La fábrica de mierda: Un coworking con instalaciones de lujo. El trabajo de mi vida.

«Aquí vive un pensador»

Fue el mejor trabajo jamás creado a pesar de que el salario no daba para vivir exclusivamente de ello. Su flexibilidad y la posibilidad de combinarlo con mi otra actividad en remoto, representaba una gran oportunidad para alguien como yo. No se aceptaba a cualquiera y si debo destacar algún «pero», me ciño a la entrevista un tanto vergonzante por así decirlo. Será por la falta de costumbre a adentrarse tan minuciosamente en los hábitos más íntimos.

Me pareció divertido el anuncio así que postulé, tal cual suelo cuando veo algo que retiene mi atención. Recuerdo aquella vez en la que otra publicidad aseguraba que se podía cambiar el color de ojos para siempre y sin lentillas. No porque quisiera mudar un ápice de mi físico, sino movida por una exacerbada curiosidad, rellené el formulario. A través de la queratopigmentación anular, un método quirúrgico que consiste en realizar un microtúnel circular (bolsillo) en la córnea con un láser, se aplica un pigmento para cubrir el color natural de los ojos. Vendría a ser algo así como tatuarse los ojos. Podéis buscarlo, no miento.

Igual me ocurrió con esto. Me cautivó el imaginario el siguiente reclamo: «¿Te imaginas que te pagaran por tus heces?» ¡¿Imaginarlo?! ¡Por supuesto! ¡Sería la bomba cobrar por cagar! Rellené un cuestionario con todo tipo de preguntas sobre mi dieta, hábitos de vida, frecuencia, color y textura de las deposiciones. El destino quiso que me pillara cagando y pude responder con una exactitud poco usual. A las pocas horas me llamaron, claro, los pormenores ofrecidos destacaron seguro por la abundancia y riqueza de la descripción ya fértil de por sí.

-¿Es usted Fulanita de Tal?

-Sí, yo misma.

-Buenos días, soy Menganita de Cual y te llamo por una oferta de trabajo a la que has postulado. ¿Tienes un momento?

-Sí, sí. ¿Una oferta de trabajo? Es que llevo varios CV enviados así que necesitaría que precises un poco a qué oferta te refieres.

– Somos una empresa dedicada a la recolección de heces.

-¡Ah sí! Efectivamente.

-Bien, pues has sido seleccionada para una primera entrevista conmigo. Si te parece bien proceder ahora, serán cinco minutos, si llega.

-Claro.

-Te cuento. Somos una empresa pionera en la recolección de heces directamente desde su origen para el cultivo de bacterias y fermentos. ¿Conoces los bancos de heces?

-¡Sí claro!

-Bien, hemos detectado la necesidad de proveernos de caca de calidad para poder ofrecer la mejor flora intestinal a nuestros clientes y el formulario que rellenaste con tu dieta nos da la casi seguridad de que eres un buen donante.

-«Bueno» no lo sé, prolífico, seguro.

-¿Podrías acercarte esta semana para someterte a una segunda entrevista y a una prueba práctica?

Acordamos día y hora y para allí que me fui. La idea de defecar en público me cohibía y no sabía si sería capaz de parir un engendro similar a los que acostumbraba en la intimidad, pero por probar que no fuera.

Llegué al centro y, tras hablar con la directora de RRHH y un colaborador del laboratorio, me entregaron un pequeño bote para recoger una muestra. Les dije que ya había cumplido mi gran comisión ese día y que no sentía deseos de forzar la máquina así que me metí el muestrario en el bolso y fuimos a recorrer las instalaciones.

Las oficinas se asemejaban a un centro de coworking donde las personas acudían antes de sentir la necesidad de darse a su labor diaria. Disponía de dos cafeterías. La primera exponía todo tipo de manjares 100% bio, healthy, vegan, sugar free, Km0, sin aditivos, sin edulcorantes, sin alma, etc. En la segunda se podía obtener todo lo contrario, bollería de procesamiento industrial, embutido fluorescente, salchichas de laboratorio, patatas simétricamente perfectas, conservantes y conversantes E- de cero a infinito.

A mí me tocaría acudir a la primera porque comía mucha col lombarda y verdura de temporada, no porque me gustara, sino porque era la forma más barata de obtener alimentos y llenar el buche con un presupuesto aceptable. Por estúpido que parezca a los alimentos de temporada, cuando nadie los quiere y no se venden, se les baja el precio para incentivar su consumo. Me parecía brillante poder alimentarme de cosas que otros no querían por estar demasiado maduras o porque no apetecían por ser demasiado vulgares. ¿Quién come manzanas en temporada? Hay que consumirlas fuera de ella. Asimismo, ocurre con un sinfín de todo. Lo exótico vende más. Tomé el hábito de acercarme a la frutería casi a punto de cerrar, especialmente los viernes. La frutera me hacía un dos por uno. Todo eran ventajas.

Empecé mi carrera como cagona profesional al cabo de una semana. Instalaciones limpias, baños como los chorros del oro, comida de primera, internet de alta velocidad y me permitían flexibilidad de horarios. Lo mejor de todo eran sin duda los cubículos (nótese la sutileza de la palabra empleada), en cada puerta rezaba la siguiente inscripción: «Aquí vive un pensador».

13 comentarios en “La fábrica de mierda: Un coworking con instalaciones de lujo. El trabajo de mi vida.

    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      Eres en parte musa (JAJAJJAJA, ser musa de la mierda manda huevos) porque nunca lo dije en voz alta pero siempre lo pensé y con lo del metano… «Si me pagaran por lo que mi cuerpo produce… joder qué de rica sería!» Que me enchufen un tubo en el culo! JAJAJAJA! Besitos!

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    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      Me alegro de que te hayas reído. No pretendía en absoluto hacer reír a nadie. El pensamiento es muy pero que muy serio. Un día escribiré sobre cómo me proveo de electricidad. Vais a flipar. Un abrazo Marlen!

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  1. Avatar de Patrick B.
    pb dice:

    Et bien belle métaphore ou allégorie, lu avec le traducteur donc avec doute parfois sur certaines formulations, mais l’ensemble m’a tenu par les côtes, belle découverte et abonnement pour ne pas le perdre de vue.

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