Como está de moda meterle el adjetivo consciente a todo acabará por perder sentido. El reclamo publicitario, como siempre, termina perjudicando a la esencia de lo que queríamos decir.

Ayer me adentré por pura curiosidad a un taller de «sexualidad consciente». Puesto que la sexualidad inconsciente o automática ya no me va, habiendo colgado los hábitos en agosto y habiendo decidido dejar de follar, quise probar si eso de «hacer el amor» se me daba mejor.

Un día me dijeron que acostarse con alguien era como ir al cine. Técnicamente sí, claro, el acto es como ir al gimnasio: «un, dos, un dos, arriba, abajo, zasca, zasca». Algo no me cuadraba. Al final la sensación de vacío era incluso peor que al inicio. En muchas ocasiones ni siquiera era placentera y con eso del empoderamiento de la mujer, parece que si no te lo tiras todo eres una mojigata. Así que sin escucharse demasiado, de oca a oca y tiro porque me toca, se sucedieron las relaciones donde el sexo era sexo y vacío. No, no siempre, algunas veces se compartió algo más, incluso más de lo deseado, de lo permitido. Oídos sordos al «no» porque la vocecita en off vociferaba en on: «Si no lo haces, no te querrá y se irá con otra porque tú eres fea y solo vales lo que haces». Sexualidad inconsciente, mucho. Carencias y boquetes supuerando necesidad. Uf! Qué mal viaje me estoy pegando al escribir estas líneas.

Nadie me contó, porque de estas cosas no se habla, que hay un intercambio energético entre dos cuerpos. De alguna manera, antes de mancillar la idea del acto lo tenía sacralizado, pues lo imaginaba con los ojos del ideal. Pensé (pensar, pensar y siempre pensar) que por educación disney no me permitía sentir que no tenía más significado que el que le quisiera dar y yo, le daba demasiado.

Ahora, de vuelta del abismo veo que sentía bien y pensaba mal. La unión entre cuerpos y almas no tiene nada que ver con la educación y sí en cambio en cómo se percibe la vida.

La sexualidad no es solo la genitalidad. Desgraciadamente, me dejé llevar por la corriente y llegué a simplificar la sexualidad limitándola al sexo. Es mucho, muchísimo, más que sexo.

¿Dónde quedaron las miradas eternas en las que te perdías en los ojos del otro? ¿Quién perdió el arte de desnudarse poco a poco? ¿Dónde quedaron las noches sin final en las que el amanecer sorprendía a los amantes abrazados? ¿Cuándo las caricias apagaron las luces del cielo para dejar paso a los cirios? ¿En qué momento dejé de respirar el aliento del amado, abrir el corazón para recibirlo en alma y no solo en cuerpo? ¿Para qué se instaló esta coraza protectora que trató por todos los medios de no dejarse abrir?

Que la próxima vez sea un acto de espiritualidad y Amor, de atención e intención plenas, de caricias, arrumacos, de dulzura y suavidad. Que la bestia se quede fuera y solo se oiga la respiración del silencio, sin prisa, sin pausa, con alevosía.