La escucha de uno mismo.

Como suele pasar, esto empieza de una manera para terminar de otra que nada tiene que ver con el hilo inicial pero necesario para despertar la reflexión.

Esta vez, lo eché antes de sentirlo. Lo ahuyenté y expulsé al menor indicio de «peligro». ¿Por qué antes nunca y ahora sí? Antes nunca fue presente y tampoco estuvimos donde estamos. Con todas las magulladuras sufridas, con el casi «me va la vida en ello» y con la hoja de doble filo en la garganta profunda del monte Terror, uno se piensa las cosas antes de lanzarse a explorar. En los desfiladeros de uno mismo y en más de una ocasión, la negrura se ha cobrado varias vidas.

Con el pánico de volver a caer en la trampa de la dependencia emocional que tanto ha alargado las sombras de las relaciones y con la mochila llena de pavor a perder el salvoconducto hacia uno mismo, uno se asoma por la puerta de atrás, por donde te vi llegar.

A sabiendas de los espejismos que uno ve y de todas esas imágenes que nada tienen que ver con la realidad y terminan en hondas y constantes decepciones, blandimos la desconfianza de las elecciones propias. Por una vez en la vida intentamos no cerrar los ojos ni la percepción. Dejemos que nuestro cuerpo y nuestra intuición nos hablen y sobre todo, escuchemos lo que tienen que decir.

A veces, el propio empecinamiento es el responsable de nuestras equivocaciones. La idea preconcebida que hace que, a pesar de todo lo malo, a pesar de todo aquello no nos gusta y que, en realidad inconscientemente sabemos, nos agarremos a un clavo ardiendo. ¿Más vale mal acompañado que solo? En ningún caso debería, pero así fue en demasiadas ocasiones pasadas. Luego están las decepciones. Pero decepción ¿Por qué, si tú ya lo sabías? Tú ya sabías que había algo que NO, pero decidiste continuar.

Esta certeza de «Tú ya lo sabías» ¿Hasta qué punto es certeza y hasta qué punto es mentira y huida del propio dolor? Ahí está el momento en que a uno lo pueden confundir. Ese fino límite entre la visión que es realmente propia y la que es autogenerada como mecanismo de defensa. Sea cual fuere la causa, el escuchar esa llamada interior debería constituir una prioridad. Posteriormente, ya determinaremos si es propia o impulsada. Determinar racionalmente si 1) los actos, las palabras de esa persona son las que están provocando ese malestar, o 2) ese malestar surge de uno mismo y está ahí y esa persona lo despierta.

En el primer caso está claro que si alguien nos dice «está buena esta tía» o «pareces un hombrecito» y nos enfadamos porque nos hiere, es que ahí hay un problema con nosotros mismos, hay una herida, una no aceptación o lo que sea. ES, sin duda alguna, una terrible falta de respeto pero si nos duele es porque algo tenemos en nosotros de abierto.

Lo primero es que no debería doler y eso depende de nosotros porque otorgamos importancia a aquello que nos han remarcado y que nosotros utilizamos para compararnos. Lo segundo es que si una persona que dice ser nuestra pareja tiene esos comentarios para nosotros:
1. La persona en cuestión está dirigiendo sus sentidos hacia la calibración de otro humano por su aspecto. ¿Nos interesa? ¿Va con nosotros? ¿Es acorde a nuestros VALORES?
2. A pesar de tener el estatus de pareja, la decepción que nos llevamos debería ser suficiente para alejarla de nosotros.

Pero claro, luego uno se dice a sí mismo «Pero ha sido sólo un comentario, no pasa nada». que pasa, pasa mucho, de hecho pasa todo. UN comentario que nos duele y que dejamos pasar implica:

1. Una negación voluntaria de la realidad. Seguir ahí, es seguir en algo que ya nos ha decepcionado. ¿Por qué continuamos? debería ser la pregunta a realizarse.

2. Elegimos NO ESCUCHARNOS, optamos por hacer oídos sordos y patada hacia delante a pesar de la decepción. ¿Por qué priorizamos el seguir con alguien a pesar de ese dolor que nos causa estar a su lado?

3. Las decepciones se van concatenando. Primero fue el comentario «sin importancia», pero después llegan las faltas de respeto de mayor calibre como los gritos y los insultos. Al principio son «tonterías» y por ello nos decimos que «no tienen importancia», que estamos siendo dramáticos cuando es algo «normal». «Mis padres también se dejan de hablar algunos días», «mi padre también llama gorda a mi madre», «mi madre también le chilla», es lo normal en las parejas, es imposible no enfadarse el conflicto siempre estará ahí entre dos personas porque «nadie es perfecto para nadie».
«¿Quién no se enfada?» «total, ha sido un pequeño grito», por ello, también optamos por hacer caso omiso. Pero cada vez crece la intensidad sin que podamos darnos cuenta. Nos hemos acostumbrado a ese diálogo interno. «No pasa nada, es así, las cosas son así para todo el mundo».

El punto más importante es el momento en el que dejamos de escuchar nuestro malestar personal para decidir seguir ahí. Si seguimos es por algo nuestro, hay que saber qué es. Si seguimos tolerando las faltas de respeto es porque no estamos siendo respetuosos con nosotros mismos. El primero en pasar de uno mismo es uno mismo. ¿Cómo pretender que los demás nos respeten si ante el malestar hacemos de tripas corazón y nos decimos «es normal, a todos les pasa»?
Ese es realmente el tema a solucionar. ¿Qué hago si me ha gritado y a mí me parece intolerable porque a mí ni se me ocurriría gritarle? ¿Qué hago? Pues me voy porque me está provocando malestar, entra en colisión con mi manera de comprender el amor y eso no lo quiero ya más. Y así, hago con todo el mundo. ¿Por qué deberían existir las excepciones? Si a mi padre se le va la pinza, me levanto y me voy. Pero es mi padre y ese vínculo no lo puedo cortar y no lo pude escoger. Si alguien externo me hace sentir mal, ese vínculo se puede cortar.
Y es posible que esa persona tenga temas por solucionar y por ello ha tenido esa reacción pero ¿tenemos que pagar nosotros el pato de otros? Creo que el cambio de mentalidad se opera cuando uno se escucha profundamente y deja de justificar la falta del otro. Podemos comprender el sufrimiento del otro, incluso podemos sentirlo, porque hemos estado ahí y somos conscientes de esa profunda laceración, de la ira que provoca y de la enajenación mental que logra tomar el control de nuestra persona. Somos totalmente conscientes, pero si nosotros lo hemos superado y sabemos que el control es posible ¿Por qué tenemos que aguantar, justificar y aceptar el descontrol de otros?

¿Me duele porque va en contra de lo que creo que debería ser? Pues fuera porque quedarse ahí anclado es seguir haciendo más de lo mismo. El foco de atención puesto en nuestras entrañas y escucharlo es lo que debería ser para evitar tropezar siempre con la misma piedra.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s