Eulalio que era un hombre pulcro y correcto allí dónde los hubieran (o hubiesen) estaba recogiendo sus enseres de trabajo. Estos eran un ordenador y sus tropecientos mil cables. Se desplazaba considerablemente poco, pero cada vez que lo hacía llevaba con él su ordenador, el móvil, sendos cargadores, los auriculares, el cable DFV, el cable BHY y los cables QTJ, ATPC, MLP, HDP.
Con el tiempo había aprendido a enrollarlos debidamente sobre sí mismos para evitar las marañas y, aún así, se daba cuenta de que, incluso apresándolos con gomas, estos no respetaban los códigos de la buena conducta, eran salvajes, no disponían ni de ética ni de moral y hacían lo que vulgarmente se conoce como «lo que les sale de los cojones».
Cada vez que Eulalio, tenía que montar su oficina móvil y desplegar todo el material, se lo llevaban los demonios porque estos los «putos cables de mierda», como él los llamaba en secreto, pues al ser tan recto no podía permitirse las explosiones de rabia, se liaban y no había manera humana de desliarlos.
Conmocionado por el caprichoso y testarudo comportamiento de los hilos, se dirigió a la tienda de informática a ver si allí habían encontrado la solución a tan perturbante problema.
-Buenos días caballeros, necesito que me provean ustedes con algún método, el que ustedes mismos empleen, para enrollar los cables sin que estos se líen.
Los chicos de la tienda lo miraron, se miraron, lo volvieron a mirar sin comprender el objeto de la pregunta. Quedáronse mudos de sorpresa a lo que Eulalio, impaciente porque «aquellos monos humanos» no parecían querer colaborar con tan tamaña preocupación, se indignó y subió el volumen de la voz para que le comprendieran (o comprendiesen) mejor.
-Digo que quiero un aparato, si es que lo hubiera o hubiese, para enrollar los cables y que estos no se líen entre sí cuando tengo que desplazarme por razones que no vienen al caso aunque normalmente sea por trabajo.
Uno de los chicos, el más espabilado, le comentó que ellos no disponían de nada similar, pero que en una conocida empresa de cacharros de tecnología seguro que lo encontraría porque tenían de todo. Sería tonto de no pasarse por allí.
Eulalio que de tonto no tenía un pelo, decidió hacerle caso al simio de los ojos saltones y se fue con su Hyundai verde botella (en esta página no hacemos promoción de marcas comerciales) en busca de la solución a todos sus problemas vitales. Si lograba encontrar la piedra filosofal, dejaría de tener que filosofar inútilmente y podría filosofocarse por otras cosas como por ejemplo el trabajo que tanto dignificaba a las personas.
Antes de llegar al mencionado almacén, primero dio cuatro vueltas a la manzana, llegó hasta su casa, se dio cuenta de que la dirección era incorrecta, volvió a la tienda de informática de los monos humanos, se apeó del coche y entró de nuevo a preguntar la dirección de los almacenes milagrosos. Esta vez, el menos espabilado de los dos, el de los ojos hundidos, le dijo que para llegar a su destino tan solo tenía que seguir recto un par de kilómetros sin desviarse ni desvivirse.
Eulalio dio cortésmente las gracias y desapareció por la puerta con la cabeza bien alta. Volvió a montarse en su Hyundai verde botella (en esta página no hacemos promoción de marcas comerciales) y condujo en línea recta aunque hubieran (o hubiesen) curvas. «Cómo es la gente joder… me dice recto y esto es sinusoidal, ¡Qué poco sentido de la exactitud!». Los dos kilómetros le parecieron dos eternidades de mil metros, pero por fin llegó a su destino.
Una odisea fue encontrar la entrada, pues hacía quizás dos eones que no entraba en ningún agujero de la suerte. Tuvo que preguntar a algunos transeúntes para que le indicaran el camino y él terminó colándose por la de salida porque estaba mareado de tanto buscar. Las indicaciones estaban lejos de ser precisas y que se atrevieran a decirle algo que él les demostraría que los carteles los había colgados algún patán anal-fabeto.
Cuando descubrió las entrañas de los almacenes, estuvo un buen tiempo dando tumbos sin saber exactamente lo que buscaba. Se entretuvo en la sección de videojuegos pues era un señor muy enseñoreado, pero un niño grande. Disfrutaba en secreto (por supuesto) de los videojuegos. Unas gafas de realidad virtual… «¡Toma toma! Podría ver a Cristina Scabbia en 3D, mi sueño mojado se haría realidad y podría pedirle al mandril ese de Barcelona que me grabase o grabara un audio en italiano así parecería que me lo estoy realmente montando con la Scabbia». Cogió las gafas y la última versión de pokemon mételelverso, para disfrutar en soledad.
Pasó, no obstante, por una de las maravillosas dependientas siempre sonriendo para pedirle el tan ansiado aparato enrollador de hilos.
La mujer, sin dejar de sonreír, le dijo que no sabía lo que le estaba pidiendo. Eulalio insistió explicando con pelos y sin señales, porque era muy vulgar expresarse con las manos, lo que estaba buscando. La mujer lo miró con cara de besugo. Eulalio lo dejó por imposible, tendría que hacérselo él mismo, como todo.
Llegó a su casa impaciente por probar sus nuevos juguetes y cuando hubo terminado con el rollo de papel higiénico de tanto usar las gafas de realidad virtual, por supuesto con pokemon, se le ocurrió enrollar los cables al cartón. Idea que, naturalmente, no funcionó porque, quizás, sería conveniente serenarnos y abandonar los imposibles.
Mal de muchos, consuelo de tontos, recurrimos a la ciencia y a la Segunda Ley de la Termodinámica que establece que todos los sistemas cerrados tienden a maximizar la entropía. Sí o sí, el Universo tiende al caos y ni qué decir tiene que lo hacen los cables y nuestros pensamientos.
Por mucho que tratemos de ordenar, apilar, clasificar… las ideas serán cables cuya maraña estará en el origen de la genialidad.