EL VIAJANTE ASGHAR FARHADI

Después del visionado de «En la sombra» me decanté por esta película a la que habría que cambiarle el nombre por «El vendedor» porque ofrece mejores pistas sobre los  detalles a los cuales habría que prestar atención. Es complicado hablar de esta película sin desvelar nada y es precisamente porque relata de un hecho sin nombrarlo y haciendo poquísimas referencias al mismo con lo cual la crítica se hace doblemente complicada. El texto puede contener spoilers inintencionados aunque se procurará no revelar absolutamente nada.

SINOPSIS:
Emad y Rana deben dejar su piso en el centro de Teherán a causa de los trabajos que se están efectuando y que amenazan el edificio. Se instalan en otro lugar, pero un incidente relacionado con el anterior inquilino cambiará dramáticamente la vida de la joven pareja.

Tengo que decir que es una película compleja que puede no gustarle a todo el mundo ya utiliza un lenguage hermético que no abraza ni reconforta sino más bien al contrario. Tuve la sensación de que me echaban a patadas de la pantalla mientras me debatía por entender lo que estaba pasando y nunca con la certeza absoluta de si lo que había ocurrido había realmente ocurrido.

Los personajes parecen encorsetados y la falta de movilidad tanto mental como verbal se hace patente a lo largo de sus 120 minutos. A pesar de ser ambos personajes relativamente abiertos de miras puesto que él es profesor de literatura y ambos son actores amateurs de una obra de Arthur Miller y por ende americana, el yugo de la cultura nacional los arrastra a no poder expresar libremente aquello que sienten o viven de ahí que los personajes parezcan estar incómodos constantemente. Automáticamente el espectador se pierde en las alusiones (o por lo menos eso fue lo que me pasó).

Un incidente relacionado con el anterior inquilino cambiará dramáticamente la vida de la jóven pareja. En varios momentos necesité pausarla para retroceder mentalmente y preguntarme si el acontecimiento había desembocado en lucha o sencillamente hurto o bien otra cosa mucho peor. Personalmente agradezco las películas que mantienen vivo y activo al espectador ya que así existe un intercambio real y ese tipo de cine sí que se experimenta. «Pero a ver…¿ha pasado o no ha pasado?» En la confusión absoluta volvía a las pistas dejadas. ¿Sí o no?

Si la respuesta era NO entonces todo el cuadro me parecía ridículo, sobreactuado, exagerado pero si era que SÍ también me parecía increíble que se tomase tan a la ligera. El relato de una situación tan delicada sin llegar a explicitarla y sólo aludiendo indirectamente a ella  se lleva a cabo con gran maestría.

En paralelo se desarrolla una obra de teatro que nos va indicando los momentos por los que va pasando la pareja. No obstante, he de admitir que los pasé por alto por estar demasiado pendiente de otras cosas.

Los tabues sociales se conjugan con el miedo al repudio y desembocan en guardar silencio y no denunciar. Cuando todo se combina con una sociedad arcaica (mi juicio de valor) el resultado es el que vemos. Una víctima sin amparo legal, sin apoyo social ni soporte familiar. Y es que hasta uno mismo se sorprendre al cuestionarse la denuncia en semejante contexto socio-cultural. Una vez más el sistema se erige como responsable de perpetrar crímenes como ya vimos en «en la sombra».

De nuevo la siguiente pregunta lógica: ¿Qué le queda al individuo ofendido? Y de nuevo la misma respuesta: ansias de venganza.

Como en «En la sombra» uno se pregunta en qué momento y cúales son los motivos que originan esa necesidad. En este caso, al no haber denuncia no hay actuación legal y por lo tanto la ira se dirige hacia el ofensor que merece ser castigado por sus actos. La forma de castigo es devolverle el golpe porque queremos que le duela tanto como sus acciones nos han dolido. Lo que no tenemos en cuenta aquí es que la víctima se convierte en verdugo y así, sucesivamente. En este caso además de verdugo y víctima entra en juego un tercero y es precisamente este tercero el que jugará el papel de justiciero ya que también se siente ofendido por el agresor sin tener razón alguna sino es por esa mentalidad arcaica de la que hace gala la cultura en la que se ve inmerso.

La venganza personal conduce al punto de preguntarse para quién lo hace. La ofendida es la que debería querer venganza y sin embargo, pide clemencia. Él no pudiendo soportar la humillación incurre en la misma falta. No hace justicia para la víctima sino para recuperar su hombría/ego/ honor.

De nuevo nos topamos con la vacuidad del acto de venganza. Habiéndola consumado el vacío es absoluto y el resultado mucho peor ya que deja un amargo sabor al que la lleva a cabo. Es peor el remedio que la enfermedad en este caso porque la acción  nos devuelve a la categoría de animales salvajes reaccionando a un estímulo, tullidos emocionales incapaces de ver más allá y se despierta al lado oscuro que llevamos todos dentro. Una vez cometida la venganza uno tendrá que vivir no sólo con el resultado de sus actos sino con la visión de bajeza moral de uno mismo y sobretodo cuando se trata de un personaje como el de él puesto que tiene cierta conciencia de sí mismo.

El perdón se nos revela como la única manera de lidiar con una ofensa puesto que la venganza sólo se disfruta en el momento de la misma pero no procura resultados a largo plazo y mientras se efectua nos pone a nivel de la bajeza de instintos más básicos y animales. ¿Qué hacer si los resultados de la venganza son peores que el peso de la ofensa? Una ofensa nos pone en calidad de víctimas y por ello no somos culpables o parte activa en el acto. Sin embargo, al ponernos en posición de verdugos somos absolutamente responsables de nuestras acciones y con eso con lo que hay que vivir el resto de nuestras vidas. Por lo tanto, como única solución posible: EL OLVIDO. No sé si es correcto utilizar el término perdón porque no tiene que obligatoriamente haber perdonado la ofensa. El olvido sin embargo, es la clave para poder continuar a existir. Seguramente los sufrimientos va esculpiendo a la persona, así pasa a lo largo de la vida. Uno se va formando en base a experiencias que van perfilando nuestra manera de hacer y de enfrentarnos a la realidad. La aceptación del hecho es lo único que nos puede salvar y mantener a flote.

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