Supongo que esta será una reflexión compartida por muchos y siento que, en este caso, tropecé con una razón fundamental sobre el porqué de las hecatombes afectivas. ¿Por qué hay tanta miseria en las relaciones? ¿Por qué casi todo el mundo se termina separando? ¿Por qué cada vez aguantamos menos? Al ser un tema que toca a la mayoría de las personas, es naturalmente también una de las parcelas con mayor número de expertos por metro cuadrado. Me gusta escuchar a los expertos de toda la vida en combinación con la sabiduría de los filósofos.
Lejos de pretender pasar por entendida en la materia, comparto una pequeña iluminación que me golpeó con la fuerza del rayo durante una de las largas caminatas que me proveen del espacio mental necesario para retomar el equilibrio interno tras algún accidente emocional.
Un séquito de pensadores me acompañan siempre y entre ellos se encuentra el gran referente capaz de disecar con quirúrgica precisión el fondo de cualquier cuestión, por muy compleja que parezca. Estoy hablando de Krishnamurti, un hombre que tenía la magistral habilidad de desgranar cualquier realidad poniendo de manifiesto «lo que es». Con la sencillez de un niño, decapaba una situación hasta llegar al mismo corazón y dejarla reducida a su esencia. Desde que lo descubrí me fascinó esta destreza para limpiar y ordenar el pensamiento y desvanecer cualquier atisbo de construcción humeante. Gracias a él tuve esta y tantas otras revelaciones fundamentales.
En este caso, la reflexión versaba sobre el pensamiento y cómo este había sido el responsable de los avances tecnológicos y de las mejoras en nuestra calidad de vida, pero, como anverso, había sido responsable de sanguinarias guerras, atroces matanzas, genocidios así como destrucción, dolor y sufrimiento. También el pensamiento ha sido el responsable de divididir a la humanidad no sólo a nivel religioso (cristianos, musulmanes, judíos, por citar los más comunes), sino en clanes y subgrupos. Cada vez el pensamiento y la tendencia social clasifica y divide con mayor fervor y lejos de darnos cuenta, el ser humano parece pedir mayor división y subclasificación.
Donde hay división, hay conflicto y guerra. Y ha habido conflicto durante más de 6000 años. El hombre desde que es hombre no ha parado de matar a sus semejantes ni ha cejado en dominar la naturaleza por percibirla como algo fuera de él. Porque la ha pensado, porque el hombre ha tenido conciencia, también ha sentido esta separación. El pensamiento ha creado división y ha traído conflicto, disputas, antagonismos y odio. El pensamiento ha engendrado conflicto fuera pero también internamente, dentro de cada uno de nosotros.
¿Qué es el pensamiento? El pensamiento es el resultado de la memoria. Si no tuviéramos memoria, el pensar no existiría. La memoria está basada en el conocimiento y la experiencia. Y no puede haber experiencia completa sobre nada. Siempre existe el «más», más experiencias, más conocimiento, saber más, vivir más. Donde existe el «más», hay medida y la medida nunca es completa porque es finita y limitada.
El conocimiento ha estado, está y estará restringido, ahora y siempre. Se puede añadir más conocimiento como lo hemos estado haciendo con la bautizada «evolución». Esta expansión, no obstante, queda circunscrita a los descubrimientos, a la propia evolución y por lo tanto es limitada. Así, el pensamiento como producto del conocimiento y de la experiencia también es limitado. Siendo limitado, el pensamiento, trate los temas que trate, tiene que crear inevitablemente conflicto porque cualquier cosa que sea limitada, cualquier concepto bien sea religioso o ideológico, cualquier ideal siempre será limitado y por lo tanto tiene que engendrar un enorme conflicto.
Asimismo, la idea, tan solo la idea del «AMOR» por estar pensada, por estar vehiculada por la palabra, ya está supeditada a la misma y por lo tanto hay una pérdida sustancial de su globalidad por querer encerrarla en una definición. El «AMOR» no se piensa, se siente en la inconsciencia, no se puede apresar en la finitud del lenguaje ni se puede definir porque a la que se define, a la que la conciencia irrumpe y trata de circuirlo, deja de tener su significado pleno y pasa a ser amor en minúsculas.
Ya nos adentramos en las relaciones con la idea preconcebida del «AMOR» y por lo tanto rebajada al mero amor. Ya empezamos con una definición de lo que «debería ser», surge el ideal, la imagen que proyectamos siendo la realidad «lo que es» bien diferente. Creo que cuando amas a alguien sencillamente no te das cuenta, no intentas plantearte si lo amas o no lo amas, lo sientes y punto. Tratar de racionalizar algo como el «AMOR» es perderse parte de su realidad.
Si buscamos el «AMOR» como la finalidad última, si lo queremos, lo anhelamos, indirectamente también lo estamos definiendo porque ¿Cómo perseguir algo que no sabemos lo que es? La actividad de la mente es ineludible. Por lo tanto, la búsqueda de este producto de la mente no tendrá como fruto el encuentro de la totalidad. Es imposible. La totalidad se encuentra cuando no se busca precisamente porque no está presente la actividad mental.
AMAR, por lo tanto, es una experiencia que debe ser vivida pero no pensada y solo se puede amar en soledad pues es una vivencia personal. Según Fritz Perls: «La soledad es en realidad el lugar en el que se puede conectar con el sentimiento de pertenencia a lo humano».
Buscar el AMOR total en una relación es una equivocación, sólo encontraremos el amor parcial porque una relación entra en un formato determinado con un vocabulario determinado, un etiquetaje, unas limitaciones que ya no son «AMOR» sino amor.
Por lo tanto, no se puede aspirar a un amor universal desde un mundo material, sujeto al tiempo psicológico, a la separación y a la identificación del individuo.
Establecer una relación significa la intervención del pensamiento, la definición, el formato preestablecido del que somos semi conscientes. Aunque esté de moda hablar de la pareja consciente, a pesar del diálogo, de la toma de conciencia y de toda la buena voluntad de que se pueda hacer gala, el formato será formato al fin y al cabo. Más abierto, más cerrado, más o menos consciente, pero formato acotado.
A pesar de los acuerdos, de los acordes y los desacuerdos el error es siempre el mismo, buscar lo absoluto dentro de lo limitado. Especialmente a los perfeccionistas que andan persiguiendo el ideal que no llega nunca, es sencillamente imposible.
La pareja no es amor universal, la pareja es semi-amor, tan solo una parte de ese sentimiento global que con el tiempo, imagino, puede convertirse en un amor amplio y sin condiciones. Inevitablemente la persecución de lo absoluto, del ideal y la inconformidad con la parcialidad nos destina a la soledad. El objetivo es demasiado puro, etéreo y abstracto. Es un concepto platónico que no puede ser materializado porque al atraparlo en un formato, deja de ser total.
Este es un «zasca» en toda regla. A ver cómo me bajo del burro y me hago consciente de que a veces lo que no se puede, no se puede. Otra perla del señor Perls «Sin toma de conciencia no hay nada, ni siquiera el conocimiento de la nada».