5. El encuentro

Estaba exhausta. Le dolía la cabeza y el alma y le pesaba el cuerpo.  Entonces recordó que se había dado cita con JB a las 9. Una profunda sensación de nausea la invadió.
– Tengo que pasar a buscar a este chico a las 9 y no quiero. De hecho no quiero volver a verlo en la vida. ¿Qué hora es?
– Pues hazlo. Si es lo que quieres, hazlo. Esas obligaciones te las pones tú misma, date cuenta.
– Es parte del compromiso, si doy mi palabra la tengo que cumplir si no al final lo que se dice pierde valor y acabamos emitiendo afirmaciones y promesas a la ligera que sabemos de antemano que no se cumpliran y eso lo odio. Es lo que todo el mundo hace y yo no quiero sumarme al movimiento.
– Y tienes razón pero aquí tú deberías ser capaz de separar el polvo de la paja.
– ¿Es decir?
– Calibrar las personas que son importantes y aquellas que forman parte del resto. Con las primeras deberás actuar tal cual lo estás haciendo, con las otras te recomiendo que acates las normas generales y actues en consecuencia si no te auguro un futuro complicado.Se quedó pensativa unos instantes. Aquellas sabias palabras no eran ninguna tontería y no había caído en la cuenta de que, en efecto, era una constante en su vida la de tomarse al pie de la letra a los demás. ¿Cuantas habían sido las veces que se quedaba en la calle esperando a alguien sólo porque los planes habían dado un giro en el último minuto? Aquello era una primera toma de conciencia y se sintió boba e infantil. Volvió al presente con el ego totalmente derribado y espetó:
– No quiero tener que volver mañana. ¿Le puedes dejar una nota de mi parte?
– Bueno, puedo hacer que se la entreguen.
– Ahora cuando me vaya si me prestas un papel le escribiré, me parece más cercano que mandarle un mensaje. No quiero dejarlo tirado pero es que sencillamente no voy a estar presentable a las 9 siendo ahora las…
– Cinco
– ¿Son las 5 de la madrugada?

El tiempo había desaparecido en todo aquel momento y sólo la fatiga había logrado poner fin a su interminable relato.
– Lo siento pero debo irme. Todavía tengo un camino hasta casa. Vivo en las afueras y estoy increiblemente cansada. Muchas gracias por la cena, por la compañía y sobretodo por tu atención. Me he sentido comprendida y valorada. Por cierto, no sé tu nombre ni te he preguntado nada sobre ti tan sólo  me he dedicado a deshacerme de mí misma. Espero que no pienses que también te he utilizado a ti para mi beneficio que ha sido el desahogo puntual.
– No creo que ese sea el caso, no te preocupes. Llámame Hektor con k.
– Yo soy Lara sin apéndices. ¿Me prestas un papel y algo con lo que escribir por favor?
– Ven vamos a subir.

Volvieron a la recepción por la misma escalera. Allí en una hoja en blanco le dejó una nota a JB que decía:
«Sé que hemos quedado a las 9 pero no podré estar. Nos vemos mejor a las 5 de la tarde necesito hablar contigo. Lara». Luego se quedó mirando pensativa el papel y lo tiró.
– Da igual, le envío un mensaje así no hay intermediarios y no existe la carga de tener que ser el mensajero.
– Como quieras.

Se dirijió hacia la salida y una vez hubo cruzado el umbral de la puerta se giró y dijo:
– No me gustan las despedidas, supongo que nos volveremos a cruzar en estos días. De nuevo gracias.
– De nada Lara. Descansa y pon en orden todos esos pensamientos que tienes arremolinados.
Lara subió al coche y partió.Durante el camino maldijo una y otra vez el momento en el que aceptó la propuesta de JB de pasar unos días en Barcelona. Esa situación no le resultaba ajena en absoluto. «¿Pero por qué siempre me pasa lo mismo?» . Le vino a la memoria aquella vez en la que se quedó a solas con un chico al que acababa de conocer y él la invitó a su casa y ella aceptó. Tonterías de adolescente pero que marcan de por vida. No le ocurrió nada pero la misma sensación de nausea la recorría en aquel entonces. Era el rechazo hacia algo que ella misma había creado. A estas alturas, y por si fuera poco, a su realidad se añadía un elemento entorpecedor: JB y sus expectativas y no había manera alguna de salirse sin herir a alguien. «Es todo mi culpa así que tendré que armarme de valor y explicarle las cosas tal cual las siento y si le duele pues lo siento. Eso sí, más me vale aprender de esta porque no quiero volver a sentirme así nunca más». Tendría que anotarlo en su diario para no olvidar.

Lara llevaba años manteniendo vivo un diario que no era otra cosa que sus reflexiones más profundas. A medida que pasaba el tiempo, las primeras páginas le parecían las tonterias propias de un aniña de 8 años pero la razón por la que empezó a escribirlo fue para no cometer los errores de los demás. Había llegado a esa conclusión a través de la reflexión y es que, según ella, todos nacemos y todos somos niños en algún momento. Todos jugamos, peleamos y a todos nos castigan y seguro que todos nos topamos con injusticias parentales que vendrán a tener más o menos un denominador común. Entonces si mis padres también fueron víctimas de esas injusticias, ¿Por qué razón las perpetúan y acaban siendo ellos mismos verdugos? El olvido debe de ser la razón por la cual ellos nos castigan. En el camino hacia la madurez extraviaron los sentimientos y sensaciones de la infancia, las ganas de jugar, la temeridad se volvió miedo, ese miedo patológico a la pérdida y paradójicamente nunca le temieron a arrinconar la parte que fueron. Gracias a su diario, podría entender a la perfección a sus hijos a cualquier edad porque lo tenía debidamente documentado. Comprendería el momento vital de cualquier niño porque había llevado a cabo un trabajo de orfebre transcribiendo su mundo personal al papel.

Esa noche dejaba atrás un episodio de su vida que tendría su lugar en el diario pero lo llevaría consigo durante largos años. La conversación con Héktor le volvería una y otra vez a medida que se irían sucediendo los hombres en su vida. Aquellas palabras permanecieron siempre ahí, debidamente guardadas e intactas, a salvo del tiempo, de la tergiversación y sobretodo del olvido.

 

 

 

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