Me haces gemir de plenitud,
cada palabra pronunciada es un pequeño alfiler
que se hunde en la carne y la hace estallar.
Poesía, sangro poesía, exudo belleza, lloro pureza.
La misma que desprende tu ausente mirada.
Una columna de lágrimas deliciosamente dedicadas
trepa hacia la superficie para ser vertida con dulzura,
inconscientemente provocada por cada una de las palabras
que albergas en las habitaciones de la sangre.
La belleza me duele al verte
y ya no oigo tus palabras,
no te escuchan mis oídos
no te perciben mis sentidos sino mi corazón,
el mismo que te dice» ven y no te vayas de mi lado»
Mi alma advierte que eres ese cálido rayo de luz
primaveral traspasando los cristales una mañana de domingo.
Inundas de brillo la estancia y le retornas el candor,
parte de la alegría arrebatada y lo más importante: la esperanza.
Sediento de absoluto mi vientre habla:
“la esencia del compartir adquiere un nuevo significado”
y tu rostro se dibuja en el agua de la sabiduría pausada.
De las casualidades no fortuitas
la intuición me dice «quédate a compartir
y sáciate de nuestra fuente a la que tú también perteneces
cuyos efluvios embriagan a cuantos nos atienden que no entienden»