El lunes de una heroína: Salir de la cama para ir al rescate de la niña que se perdió en un cubo encebollado.

Lunes de nuevo y me toca rescate. Es así la vida de héroe. ¡Hay que joderse! y ¡Ay, a joderse! Pues sí. Se me ha perdido una en el infierno. Ya se sabe… la adolescencia. Se piensan que lo saben todo, van de adultos hasta que los adultos tienen que salir al rescate porque la niña se ha corrido una fiesta con Satanás y no vuelve a casa.

Entonces los padres, como Dios manda, me llaman preocupados: «Que la niña no está en su cama», «que se fue ayer por ahí». Sí, sí «por ahí» pienso yo y ya estoy viendo el percal de cómo me la voy a encontrar «por ahí», esnifango fuego a doble raíl con el viejo cabrón enrojecido. No entiendo por qué tienen este mal concepto del infierno los humanos, cuando bajo debido a una emergencia los púberes nunca quieren volver, será que tan mal no se está. Una vez allí, disfruta pienso yo, ¿o no?

Nadie me ha llamado. Hoy le toca a la mía, ¡Pubertad divino tesoro! El viernes se me fue de picos pardos, me dejó una nota diciéndome no sé qué de Satanás y un cubo de cebollas porque había robado en el infierno y algo de un pajarito. Se hizo la compungida descompuesta y, desde entonces, no ha vuelto. Ni os cuento el palazo que me da bajar al averno especialmente rogarle a la niña que se comporte como una señorita ante la socarrona mirada del viejo conocido al que un día le dije que la luz siempre le gana el pulso a la oscuridad.
Pero la luz es lucha y la oscuridad es ducha en luces y carpe diem de postín, de festín. ¡Fetén!

Me voy, me fui.

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