Historia del hombre hueco que se hacía el profundo. Odio y asco.

Sé que todavía queda mucha ira, mucho odio. También sé que es rechazo hacia mí misma que proyecto en los demás. Es así y está bien. Me la suda y lo digo abiertamente.

El hombre hueco que se hacía el profundo… no lo conocía, pero me daba asco su bajeza, me repugnaba verlo reptar pidiendo atención. Me violentaba y me encabronaba su aparente delicadeza, su feminidad más grande si cabe que la mía y tan falso. Falso, era un puto falso sin falo. Se hacía el hondo y el solemne y tenía menos profundidad que la caja torácica de una musaraña. Me recordaba demasiado a esos hombres que tienen que pillar cacho yendo de buenos, manteniendo un perfil bajo, llorando por los rinconces, haciéndose ver, esperando a que los rescatasen de su lugar seguro pero queriendo llamar la atención. Un picha hervida, un pobrecito de esos que provocan náuseas. Un perfil bajo, un pagafantas que se hace el escurridizo y nos toca el laúd y los cojones.

Dios cómo odiaba a los profundos, a los artistas de pacotilla que se mostraban a media luz solo para exaltar… no sé qué mierdas. Sí, no sé qué mierdas querían mostrar y demostrar. Con el alma hecha jirones, deambulaban pusilánimes, exangües mostrando que los hombres también pueden y saben llorar. Se presentaban como idefensos, le aullaban a la luna, se les llenaban los ojos de lágrimas y yo veía que aquello era la espuma de la cerveza. Demasiada exaltación emocional, demasiado es demasiado. Algunos tan poco otros tantos, mucho en demasía. Exagerando lo que había, haciendo apología del amor, de la bondad ¡Oh, oh!.
Asco, rechazo, aborrecimiento, hastío del patrón sensiblero (que no sensible). Me había acostado con unos pocos así que, al verlos, al olerlos, al leerlos se me ponían los pelos como escarpias otrora me los ponían bien duros. Hoy me producen tanta tiricia como el arrañar una pizarra. Se me saltan las uñas y termino con los dedos ensangrentados limando las asperezas de los muñones.

Me parecen más llanos que la meseta, los llaneros solitarios, solitarios como la tenia que la tenía pequeña, la pena. Cantando por soleares: «mi arma una rumbita, anda a ver si me echas una miradita con una miriada de descaro. Dame una mijilla de amor anda que te sobra una pechá.»

¡Que te jodan! Vete a mendigarle a otra que aquí no hay ni para mí. Dios, haz desaparecer de mi vista todos esos caramelosos y pegajosos seres inhumanos que se las dan de profundos y son más huecos que un pozo sin fondo.

De repente, me pillé in fraganti en medio de un mar de odio y rencor y asco y más odio y más asco… No pude por menos que explotar de la risa al verme a mí misma vomitando hiel sin que nada ni nadie estuviera allí. Cerré los ojos y respiré esas horrendas vaharadas de cianuro dándoles su lugar en mi pecho. ¡Sed bienvenidas vosotras también al templo de mis adentros!
No, no las pienso negar, aquí están con todos sus cojones colgando y al descubierto. También forman parte de mí y yo formo parte de ellas.