Se me quedó pegado al cuerpo como un mono y me lo llevé a casa. Ayer lo eché. Malos espíritus, energías de bajo espectro, brujería, ocultismo.

Hay en el pueblo donde resido una tienda de artículos viejos. No, no es un anticuario es un «viejario». Un pulgoso y raído almacén de artículos antediluvianos. Cada vez que voy al supermercado siento una atracción a caballo entre el horror y el embelesamiento por ese lugar.

Nunca antes me había atrevido a entrar con la excusa de no tener tiempo, sin embargo, el sábado pasado salí de casa con la intención expresa de ir allí a curiosear y explorar mi reciente descubrimiento sobre mis poderes mágicos. Quería toquetear todos los artículos para comprobar si podía sentir la energía de los que los poseyeron. Ni corta ni perezosa entré en aquel antro y la sensación fue nula. El vendedor que probablemente databa de cuando Napoleón perdió en Waterloo se dirigió a mí con una envolvente voz que me recordó a la bruja, madrastra de Blancanieves:

-Nena, ¿Qué buscas?

Le mostré mi sonrisa orejera y abrí ampliamente mi corazón porque estoy en el proceso de acoger y alimentar mi energía femenina. Ya lo sé, ahora lo sé, cojones. No se puede abrir uno a todo el mundo, pero estoy creciendo y tengo derecho a equivocarme.

-Nada en particular, estoy mirando.

-Avísame si te interesa algo.

El señor volvió a su pedestre pedestal que era un «taca taca» sobre el que se posaba cual halcón milenario. Me adentré en las entrañas de aquel bazar sin sentido con la propiocepción abierta de par en par intentando cazar energías al vuelo.

Acaricié muebles de todo tipo, libros cuyas páginas se desintegraban, me miré en espejos que apenas podían devolverme el reflejo por los años de polvo acumulado. De repente, un tocadiscos mugió. Una canción triste de un acordeón desesperado salía de aquel aparato tarado de olvido. Una mujer mucho más joven que el apergaminado anciano había hecho su aparición. «Será su mujer» pensé extrañada. Lucía un delantal rojo y su pelo era de un blanco platino artificial. Su corpulencia me hizo pensar en las matrioskas rusas y, entonces, me di cuenta de que buena parte de aquellos libros estaban en cirílico y que el doloroso bramido musical llegaba desde el corazón roto de Rusia.

Pasé por un lugar donde el olor clavó su causticidad en mi pituitaria. ¡Dios qué pestazo! Era una mezcla de orín viejo y humedad mohosa, como si uno de aquellos ropajes exhibidos se hubiera impregnado de años y micciones varias, sudores oxidados sin auxilio de limpieza. ¡Qué agujero de mala muerte! Me recordó al olor que desprende la maldad, olor a sucio, olor a muerte, olor a estancamiento. Sentí una punzada en el lóbulo frontal, una pesadez sobre los hombros y un movimiento de intestinos. Tenía que salir de allí, no estaba resultando bueno para mi organismo ni tampoco había logrado conectar con nada energéticamente (o eso pensé). Nada, no había allí nada de lo que andaba buscando.

Me dirigí hacia la salida y pasé por delante del viejo desdentado.

-Nena,¿No has encontrado nada?

-Sí, sí, me gusta todo. Lo cierto es que este lugar rebosa de todo tipo de objetos. Estoy buscando una estantería, un espejo y un reloj.

-Mira, yo tengo aquí un espejo de la época de Napoleón, por si te interesa. A ti te lo dejo a 150 euros.

Un escalofrío me recorrió la espalda. El espejo era divino, realmente bonito, de la época de Napoleón o no, no me hubiera metido nada de esa tienda en casa ni regalado. El viejo se tomó la molestia de mostrarme un par de estanterías de madera maciza y a mí se me acumulaba el mal rollo en el cuerpo. En vez de «todo a 100» podría haber colgado un cartel con «todo a 150».

-Perfecto, me lo pienso y ya le aviso. Por cierto, ¿De dónde saca tantísimos objetos?

-Nena, ¿Tú sabes la cantidad de abuelos que se han muerto en el pueblo? Las familias vienen a venderme sus pertenencias.

¡Coño! No tengo una particular aprensión por la muerte, pero allí olía a algo más que a muerte y olvido. Salí atorada de aquel antro de mala muerte. En ese momento no sentí más que malestar pero no supe el porqué. Llegué a mi casa y me desinfecté con humo de palo santo, tomé un larguísimo baño con agua hirviendo, me froté el cuerpo con sal gruesa, mas una horrible sensación se había instalado en mi intestino. Toda la semana estuve con unas flatulencias horribles sin por ello haber variado un ápice mi alimentación. Meterme en la cama era como poner en marcha los fogones de la fábrica de metano. Despertar por la mañana era lo más parecido a explotar de mierda. Horrible. Por las noches, algo quería sacarme de mi cuerpo y, dormida o no, aquello parecía extremadamente lúcido. En las meditaciones me iba paralizando y sentía que mi alma era absorbida por…¿…?

No sé cómo, pero terminé desarrollando un miedo atroz a mi cama hasta tener que pasar la noche en el sofá del comedor. Allí había algo, estaba segura de ello. Me resistía a pensar que «eso» estaba en mi habitación, pero la sensación persistía. Fui a comprar salvia blanca, palo santo y ruda.

Monté una fogata en casa. Como una loca deshice la cama, cambié las sábanas, ahumé todo y cuando digo todo es realmente todo. Mi apartamento se convirtió en un submarino de humo que olía a pollo asado. Abrí las ventanas de par en par y dejé que saliera lo que fuera que allí hubiera.

Cuentos de vieja o no, dormí a pierna suelta y ni un pedito de ángel salió de mi cuerpo ni de noche ni de día. Lo que sea, chorrada o no, ya no estaba.
Ni qué decir tiene que no vuelvo a poner un pie en esa letrina en lo que me reste de vida. Nunca más.

13 comentarios en “Se me quedó pegado al cuerpo como un mono y me lo llevé a casa. Ayer lo eché. Malos espíritus, energías de bajo espectro, brujería, ocultismo.

  1. Avatar de Tania Suárez Rodríguez
    Tania Suárez Rodríguez dice:

    Buenísimo. Lo que hacen las aventuras a las pequeñas tiendas de los horrores. Allí siempre hay productos interesantes con entes muy particulares. Lo malo es que tienen tendencia al aburrimiento, por lo que se adosan a sus visitantes y no hay forma de deshacerse de su pesada presencia. Afortunadamente una buena hoguera espanta a cualquiera. Una delicia leerte y saberte libre de tan impertinente visita. Un abrazo humeante. 🤗😘

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  2. Avatar de beauseant
    beauseant dice:

    Los espejos, deberías saberlo, son una puerta hacia las vidas pasadas de sus antiguos dueños. Los espejos deberían morir, explotar en un confeti de plata, al morir aquellos que los poseyeron… Comprar un espejo de segunda mano, por Dios, que majadería.. te has librado de una buena 😉

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    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      Los espejos son diabólicos, ahora lo sé. Podrías haber avisado antes, coño! Nunca más me miraré en un espejo de poseedor no identificado, nunca se sabe lo que puede ocurrir! Un abrazo artista!

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    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      Muchas gracias destapatuesencia. Sí, tengo, tenía, en fin, cosas que pasan. El profe de meditación es un amigo del alma, una grandísima person muy evolucionada. Celebro que la encontraras.
      No lo actualizo porque me falta el Viking y tampoco es mi propósito en esta vida. Hacemos tantas gilipolleces juntos que tendríamos que estar grabando 24/7 pero a lo mejor algún día nos decidimos a volver a colgar algo. No lo sé. Un abrazo!

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