SEGUNDA PARADA cósmica. Mis cadenas y grilletes empezando por la ignorancia disfrazada de escepticismo y orgullo. Contextualizando el porqué de la PRIMERA sesión de meditación.

Porque la vida es sabia y te pega un bofetón cuando menos te lo esperas, pero cuando más lo necesitas, apareció en mi vida una persona que me descentró como hacía años que no ocurría. Mea culpa pues, de alguna manera, hice una petición voluntaria (y no es broma) para que el universo me mandara un Maestro. Y llegó, ¡Vaya si llegó! Por aquellos entonces había terminado la primera fase, si es que existe fase alguna, de autoconocimiento. Había experimentado el llamado orgasmo mental al tomar conciencia de los principales problemas que habían regido mi vida subrepticiamente y pensaba que había trascendido las mareas de rabia con las que no había podido lidiar hasta entonces. Pasé un año leyendo ávidamente todo lo que caía en mis manos sobre la sombra del ego, escuché todas las conferencias que el algoritmo de Youtube me presentó.

Estaba experimentando una paz absoluta desde hacía ya un tiempo y me sentí lista para acoger a alguien en mi vida así que, leyendo las 7 leyes universales de Gerardo Schmedling, vi que sólo tenía que formular una petición activa y el deseo me sería concedido. Así lo hice. En pleno uso de mis facultades, me concentré y pedí al universo que me mandara un Maestro. Yo tenía una idea en mente y llegó algo completamente diferente, un Maestro como tenía que ser y no como lo que yo quería que fuese. Un Maestro que me sacó de mis casillas en más de una ocasión, que puso a prueba mi resiliencia y de manifiesto la poca paciencia que pensaba tener. En ningún momento sentí rabia así que pensé que había trascendido dicha sensación y que había logrado dominar la ira. Sin embargo, se instaló en mi cuerpo un dolor lacerante y constante que me provocaba una tensión insoportable en espalda y hombros.

Asimismo, dejé de dormir. Si esta actividad tan necesaria en sí, ya no es santo de mi devoción cuando estoy descentrada lo es todavía menos. Pasé a descansar entre tres y cuatro horas por noche y activé un mecanismo automático del que sólo ahora me doy cuenta: el hacer compulsivo. El ocupar todo el tiempo posible siendo productiva, materializando el tiempo en proyectos y no dejando espacio mental para la contemplación. Cualquier momento no ocupado era una pérdida de tiempo de la que nacía una ansiedad que no me dejaba respirar. Pero bueno, los ataques de ansiedad estaban controlados desde la primera fase y sabía cómo respirar para que no ocurrieran. Hicieron algún amago pero remitieron rápidamente. El cuerpo tuvo que inventar un nuevo dolor para hacerme señas de que algo no estaba andando bien. El peso de la cólera seguía allí, invisible pero socavando la resistencia mental.

Debilitada por el dolor físico y no sabiendo qué hacer para que cesara la tensión que ni siquiera era voluntaria, se pusieron en marcha toda una serie de procesos inconscientes hasta bajar al pozo más oscuro de las cavernas del propio ser, ahí donde reside la inmundicia más pestilente, esa diarrea líquida del yo profundo que, como el magma, se encuentra en las capas más bajas de la psique humana.

Esta vez desde otra perspectiva reviví todo el pasado. La misma historia de siempre, pero desde un punto de vista más «consciente» aunque todavía en mucha penumbra. ¡Mierda! Sentía que no había aprendido nada, sólo había estado entrenando mi ego para que se hiciera más sutil y difícil de sorprender. La lucha seguía estando presente, el conflicto y la rabia transmutados en silencio y quietud aparentes. No obstante , mi mente seguía siendo un hervidero de ideas, de conceptos aprendidos, de amor universal y aceptación plena pasando por alto el hecho más evidente: no estaba aceptando que no estaba aceptando. Resulta tan obvio ahora que no comprendo cómo no pude darme cuenta. Pero lo cierto es que no me di cuenta, oscuridad absoluta.

¡Mierda! NO TE ACEPTO, es tan fácil decirlo, pero tan difícil a la vez porque tiene una segunda parte: NO TE ACEPTO PORQUE SIGO SIN ACEPTARME. Ostión vital en toda la cara, vamos por la segunda mejilla, no hay una tercera así que más te vale aprender. «Yo pensaba», «estaba convencida», «creía», «era consciente»… NADA, NADA Y, otra vez, NADA.

Llovieron acusaciones, violencia verbal, sentido de injusticia, desprecio, ganas de herir, de escupir, de menospreciar y sé hacerlo divinamente. No me vanaglorio de ello, pero tengo la maravillosa capacidad de hilvanar las palabras para crear estados anímicos y cuando me propongo despreciar soy maestra en lo mío, tal cual lo describió Bukowski. Jugué a ser el genio de la multitud y fui figura en ello. Reacción e hiperreacción y todo eso en nombre del amor… madre mía, sigo siendo caústica y tóxica para mí y para todo aquel que se me acerca.

A sabiendas de ello, decidí quedarme en estado pasivo sin hacer nada para solucionar nada aceptando que las cosas eran así perfectas y que habíamos llegado al extremo de lo humanamente posible. Has herido y cualquier paso adelante es un nuevo pretexto para liarla todavía más gorda. Cualquier palabra o suspiro serán malinterpretados, te tacharán de loca o peor aún, de enferma mental. Deja ir porque esto ya no tiene perdón ni solución. Siente y abraza el sentimiento de lo que sea. Dolor, pena, arrepentimiento, angustia. No intentes comunicarlo a nadie, solo a ti. Déjalo por escrito para acordarte de los pasos sobre los que nunca tienes que volver y, si has aprendido la lección progresarás. Si no, la vida te traerá otro Maestro y, de forma diferente, volverás a reaccionar del mismo modo aunque te parezca que no porque eres doblemente consciente. Y así, hasta que no aprendas la lección, seguirás atrapada en la rueda de hámster.

Y ese Maestro apareció por la puerta de atrás. Un gran y viejo amigo que tomó un camino diferente, como todos los que me rodean. Él optó por la meditación, se fue a Tailandia de retiro espiritual y volvió como «entrenador mental». Una persona a la que admiro por su profundidad e inteligencia emocional y con quien siempre me he llevado bien, que tiene mi total confianza y con la que me siento a gusto porque posee una capacidad infinita de hacer sentir bien a los demás.

Así, apareció del silencio. Es de estas personas que acompañan los recuerdos felices durante toda la vida. Ya habíamos conversado largo y tendido sobre los efectos beneficiosos de la meditación, al menos para él. Yo seguía dudando de que sentarme a tomar consciencia de mi respiración pudiese aportar claridad a este manicomio, pero teniendo en cuenta de que el ego se había apoderado de mí y esta vez en pleno conocimiento de su presencia, estaba dispuesta a saltarme las resistencias internas.

Y así hice: LA PRIMERA SESIÓN de meditación con Marc Granja. Si alguien tiene dudas, consultadlo con él. Todavía sigo en shock cósmico haciendo acopio de sensaciones. De momento y por hoy, aquí lo dejo.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s