Se nos fue un año más y nos queda un año menos. Se esfumaron 365 días rebosantes de esperanzas, de intentos, de fugas y, finalmente, de confrontación, dolor y aceptación. Se vivió un año de amor, el año del amor. Por estas misma fechas el año pasado deseé aprender a amar. No fue una frase hecha, fue una frase sentida. Deseé aprender a reconocer aquello que no podría cambiar y a aceptarlo. Deseé aprender a querer tanto que deseé tener el valor y la fuerza suficiente para dejar ir aquello que no podría cambiar.
Las luchas internas me llevaron a tomar medidas extremas, consultar con un experto. Las mismas luchas de siempre, la misma yo de siempre que pensaba haber cambiado y que había iniciado un viaje hacia el interior reconociendo esas sombras que siempre la habían acompañado. En esos principios creí comprenderme y ciertamente así fue. Era tan solo la punta del iceberg. Me lancé a buscar, nuevamente, fuera aquello que de ninguna manera podía encontrar sencillamente porque no sabía, y sigo sin saber, lo que busco.
Me di cuenta que mi amor seguía lleno de expectativas y de ideas preconcebidas y cuando tomé conciencia de la dictadura a la que sometía a aquellos que decía querer, dejé de hacerlo y empecé a observar. Observar tan sólo y poco a poco, en silencio, le di paso a mi voz, un susurro que los oídos apenas oían. Con ayuda y durante seis meses fui fortaleciendo un sonido que estaba muy dentro hasta que al final dejé que gritara: «no te sientes escuchada, como siempre. Estás donde siempre y estás aceptando como siempre cosas que no quieres para ti.»
Me sentía oída, pero no escuchada ni comprendida en lo más profundo de mi ser y por lo tanto no me sentía ni amada ni respetada porque cada palabra mía era una defensa tuya hasta que me callé, como siempre, para no pelear. Recriminación tras recriminación, acusación tras acusación, de los unos y de los otros, decidí dejar de mirarte a ti para mirarme a mí y evaluar que aquello tuyo en realidad era algo que yo también estaba haciendo.
¿Quién era yo para decirle a nadie cómo debía vivir? Eso ya no era amor, pero si esta fuera la última noche que viviera la querría pasar a tu lado porque te dejé ir completamente enamorada porque sentí que allí no había nada para mí. Yo decidí emprender un viaje con ayuda y me avisaron: «si lo haces prepárate para una separación en menos de un año porque empezarás a comprender por qué estás en las situaciones que estás. Si la otra persona no te acompaña y se hace cargo de su persona, si no se responsabiliza de sus reacciones, te marcharás porque los caminos se separarán. Tú ya no serás la misma.» Aún así, decidí hacerlo porque por mucho miedo que tuviera, quería dejar de sentirme bloqueada por la mente pensante y quería aprender a escuchar esa intuición acallada a través de los años por mutilación al filo de la lógica.
Te tengo de dejar ir y llevo procesando inconscientemente la información porque no quería hacerlo, porque me hubiese gustado estar contigo siempre, como dijimos, hacer todo cuanto imaginamos. Echo de menos nuestros planes «inempezados». Pero no puedo quedarme sin comprometer mi bienestar actual y eso me parece inegociable. Las cosas cambiaron con el tiempo y mi desarrollo.
Te quiero y me quiero y por eso mismo te dejo ir aunque tú no lo entiendas todavía y quizás no llegues a entenderlo nunca. No te guardo odio, resentimiento ni rabia, sino ternura y un dolor tan profundo que no hubiera podido imaginar. Y el dolor es tan real porque esta vez siento que hay un cambio verdadero en mí. Intenté explicártelo, pero solo recibí acusaciones y malas palabras que comprendí y no te rebatí porque no tenía sentido hacerlo. No quise hacerte daño, esta vez procuré hacerlo bien y a la cara sin salir por la puerta de atrás. Salí corriendo pero por donde entramos.
No me sentí escuchada, sí oída pero no escuchada ni comprendida, quizás tú tampoco. De hecho me sentí profundamente herida y ofendida cuando bronca tras bronca utilizaste mis secretos para girarlos en mi contra alegando que lo que estaba viendo y sintiendo era producto de mi imaginación. Par mi fue un insulto intolerable que me precipitó por la puerta en menos de lo esperado.
Es posible que fuera una persona tóxica para ti si tantos miedos e inseguridades te generaba. No lo sé, pero lo mejor que se pudo hacer es terminar. No quería perderte, mi vida, porque eres una persona maravillosa con todas tus inigualables cualidades y con todos tus defectos también inigualables, pero ahora no es el momento de conectar de nuevo. Para mi salud mental y la tuya el silencio, este sagrado silencio, y la distancia son más que beneficiosos. El tiempo y el espacio con el trabajo personal lo curan todo y quizás, cuando estemos en un lugar habiendo sanado aquello que tengamos que sanar, por supuesto que hablo por mí, y dispongamos de mayor comprensión, nos será posible compartir desde la abundancia y no desde la necesidad. Espero que la vida vuelva a cruzarnos en otro momento porque gracias a ti me he dado cuenta de mí. Por ahora, la mejor forma de cuidarnos es en la distancia.
Había demasiadas cosas que tenía que comprender de mí antes de entablar una relación y te pido disculpas por haber pensado que podía estar contigo y que todo sería diferente, no lo supe hacer mejor. Pensaba que había llegado el momento de compartirme desde la comprensión pero no, no lo era.
Seguía sintiéndome responsable de la vida de los demás y seguía mirando hacia fuera en vez de mirar hacia dentro y escuchar mi estómago gritar «por ahí no es». Seguía haciendo lo que he hecho siempre, engatusarme a mí misma desoyendo y manipulando mi pensamiento para racionalizar una sensación y así poder tranquilizarme.
Si por ahí no es, entonces no es y así lo hice esta vez. Por ahí no era. Traté de comunicártelo de varias maneras pero no me sentí contenida ni respaldada. Me dijiste que todo era mi fantasía o sencillamente reaccionaste a la defensiva como siento que sueles hacer en demasiadas ocasiones. Por mi evitación del conflicto, no quiero hablar, prefiero callar pero todo se termina agravando. Hay algo que no funcionaba bien desde la misma base de la relación. Me tomo la responsabilidad al 50%, el otro 50 es tuyo y tú sabrás qué hacer con él.
Sigo sin saber estar conmigo misma y, a pesar de que amo la soledad, temo estar condenada a ella y no elegir libremente por no saber decir «hasta aquí». Sigo sin saber establecer mis prioridades y, sobre todo, mis límites. Y hasta cierto punto sigo siendo una dependiente sentimental aunque parezca fuerte y sólida. Todo se puede aprender y la esperanza me empaña el presente. Me siento llena de felicidad a pesar de la tristeza del final pero estoy contenta y feliz de saber que existes y de haberte podido conocer y haber tenido el valor de conocerme a mí misma.
Y sí, quizás el amor sea para los valientes, para aquellos que confrontan las situaciones con las que no están de acuerdo, para aquellos que ponen límites, para aquellos que utilizan la mente en línea con el corazón, para aquellos que dejan de querer ser niños eternos y empiezan a responsabilizarse de sus emociones y no se las cargan a los demás, para aquellos que saben lo que les conviene, lo buscan y lo quieren, para aquellos que saben decir que no y no por ello se sienten culpables ni desagradecidos, para aquellos que dejan de querer ocuparse de la vida de los demás para primero ocuparse de la suya propia y para aquellos que por respeto a lo que no les gusta se alejan de aquello que entra en conflicto con sus valores de base.
Nadie está equivocado, cada uno tiene su proceso de conciencia y cada uno llega donde tiene que llegar. Lo importante no es morir, eso es inevitable, lo importante es aprender a vivir con uno mismo dignamente y la dignidad es otro concepto que depende de cada uno.
Feliz año nuevo mi gran amor.
Me despido con un verso de Neruda:
«Es tan corto el amor y tan largo el olvido»