La postura corporal: Testigo del carácter, el lenguaje del cuerpo encierra el dolor de la fidelidad al linaje. Luna nueva en escorpio 2025, hoy me libero.

Basta con solo una mirada para saber de qué bloqueos se sufre. Un vídeo, una foto tomada «in fraganti» y una mirada crítica pueden decir más que mil palabras.

El cuerpo es el receptáculo de años de maltratos mentales y también físicos. Cada cual lo expresa de una manera y, al final, siempre aparece el control. Solo puedo hablar de mí puesto que este cuerpo solo es el mío y no tengo otro para comparar.

Mi pecho se repliega sobre sí mismo, se cierra hacia adelante. Me da miedo la apertura y, a pesar de los años de terapia, de formación terapéutica, mis hombros siguen encorvados hacia adelante, no fuera caso que… ¿Que qué?

Las demás deformaciones vienen en cascada. Pelvis en retroversión, hiperlordosis lumbar y ciática. Me dijeron «es un mal hereditario, estás condenada a expresar la genética de tu estirpe». Me negué a aceptarlo. Vine aquí a finalizar con patrones psicológicos y también (ahora me doy cuenta) a terminar con creencias cuya expresión se refleja en lo físico. Pertenezco a mi linaje y desde esa aceptación puedo cambiar la expresión del mismo.

Desde hoy libero el dolor, la cerrazón, el miedo, las lealtades, las fidelidades. Pertenezco desde otro lugar, abro el clan al amor que no es sacrificio. La aceptación dista de la resignación. Somos espíritu, somos luz, amor, abundancia, prosperidad y sanación. Estamos aquí para elevarnos, para trascender los bloqueos e ir más allá de lo que pudiéramos haber sospechado. Los límites beben de las creencias, de aquello que podemos percibir con los sentidos, unos sentidos encorsetados en un cuerpo tridimensional. Somos más, mucho más.

Somos parte de la fuente, somos unidad y nos fundimos en ella cuando dejamos de observar desde la alteridad. Somos el todo, soy mi madre, mi abuela, mi padre y todos mis ancestros y desde ese «yo soy» acepto las limitaciones y también las trasciendo.

Solo se puede cambiar el cauce cuando aceptamos que somos el cauce y que no hay que cambiar nada. Esa consciencia permite el flujo de la vida. Somos la vida fluyendo a través de nosotros mismos.

Desde este cauce me permito ver y me doy permiso para ser y terminar con aquello que comprendo e integro. Libero el dolor a través de la respiración. Respiro el dolor, le doy voz al dolor que quedó atrapado en mi cuerpo y desde ese gemido queda liberado. Igual que las emociones que quedaron encarceladas en un lugar del cuerpo, creando bloqueos. Me permito sentir el dolor y cómo al contacto profundo con ese dolor, dejo de respirar y aprieto la mandíbula y frunzo el ceño. Ahí está la compensación… lo que no se libera se expresa de otro modo.

Sabía que se podían respirar las emociones pero ¿El dolor? ¿El placer? Sí, también se respiran. En cambio aprendí en algún momento a apretar el cuerpo al atisbo de una molestia. Automáticamente mi cuerpo se tensa y dejo de respirar, no sé por qué aunque es un hecho observado.

Las manos del terapeuta examinaban mi cuerpo y al más mínimo indicio de dolor, mi mente tomaba el control sobre mí. Control, control, control que sigue corriendo de forma automática a pesar de todo lo que he caminado. Y yo que pensaba que me había vuelto flexible y fluida… Me doy cuenta de que todavía quedan recovecos en los que mirar donde la sombra continua escondiéndose. El ego como la hidra, es un monstruo de varias cabezas que se cuela por cualquier grieta y desde la misma dirige una parte de nosotros.

El camino de autoconocimiento no se termina en la mente. Es infinito, inabarcable y cuanta más consciencia se tenga, más rápido me puedo dar cuenta de los mecanismos de defensa. Para ello, hay que permitirse la experiencia profunda.