Basta con solo una mirada para saber de qué bloqueos se sufre. Un vÃdeo, una foto tomada «in fraganti» y una mirada crÃtica pueden decir más que mil palabras.
El cuerpo es el receptáculo de años de maltratos mentales y también fÃsicos. Cada cual lo expresa de una manera y, al final, siempre aparece el control. Solo puedo hablar de mà puesto que este cuerpo solo es el mÃo y no tengo otro para comparar.
Mi pecho se repliega sobre sà mismo, se cierra hacia adelante. Me da miedo la apertura y, a pesar de los años de terapia, de formación terapéutica, mis hombros siguen encorvados hacia adelante, no fuera caso que… ¿Que qué?
Las demás deformaciones vienen en cascada. Pelvis en retroversión, hiperlordosis lumbar y ciática. Me dijeron «es un mal hereditario, estás condenada a expresar la genética de tu estirpe». Me negué a aceptarlo. Vine aquà a finalizar con patrones psicológicos y también (ahora me doy cuenta) a terminar con creencias cuya expresión se refleja en lo fÃsico. Pertenezco a mi linaje y desde esa aceptación puedo cambiar la expresión del mismo.
Desde hoy libero el dolor, la cerrazón, el miedo, las lealtades, las fidelidades. Pertenezco desde otro lugar, abro el clan al amor que no es sacrificio. La aceptación dista de la resignación. Somos espÃritu, somos luz, amor, abundancia, prosperidad y sanación. Estamos aquà para elevarnos, para trascender los bloqueos e ir más allá de lo que pudiéramos haber sospechado. Los lÃmites beben de las creencias, de aquello que podemos percibir con los sentidos, unos sentidos encorsetados en un cuerpo tridimensional. Somos más, mucho más.
Somos parte de la fuente, somos unidad y nos fundimos en ella cuando dejamos de observar desde la alteridad. Somos el todo, soy mi madre, mi abuela, mi padre y todos mis ancestros y desde ese «yo soy» acepto las limitaciones y también las trasciendo.
Solo se puede cambiar el cauce cuando aceptamos que somos el cauce y que no hay que cambiar nada. Esa consciencia permite el flujo de la vida. Somos la vida fluyendo a través de nosotros mismos.
Desde este cauce me permito ver y me doy permiso para ser y terminar con aquello que comprendo e integro. Libero el dolor a través de la respiración. Respiro el dolor, le doy voz al dolor que quedó atrapado en mi cuerpo y desde ese gemido queda liberado. Igual que las emociones que quedaron encarceladas en un lugar del cuerpo, creando bloqueos. Me permito sentir el dolor y cómo al contacto profundo con ese dolor, dejo de respirar y aprieto la mandÃbula y frunzo el ceño. Ahà está la compensación… lo que no se libera se expresa de otro modo.
SabÃa que se podÃan respirar las emociones pero ¿El dolor? ¿El placer? SÃ, también se respiran. En cambio aprendà en algún momento a apretar el cuerpo al atisbo de una molestia. Automáticamente mi cuerpo se tensa y dejo de respirar, no sé por qué aunque es un hecho observado.
Las manos del terapeuta examinaban mi cuerpo y al más mÃnimo indicio de dolor, mi mente tomaba el control sobre mÃ. Control, control, control que sigue corriendo de forma automática a pesar de todo lo que he caminado. Y yo que pensaba que me habÃa vuelto flexible y fluida… Me doy cuenta de que todavÃa quedan recovecos en los que mirar donde la sombra continua escondiéndose. El ego como la hidra, es un monstruo de varias cabezas que se cuela por cualquier grieta y desde la misma dirige una parte de nosotros.
El camino de autoconocimiento no se termina en la mente. Es infinito, inabarcable y cuanta más consciencia se tenga, más rápido me puedo dar cuenta de los mecanismos de defensa. Para ello, hay que permitirse la experiencia profunda.