La pasividad activa no es, en modo alguno, lo mismo que la activa pasividad. Tampoco es un juego de palabras, el orden de los factores en este caso sí afecta al producto. Si se puede recuperar algo de TODAS las lecturas en contraste con las experiencias vitales es, sin duda alguna, que mantenerse pasivamente activo muestra el camino para cada uno de nosotros.
La pasividad activa es el estado de observación desde un punto fijo que es la alineación de los tres centros vitales: mental, emocional y visceral.
La activa pasividad es la que tenemos la mayoría de nosotros por ignorancia y emulación. Parecemos activos, nos movemos, hacemos, quedamos, vamos y venimos, pero en el fondo las actividades son mero entretenimiento. En realidad no hacemos nada, estamos con el piloto automático puesto y, como resultado, el conjunto queda vacío. En la corriente new age del mundo del desarrollo personal lo llaman adormilamiento. Krishnamurti solía decir que hasta las religiones son una manera de pasar el tiempo.
La activa pasividad es la actitud reactiva en la que uno se mueve en función de la dirección del viento exterior y porque «hay que» o «se debe» hacer.
No es palabrería, en todo caso es una realidad empírica y por lo tanto comprobada desde uno mismo. De todas las batallas libradas, la única que ha dado sus frutos en consonancia con aquello que sí necesitaba ha sido la batalla pasiva. Un combate doloroso pero sin sufrimiento, sin conflicto, un fluir de la energía sin obstáculo alguno. «Dejar ir, dejar marchar y si aquello que sueltas es para ti, volverá». Plena confianza en la vida porque del modo inverso, las veces que he salido a buscar algo pensaba desear o querer ha terminado en batalla campal, guerra mundial, un desastre de magnitudes tóxicas para las partes involucradas.
La famosa frase «Dios proveerá» no es en realidad ninguna milonga religiosa, sino algo mucho más profundo, pervertido por el uso y significado del lenguaje. Llámese «Dios» o dígase «Universo» el caso es que reposa en esta afirmación una verdad comprobada. Aquello que estamos preparados para comprender, nos será desvelado a su debido tiempo y harán falta muchas experiencias similares para finalmente ser capaces de observar la realidad desde la desidentificación, desde esa pasividad objetiva.
La revelación de la verdad solamente se operará cuando estemos en estado de observación constante, en estado de alarma y, de alguna manera, separados o desapegados de nosotros mismos y de la interpretación de la realidad así como de nuestra identidad. En la retaguardia de la vida, con los ojos bien abiertos, haciendo aquello que proviene del centro absoluto de nosotros mismos, sin reaccionar, sino desde la acción y respeto por la alineación de esos tres centros vitales. La pasiva actividad. En este estado, sin ir donde nos lleve el viento, sino manteniéndonos firmes y anclados aunque maleables y flexibles, se nos mostrará el camino a seguir y aquello a lo que hemos venido. Las cosas vienen sin esfuerzo.
Estar escribiendo estas palabras resulta un choque cósmico con el escepticismo científico con el que naturalmente hemos sido adoctrinados, pero no puedo hallar otra explicación para aquello que acaece cuando la quietud de la mente se opera y se despliega el arsenal universal de alumbrado público al abasto de cualquiera. Nada, absolutamente nada, de lo que he hecho voluntariamente en mi vida me ha dado réditos. Fui educada en la convicción de que «querer es poder», en el sacrificio, el esfuerzo, la lucha contra viento y marea. «Quien algo quiere, algo le cuesta» y toda una retahíla de perlas campales que, con el tiempo, han ido demostrando el error de las creencias y hasta qué punto estamos en la penumbra a la hora de tomar decisiones normalmente regidas por el raciocinio del pensamiento. Las garrafales equivocaciones han sido producto de la mente pensante, jamás de la intuición y del saber universal que cada uno de nosotros alberga. Hay que sentir la verdad, no lo puedo explicar de ninguna otra manera.
Y siento que estos últimos meses han sido un infierno, una lucha contra los planes del universo que han resultado en dolor y rabia, en el no respeto, en el herir, en el buscar convencer y ser convencida. Nada ha fluido naturalmente y, en consecuencia, un hastío vital se ha instalado. Una desalineación de los centros vitales y, por lo tanto, una confusión generalizada se había instalado permanentemente. Extravío y desorientación han estado imperando en estos últimos tiempos. Pero como siempre ocurre con estas cosas, una vez experimentas la verdad, sabes reconocer esa sensación cuando la hallas de nuevo. Así ha sido esta mañana. Salir de la cama, respirar y estar nuevamente en calma y reconciliada con una misma. «Me perdono por ser demasiado humana por no ser aquello que pensaba que era, no, todavía queda mucha sombra que alumbrar.» Así es también el sendero de la vida, momentos de paz y gloria, momentos de conflicto, luz y penumbra forman parte de la misma moneda y no pueden existir la una sin la otra.
No pido que me perdones, no escribo estas líneas para ti, las escribo para mí, para recordar lo que olvido con demasiada insistencia. Por algo será.
Cuando se «hace» para lograr algo, ponemos la finalidad en un objetivo. La motivación es externa a nosotros y la pregunta es siempre ¿Para qué se hace lo que se hace? La verdadera acción proviene del centro de nosotros mismos, del hacer porque experimentamos un gran placer en aquello que hacemos pero sin esperar que se materialice en nada. No hay expectativas de nada, sencillamente se hace porque sale de lo más profundo, directamente de la esencia.
Has sido un gran maestro, gracias a ti me he descentrado, he sufrido y he desenterrado la mierda más baja y absoluta que estaba presente en mi ser. Ahí sigue estando aunque me tuviera por alguien trascendido. Los caminos del ego son inescrutables e insospechados. Un viaje excepcional, espero que tú hayas aprendido tanto o más que yo. Gracias.