Aunque la ansiedad esté ahí, aunque respirar se haga un mundo y a pesar de los despertares en sobresalto en plena noche, se respira tranquilidad. La confianza en que todo va a ir bien se ha convertido en un axioma indiscutible.
El ruido ha cesado, no se oyen las voces ni la jarana de los demonios del subsuelo, tampoco hay rastro de la ovación del público. A veces algún aplauso asoma su eco, hace sonreír y pasa como si nunca hubiera existido. No queda huella en la arena. El mar arrambla con lo que sea. Todo fue devuelto al universo el mismo día de la toma de conciencia: nada de esto que acarreamos es nuestro. Toca ir desnudándose, con arte y lozanía. La armadura ya no sirve para lo que andamos buscando.
Púdica de nuevo, mimosa y recata, no por ello remilgada, la vida continúa impulsándonos hacia arriba. Seguimos escalando nuestras montañas sagradas y loquenodebesernombrado se violenta con un susurro que pasa por ahí, como quien no quiere la cosa. Surcamos aguas residuales con la sonrisa en los labios y nos zambullimos en lodazales recogiendo el guante del honor. Exhumamos cadáveres, reagrupamos muertos y rescatamos vivos. Fluimos con la corriente que ha de llevarnos al mar, ese mar que todo se lleva.
La inmensidad es el fin de la pequeñez en la que estamos inmersos. Volvemos lenta y pausadamente hacia la matriz de origen, el inicio de nuestro todo es también el final del mismo.
Somos grandiosos, hagámoslo valer haciendo absolutamente nada pues ya lo valemos.