Frase demoledora que no quiero dejar pasar: «todo juicio es envidia».
Por exceso o por defecto, al emitir un juicio dejo al descubierto el foco de mi atención y aquello a lo que le otorgo importancia, «donde pongo mi atención, pongo mi energía». ¿Qué dice el juicio de mí? Que proyecto aquello que deseo a pesar de negarlo en voz alta.
Cuando desgrano el juicio, detrás hay una sensación de inferioridad propia que necesita la comparación y la supremacía personal para ser validada y quedarse tranquila. Si otro me supera, entonces lo juzgo de exagerado en caso de exceso o de insuficiente en caso de defecto.
De todos modos, cuando pongo mi atención fuera de mí, me pierdo en el otro y en las circunstancias del exterior. Me evado de mí, me dejo dominar por el afuera y permito que los demás me manejen porque mi ego precisa de validación externa para sentirse realizado. Relego a la sombra aquello que no quiero ver que es mi propia insuficiencia, mi propia exageración, mi inferioridad basada en la educación recibida. Emulo lo que veo y si por doquier veo juicio, envidia, limitación, me creo a imagen y semejanza de lo de fuera.
«La culpa es la otra cara del orgullo» pues quien siente culpa se responsabiliza de algo que quizás no le corresponde. No soy tan importante en la vida de nadie como para sentir que esa existencia depende de mí. ¿Por quién me tomo?
Quiero tocar el tema de la culpa especialmente en estas fechas tan «especiales» ya que es uno de los instrumentos intangibles preferidos de manipulación. Yo he manipulado con la culpa de forma totalmente inconsciente y también sé que aprendí de lo que vi, de lo que se ve día tras día. Apagad los televisores y haced oídos sordos a las emisiones populares.
La culpa inunda el mundo, este vestigio de la cultura judeo- cristiana donde me hago responsable del mal ajeno y de toda una suerte de desgracias que en nada me incumben. Me siento culpable por tener un techo, dinero, familia, ropa, coche… cualquier cosa es susceptible de hacerme caer en la pegajosa trampa mental de la culpa.
¿Acaso dependen de mí las guerras en el mundo o de aquellos que van a sacar tajada de las mismas? No me siento culpable, no modifica un ápice mi vida tanto si hay paz, como si hay guerra. Me responsabilizo de mí y no trato de echar pelotas fuera cuando tengo un ataque de ira. Soy yo conmigo misma y lo de fuera tan solo es una excusa para no mirar adentro.
Me parece lo suficientemente importante, fundamental y básico para lanzar este mensaje.
La contracultura no está para crear adeptos descerebrados ni seguidores sin cabeza, sino para equilibrar las fuerzas del mal que pretenden vender a la figura del samaritano como la personificación de la bondad y lo deseable para ser amados.
Yo vendo la responsabilidad propia, el mirar hacia dentro, el dejar de responsabilizar a los demás y poner límites entre lo que quiero y permito y lo que no.
Feliz Navidad.