Caminante, al respirar…

El milagro de la escritura se opera cuando en dicho menester se pierde el sentido del tiempo y de uno mismo. La conciencia del ser es absorbida por la vorágine creativa y uno se suma al cuadro mental de la representación de cada escena, pasando a formar parte de la historia desde un prisma narrativo. Querer ser el omnisciente creador del todo no es tener complejo de Dios, sino zambullirse en un mundo paralelo, hecho a medida, olvidando la dimensión terrenal a la cual pertenece nuestro cuerpo pero no nuestra mente. Esto es solo aplicable a aquellos que se sienten como extranjeros en este mundo y todavía no han sabido hacerse el suyo propio.

Con el ejercicio de la escritura, el tiempo pasa indolente. Ya no sufrimos de incomprensión mundanal, ni tenemos que resguardarnos de la crueldad o el frío externos. Podemos ahondar en nuestros propios océanos en la soledad que nos confiere el cara a cara con la página en blanco. Las sensaciones pueden por fin ser vividas íntegramente desde los personajes con la total seguridad de que son exactas a aquello que experimentamos y podemos aparcar el miedo a ser malinterpretados por otros porque los protagonistas son una extensión de nuestra imaginación. También podemos sencillamente expresar lo que nos venga a la mente y dejarnos llevar por esas emociones que nos conducen a los laberintos del pensamiento.

Bunbury dijo «La ficción es y será la única realidad», no se me ocurre mejor frase. Fue adoptada como una de las máximas del pote de las esencias. Sin ficción, no somos nada.

«No se puede vivir así para siempre, hay que tener un cable a tierra, vivir en la ficción es peligroso». Me sigo preguntando sobre el porqué. Hay que trabajar y ser conscientes de uno mismo pero nunca se pregunta por los tipos de ficción existentes. Hay ficciones que buscan la evasión y otras reflejar el mundo desde el punto de vista de su creador. Se da por supuesto que desde el sillón de casa uno sabotea y no saborea la oportunidad de cultivar relaciones de cualquier tipo así como se da por sentado que «experimentar la vida» es algo muy bonito que una persona no se puede negar a sí misma.

Para empezar ¿Qué significa experimentar la vida? ¿Significa tener muchas experiencias vitales como sonrisas, lágrimas, emociones, subes y bajas? ¿Significa ser consumidores de emociones temporales? Suena como el cliché conceptual de «vivir la vida». Pues eso hacemos todos, ¿No? Cada uno a su manera: primero como se pueda y en función del menú desplegable de las oportunidades que cada cual tenga a disposición, como cada uno entienda que se debe vivir.

Hasta día de hoy mis experimentos han sido más bien fracasos que se han cobrado mi integridad mental y emocional. Es la primera vez que he llegado a un punto de «resbaladiza igualdad» o de «sudorífica glorificación». Las emociones negativas que me asaltan, por ejemplo el miedo, en un primer momento me afectan como siempre lo han hecho, pero automáticamente se dispara el gatillo de un «je m’enfoutisme» máximo. Tomo un distanciamiento emocional tan brusco que ni siquiera soy capaz de reconocerme a mí misma. Me siento segura y por primera vez en mi vida completamente a salvo de todo y no por haber construido muros, sino por haberlos derribado. Recuerdo que hace tan sólo poco menos de dos años sentía pavor por cualquier cosa y hasta lo más insignificante se me presentaba como un mundo inacabable de dudas.

A día de hoy, esta persona es alguien a años luz de distancia de ese ser atemorizado y manipulable que temía tomar cualquier decisión porque todo le parecía demasiado radical. Ese ser de fuerte apariencia era realmente endeble y quebradizo por dentro. Temía no ser querido y por eso siempre anduvo mendigando amor y atención. Era un ser lamentablemente inseguro, mermado hasta la no existencia que eludía exponer su verdadera persona. ¿Cómo eras de niño? Un torbellino decidido que hacía y deshacía sin el menor indicio de miedo. Una pizpireta graciosa que andaba por doquier como Pedro por su casa. ¿Dónde quedó la valentía de la inconsciente infancia? ¿Dónde quedaron las flores de colores? Supongo que todo murió cuando despertó la reflexión, comenzó el invierno y la emoción empañó el cristal de las gafas de lejos.

Cuando todo se mezcla en la cabeza y se hace un ovillo de todos los hilos emocionales que se poseen, es necesario vaciar el armario, rellenarlo de cajones y pintarlo de blanco y negro. El maniqueísmo se aplica única y exclusivamente en mi parcela interior. Sí y No. Tolerable, Intolerable. Las limitaciones son imitaciones necesarias para no volver a tropezar con la misma piedra de siempre.

Cuando se trata de cuestiones exteriores existen en la naturaleza una infinidad de tonalidades de grises. Reconocerlas, verlas e incluso apreciarlas no supone problema alguno siempre y cuando queden en el umbral de la puerta de entrada. Las veces que dejé entrar los grises del exterior, acabé perdida en un mar de dudas, de enigmas, de miedos. Miedo a decidir, miedo a decepcionar, miedo a equivocarme, a no ser querida, a la condena de la soledad hasta que la muerte nos separe.

Cuando hube comprobado que el miedo era ficticio e inventado por mi mente, engrosado por la seguridad aparente de que todos los demás parecían saber vivir y yo no, cuando me enfrenté al temor de estar sola que era uno de mis mayores e inconscientes espantos, cuando lo probé y lo viví, dejé de tenerle respeto porque todas las piezas del rompecabezas que siempre habían sido mi persona se fueron poniendo en su sitio poco a poco. No sin trabajo por mi parte, pero sí que se fueron poniendo en su lugar. El mundo exterior, la gente, las diversas opiniones, los grises y la multitud de «riquezas» me habían estado colonizando toda la vida. Me habían asaltado, se habían mezclado con mis ideas de base sobre lo que debe ser la vida y cómo deben ser las relaciones llegando a la conclusión que a mí lo que me funciona es el blanco o el negro en mi terreno personal. Y es verdad que parto de una idea, algunos la tachan de platónica, irreal o imposible porque «la vida no es así, la vida no es lo que tú quieres que sea» pero precisamente frases de este tipo son las que me hicieron claudicar y sumarme a la aceptación de las generalidades de grises que tanto hicieron perderme en la etapa anterior.
Sí, tengo una idea precisa de lo que creo que tienen que ser las cosas, de cómo creo que una persona debe comportarse con otra, de lo que el amor debería ser y de lo que sí hay que sentir y de lo que no hay que sentir. Aceptar cualquier otra cosa es bajar el listón y vivir con lo que hay, «porque esto es lo que hay y la vida es lo que es». Y quizás sea cierto, y quizás «esto es lo que hay y la vida es lo que es», pero también me ha quedado claro que uno debe aceptar o por el contrario rechazar.
Cuando acepté que las cosas eran lo que eran, caí en una profunda depresión que casi termina conmigo porque bajo el precepto de «esto es lo que hay» estuve a punto de suicidarme en vida. «Nadie es perfecto hija, y el hombre perfecto no existe» y de ahí casi me entrego a la calle sin salida de una relación que me estaba matando por dentro porque ¿Qué más daba si era este u otro? Puesto que nadie era perfecto ni lo iba a ser nunca, pues ¿qué más daba ese que otro?

El error de base fue, en primer lugar, aceptar que había que estar en pareja sí o sí. El segundo error fue el de no saber hacer el «blanco y negro» de lo que es tolerable y lo en ningún caso debe serlo. Cuando a uno lo han embutido en esa idea de «tolerancia» pues encuentra disculpable y justificable cualquier cosa. Cuando a uno lo han manipulado tanto con caritas de pena y otras sandeces que le han hecho aceptar el «esto es lo que hay», se ha incluso llegado a la violencia física pues la violencia verbal y psicológica ha sido dada por supuesta como algo «normal» porque todo el mundo lo hace, porque eso es así, pues la ley del péndulo tan natural obliga a una tolerancia cero radical. El problema es que no es solo por la ley del péndulo y por lo tanto reactiva sino porque los ideales de uno son así, blancos o negros. Lo que es, es y lo que no es, no es, punto. Y ante el «te vas a quedar sola toda la vida» pues como que ya está asumido porque quizás lo natural es estar solo y encontrarse con alguien con la misma manera de ver las cosas que quiera compartir una parte del camino de la vida junto a nosotros.

Quizás lo natural para mí, es lo antinatural para otros, porque lo que es o no es natural depende de los objetivos existenciales de cada cual. Porque si lo que prima es la búsqueda del amor entonces seremos más flexibles en los condicionantes y si lo que importa es la búsqueda de libertad, o el hedonismo, o la experimentación, etc pues todo se enfocará a conseguir el objetivo vital que importe en ese momento.

¿Pueden los objetivos vitales cambiar en función de la época? Diría que no, que el GRAN objetivo último es hacia el cual se dirigen las personas y permanece como telón de fondo para siempre. Lo que puede ir tomando diferentes formas en función del ámbito en el que se encuentre. El buscador de libertad la buscará en todas las parcelas de su vida: laboral, relacional, familiar, etc e intentará compaginar la libertad que es su máxima con todo lo anterior. A veces puede parecer que entran en colisión dos conceptos que son mutuamente excluyentes como por ejemplo la necesidad de libertad y el querer querer a alguien y compartir la vida con una persona. No creo que si se tiene una cosa no se pueda tener la otra, sino que se trata de conjugar necesidades y delimitar parcelas. No es fácil, nadie dijo que lo fuera y supongo que son necesarias muchas horas de diálogo interno para construir la casa perfecta para uno mismo y muchas horas de conversaciones externas para edificar una casa a medias con otro/s. Pero para que el milagro se opere es necesario entender la vida desde un mismo punto que la otra persona, con un vocabulario común donde los conceptos de base sean como las primeras piedras y signifiquen lo mismo para el uno como para la otra.

Después de años de uso y abuso, he llegado al punto de ser un cubito de hielo incapaz de conmoverse por chorradas. Es como si de repente todo el cine, los libros, la series de los que me he ido embebiendo a lo largo de la vida se estuvieran transformando en cemento con el efecto de la distancia emocional. Me siento bien, fuerte y por primera vez siento que estoy yendo por el camino correcto, por el mío. Por primera vez tengo un proyecto personal sólido e independiente que es el que se encarga de hacer que me levante por las mañanas que es el escribir la novela y por el camino intentar otras cosas, pues como relatado en las primeras líneas, es lo único que me distrae de la realidad y de su dolor.

Siento que me he establecido, finalmente, como persona individual después de demasiado tiempo de haber estado a merced de la voluntad de otros. Quizás ahora estoy un tanto reactiva y por eso cualquier interpretación de invasión de mi espacio rebota y no logra traspasar la pared de cemento. Cualquier intento de debilitarla o ablandarla se entiende como un peligro y mi mente sabe que por los microporos de la debilidad se cuela la tolerancia. Me debilita igualmente el trato con personas que no tienen la ideas claras o aquellas que siempre intentarán que aceptes las suyas porque he aprendido que cuando pones en tela de juicio la excesiva rectitud de las tuyas es el primer paso hacia la concatenación de desastres. Porque lo que siempre ha pasado es precisamente ponerme yo y lo mío en la equivocación con frases del tipo: «eres demasiado blanco/negro» «eres demasiado: intolerante» «demasiado exagerada», «demasiado inflexible» «demasiado, demasiado». Siempre ha sido mi dureza la que se ha puesto bajo examen porque no era feliz, porque tenía demasiados interrogantes y batallas internas a la hora de mirar hacia fuera e intentar comprender lo de dentro. Porque lo de fuera no se puede trasladar a lo de dentro pues son dos mundos completamente diferentes.

El de fuera proviene de lo gregario y de años de historia que ha tendido hacia un equilibrio social completamente desequilibrado a juzgar por cómo funciona el sistema. El de dentro proviene de la formación misma del individuo, el de las esencias todavía sin corromper que han sabido estar al resguardo de la colonización de este mundo que te dice que seas más tolerante y te desdibujes. Que aceptes las reglas físicas y las emocionales, que no persigas imposibles porque serás una amargada el resto de tu vida. Que no seas tan exigente contigo ni con los demás porque somos animalitos con conciencia pero animalitos al fin y al cabo. Y sí, rebajar expectativas y aceptar la mediocridad es parte de la vida hacia fuera. Hasta que un día me dije «Y ¿Por qué? ¿Por qué tengo que ser yo la que ande siempre errada? ¿Por qué no pueden ser los demás que estén equivocados? Es más, ¿Puede hablarse de un bien o un mal en esta vida? ¿No será que para algunos una manera de concebir las cosas puede ser la correcta mientras que para otros puede estar equivocada? Y si ese fuera el caso ¿De qué depende?» Pues depende precisamente de los objetivos que se persigan y de los conceptos que entren en juego en esos objetivos. Uno no puede salir al exterior blandiendo su propia espada, tiene que fundirse con la masa y pasar desapercibido sabiendo que la verdad no está ahí fuera sino aquí dentro.

Si uno persigue la independencia y le achaca una importancia primordial a la dignidad de vivir en base a unas creencias propias (no significa que sean ciertas pero propias), a la belleza (como cado uno la entienda), a la verdad, a la búsqueda de lo auténtico y original (en función de uno mismo), etc. Pues la vida se enfocará hacia la definición de esos conceptos de importancia para la persona. Poder acotarlos y caminar hacia ellos será indispensable. A veces esos conceptos no son tangibles y sólo conforman un horizonte hacia el cual dirigirse, una dirección a tomar. El sendero deberá ir trazándose a medida que se camina pues, como dijo Machado, «Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.»

Sea cual fuere, lo importante es sernos fieles a nosotros mismos a pesar de las críticas, las reprobaciones (especialmente si son sociales) y las múltiples desaprobaciones que irán obstaculizando y tratando de nublarnos el juicio. Hacia delante, siempre hacia adelante. Si lo que uno hace lo siente desde las entrañas, esa intuición es la que cuenta. Si más tarde uno se ha equivocado, será porque salió de uno mismo y no porque otros decidieron sobre nuestra (des)dicha.

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