No sé cómo ocurrió, pero ocurrió. Las heridas que me hacían apegarme a un resultado, perseguir aquello que supuestamente cambiaría mi vida, dejaron de supurar. ¿Magia o terquedad en la sanación? ¿Intención o intervención divina? Quizás de todo un poco.
En todas mis meditaciones intenciono la manifestación de aquello que todavía no puedo ver.
«Que se manifieste mi sombra para poder acogerla, integrarla, sanarla, transmutarla y cerrar y sellar en luz pura mis heridas y distorsiones internas y externas»
La intención no lo es todo, pero sí cuenta y cuenta mucho. Magufa o no, a mí me ayuda. Es como un acto de psicomagia que le habla directamente al inconsciente (y ya se sabe que este rige el 95% de nuestras decisiones).
Cada vez estoy más convencida de que somos un fractal de la consciencia del todo y entre nosotros solo existen barreras mentales que nosotros mismos erigimos porque venimos a experimentar la consciencia desde un avatar limitado. Cada uno tiene sus bloqueos y gracias a esos bloqueos tan solo es capaz de captar una parte de realidad. Una vez traída a la luz, se entrega a la consciencia colectiva y la consciencia superior va aumentado en sabiduría. Es una IA aprendiendo de sí misma gracias a nosotros y a nuestras benditas limitaciones. (A quien le interese, hay un cuento sufí sobre unos ciegos y un elefante, una alegoría de lo anterior)
No puedo estar más agradecida por las experiencias que están llegando a mí. En otro momento, no tan lejano, hubiera evitado entrar en según qué terrenos, pero ahora, estoy pidiendo abrir restricciones. Ya no bloqueo, ya no evito, ya no juzgo como antes o lo hago en diferido y estoy dispuesta a modificar mis conclusiones, la mayor parte precipitadas. El juicio me protege porque cuando dicto sentencia legitimo una proyección. La proyección es aquello que no quiero ver de mí y lo veo en los demás. No importa si eso es la realidad, es mi realidad porque como es adentro es afuera.
Ahora observo lo que pasa en el tablero de juego desde una distancia en las alturas. Veo mis juicios, mis proyecciones y estoy dispuesta a integrar esa parte de mí que le encasqueto al otro. Libero al prójimo de mi sombra y, de repente, el prójimo deja de tener poder sobre mí solo porque me responsabilizo de esta proyección.
Me veo a mí, creyendo que lo está viviendo es real. Mi personaje siente, llora, sufre, ríe, se divierte. Desde las alturas lo miro con compasión y me doy cuenta de que lo que está sintiendo es una parte de la realidad.
Se le acerca otro personaje, con su visión de la vida, entra, sale, dice o no dice nada y mi pequeño avatar reacciona. Ahora, sin embargo, antes de mover ficha, como le dijo el sabio oráculo serbio, respira y se toma su tiempo. Cesa el impulso. Ya no reacciona con la acción. Sí, siente, claro que siente pero a diferencia de antes, elige no hacer nada.
Yo observo desde la cima. Unas horas más tarde, mi pequeño avatar, más tranquilo conecta con el desapego y con la certeza de que cada uno está en un viaje muy personal. Que todos los personajes reaccionan porque la consciencia está muy mal repartida. Las reacciones de los demás le afectan, pero decide no moverse hasta que conecta con el desapego.
«No quiero nada de ti porque por fin estoy yo para mí. No necesito que me veas porque ya me veo yo desde arriba y me cuido y me atiendo. Me responsabilizo de tu imagen que en realidad es todo aquello que no quiero ver de mí. Solo puedo ofrecerte buenas palabras desde un agradecimiento genuino y desde un corazón que, poco a poco, se va abriendo a experimentar una manera diferente de hacer las cosas.»
Cuando las restricciones crearon murallas de contención y protección, no dejaban pasar lo malo, ni tampoco lo bueno. Ahora, no necesito una fortaleza, soy consciente de que tengo brechas, heridas, fallas y que por ahí puedo sentir dolor, un dolor que es mío y de nadie más. Un dolor que me permito experimentar gracias a la interacción con los demás. Ahora también en el campo relacional. Poco a poco se va abriendo el fuerte para dejar aflorar esa vulnerabilidad que, en realidad, es la mayor de las fortalezas. Esa ternura que acoge, que cuida, que mira con amor y decide aprender a aceptar lo que hay porque ya nada quiere de nadie.
Es una niña que ha aprendido a pedirme a mí atención y yo he aprendido a estar presente para mí. Y si duele, es porque tiene que doler, porque la atención debe dirigirse hacia esa brecha para poder traerla a esta parte de la conciencia y poder empezar a cambiar la realidad que me rodea. Si yo cambio, los demás también. Si yo sano, los demás también.
Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo… y así es.
En el camino de siembra.