Este sagrado silencio…

Deslavadas y desleídas han quedado las razones que por su naturaleza misma, razón, sólo tienen peso en el pensamiento, pero no en el corazón.

Separación, conflicto, soledad aceptada como destino irremediable para los asociales, estampa de mi mente, realidad a medias.
Buscando conectar desde la desconexión, extraña sensación.
Hice lo que aprendí pensando que era yo.
Somos el monstruo y el ángel, el niño y el adulto, el frío helado o el abrasador fuego cavernoso, las tinieblas y su opuesto, la bondad y la maldad, la cara oculta de la luna que ante el prójimos se desvela sin permiso. Como también somos y no somos, partes inacabadas de un todo imperfecto.

Yo también me siento náufraga de esta oscuridad que pensaba iluminada. Me voy a pique con mi buque de guerra acostumbrado a surcar razón y seguridad a partes iguales y dejando a su paso estelas de rechazo, miedo y tristeza.

Con la ira por bandera, traté de anular la pesadumbre y nunca quise volver a pisar la melancolía.
Pero la rabia se ha disipado y el doloroso vacío se ha instalado.

¿Qué nos queda?
El silencio y el recuerdo de la imagen. El silencio es de oro, un sigilo cercano. Lo desgarrador es aprender a ser desconocidos aunque un susurro llegue de forma viperina: nunca os acabasteis de conocer.
Unas manos perfectas, un hermoso rostro, el más bello que haya visto, sin duda. Un corazón de elefante con patas de mosca y un velo de dolor verde que tiñe los sueños rotos. Una serena quietud se instala acompañada del lamento de un saxofón.
Un candor nace en el estómago. No importa lo lejos o cerca que estés. Estás. Prefiero la distancia silenciosa que la cercanía atormentada cuando queda tanto de uno mismo por revelar. La lentitud del tiempo y la paciencia harán el resto. La aceptación de lo incomprensible, la maleabilidad y quizás sean esos los secretos del Santo Grial.

Pienso en la asombrosa maravilla de la creación, en lo que tuvo que pasar para que nos encontráramos y en lo que, inevitablemente tenía que ocurrir para el desencuentro. Lo hice lo mejor que supe, abrí todas las puertas sin filtros, pensé ser coherente y directa en lo que quería pero es el nuestro, quizás, el más común de los males: la falta de comprensión por no hablar el mismo lenguaje. No llegamos a tiempo de hacerlo mejor.

Esta tierra se queda en barbecho, no quiere acoger a nadie más, sigue intacta la parte de tu alma instalada en mi cuerpo, aunque te parecieran narcisistas, esquizoides y solitarios los momentos de recibirla. Esos instantes compartidos fueron para mí de los más reales y verdaderos. No estábamos ni tú ni yo.

Como dijo un amigo: «À chacun sa vérité». Sin juicios, sin moral, sin nada. Las laderas de un sueño.

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