A Juana le había caído un yunque en el pecho. Una sensación de ahogo la mantenía corta de soplo. Inspiración interrumpida. ¿Ansiedad, exceso de futuro?
Juana estaba a las puertas de un forzado cambio de localización. Ya no podía seguir en aquel lugar porque había dejado de tener sentido y tampoco sabía hacia dónde dirigirse. Había perdido el norte y la cabeza por un pueblecito de la costa que se le antojaba idílico, no por el lugar en sí, sino por la luminosidad de sus gentes. Tampoco su trabajo la satisfacía ya y se imponía aquí también una reinvención a marchas forzadas, a pesar de ser consciente de la suerte que tenía y estaba dispuesta a mantener su estilo de vida como fuera.
La sensación de ahogo provenía de una sobrecarga emocional, sus inquietudes pesaban en demasía y su rebelión quería salir de su pecho, pero Juana no la dejaba expandirse. Inseguridad interior, frustración por la situación en la que se encontraba. El corazón le latía con mayor impetuosidad y parecía tocar a la puerta con una vehemencia nunca antes sentida. «¿Hola? ¿Hay alguien en casa? ¿Puedes por favor abrirme la puerta para dejarte sentir?¿Qué quieres hacer tú y solo tú sin que nadie ni nada cuente en la decisión?»
De nuevo se veía dependiente de los factores externos, tal era su esencia, pues la vida para Juana solo trascendía si la podía compartir con alguien. Años le costó reconocerlo. Juana se dedicaba a unir retales de historias. Era una actividad que se le daba especialmente bien, pegar fragmentos cuyo resultado desembocaba en una nueva creación unida por un hilo invisible.
Al aislamiento se había acostumbrado para evitar dolencias innecesarias por no saber lidiar con los de su misma especie. Para protegerse, había resuelto guarecerse en su urna y cortar todos los vínculos afectivos que tenía, pocos de por sí. Mantuvo los justos y necesarios coleteando lo más alejados posible. La soledad le sentaba de maravilla, era un bien necesario al que había dado un fervoroso recibimiento.
Sin embargo, asomaba un desequilibrio entre la presión interior, esa impulsividad natural, que pugnaba por salir y la exterior que contenía el torrente interno a punto de desbordarse. Era un sentimiento muy fuerte que bloqueaba la libre circulación de vida en ella. Debía tomar consciencia y preguntarse si la fuerte presión venía realmente de su interior y, en caso afirmativo, qué era aquello que le impedía respirar. Debía inspirar la luz que alumbraba y el amor que purificaba aquellas emociones las cuales así estarían equilibradas.
No sabía cómo había perdido poder sobre sí misma. En realidad no había perdido nada, tan solo tenía que tomar una determinación quizás unilateralmente y dejar de vagar por el territorio. Tenía que recobrar el poder que le pertenecía, ser consciente de la libertad que poseía, desatar los sentimientos de negatividad en vez de negarlos y volver a dejar sitio a la calma y al Amor que eran lo único que ella necesitaba para estar bien.
Le hubiese gustado ver la situación resuelta rápidamente, pero no, había cosas que no podían ser arregladas por arte de magia.
Además, últimamente sufría de chisporroteos en uno de los oídos. El derecho, es decir la parte izquierda del cerebro, la masculina.
Había estado batallando por ahogar a Atenea y darle voz a Hera. Se trataba de que ambas deidades tan diametralmente opuestas coexistieran en equilibrio, y ahora parecía que Atenea le estaba gritando cosas que Juana no quería oír.
¿Qué era aquello que se estaba negando a escuchar y que provenía de su parte más agresiva? ¿Qué le estaba gritando su voz interior que ella rehusaba a escuchar? Parecía no captar bien su frecuencia interna pues oía esas interferencias que se escuchan cuando la estación de radio no está bien sintonizada.
¿Existirían emociones que hubiese reprimido por temor a perturbar su equilibrio interior? ¿O acaso había algo que ella rehusaba oír y tales chisporroteos tenían como designio evitar que su voz interior llegase a sus oídos?
La vida le recordaba que había de estar a la escucha de su voz interior, de sus necesidades y de sus deseos. Debía asumirse para disminuir el “nivel de ruido o las interferencias” que existían en sus pensamientos y emociones. Tendría que abrir más sus oídos interiores para estar en medida de captar los mensajes de su cuerpo.
El cuerpo sabía, la mente no. Hizo las maletas y se fue.