occidente. Querer es poder y la voluntad brilla por su ausencia.

Apagué la luz, me puse panza abajo y cerré los ojos. «Mañana será otro día, a la mierda. No vale la pena seguir pensando en las razones, es lo que hay y que cada uno apechugue con lo suyo.»

Dormí larga y tendida.

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