Sanación del masculino herido: Trabajo con las proyecciones. Trabajo de sombra. Integración de la sombra.

Como no dispongo de un modelo de masculino sano al que hacer referencia, he decidido trabajar con mis propias proyecciones que no dejan de ser la sombra de lo que me falta por integrar.

A mi masculino sano lo voy a llamar F.G. De momento él es una fuerza descontrolada, cada vez menos agresiva aunque todavía hiperreactiva que no deja espacio para que, Afrodita, mi femenina, florezca y se expanda. Es sobreprotector y allá donde vamos tiene motivos para desconfiar. No quiere que me hieran más y lo entiendo. Afrodita, la diosa interior, le dice que se esté tranquilo pero él no ceja de sospechar de todo y de todos. Recela de la malicia de los Hombres y tan solo logra relajarse ante la presencia de algunas personas ya muy conocidas.

Hoy en plena meditación he comprendido cómo sanar a F.G y dejar emerger a la divina femenina para que lidere, como debe ser. Se trata de trabajar con la sombra de F.G, todo aquello que proyecto fuera de mí, que veo en ciertos especímenes masculinos y que me sienta bien. Hay un par de ellos cuya presencia me calma, me arropa y me contiene.

¿Qué tengo que integrar en mi parte masculina para sanarla y tranquilizarla?
La ESTABILIDAD, el aplomo. FG es una persona estable cuya presencia apacigua. Su energía me contiene y me confiere seguridad y firmeza. Es sólido y consistente. Es fuerte y confiable. Callado, su discreción habla sin mediar palabra. Cuando está, lo noto. No lo veo, sin embargo el ambiente destila serenidad.

Su mirada es clara, derecha. Establece contacto visual directamente a mis ojos. No hay pestañeo ni juego ni intentos de seducción. No es zalamero, es transparente y limpio. Huele bien. Nunca le tengo que decir que apesta, que huele a trapo húmedo o que se le olvidó el desodorante. A él no le asusta confrontar, preguntar, pedir o quedar en ridículo.

Su humor es subrepticio, como el mío y apenas gesticula mientras desliza alguna ordinariez disfrazada de normalidad entre frase y frase. Cuando te das cuenta es demasiado tarde y ya has estallado de la risa.

Me observa de soslayo, desde lejos. Su mirada es respetuosa, casi puedo sentir su deferencia, su prudencia, su aprecio y cierta admiración. Es íntegro y expresa aquello que siente. Me fío de él porque sé que es tal cual dice ser, aunque jamás se describe. Sus gestos, su vibración y la armonía que emanan de él hablan el lenguaje de lo intangible.

Me susurra, me susurro al oído desde la otra punta de la sala:
«Adoro tu intuición y tu emocionalidad. Me encanta la ternura que tus ojos desprenden. Admiro tu disciplina. Deseo cuidarte sin rozarte y al mismo tiempo ardo en deseos de abrazarte y también protegerte pero comprendo que tú eres la sabiduría que nos tiene que llevar al siguiente nivel. Disfruto de tu presencia, no me hace falta más que saber que estás y que eres. Somos uno. Venero tu humor y reverencio la luz que se desprende de tu sonrisa. Me encanta tu transparencia y esa feminidad sencilla que se le escapa al beso que me lanzas desde lo lejos. Me siento integrado en ti, respetado, aceptado, visto y todo ello alienta mis ganas de mejorar. Deseo ser testigo de tu vulnerabilidad y poder protegerla sin coartarla. Permito que crezcas como mujer y yo tan solo estoy detrás de ti por si necesitas contención. Te segundo, te aporto la calma y la seguridad para que no te sientas sola. Explora, ábrenos el camino hacia ese nuevo mundo que sabes que existe. Contigo recuerdo cómo amar. Yo soy tú. Todo lo mío es tuyo y cuando me integras entre los dos hacemos uno.»

He salido de casa vestida de F.G y ahora vuelvo a ser yo. Me completo a mí misma y todo lo que deseo en el masculino, en realidad es mío.

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