Mi vida ideal en pocas palabras: Porque tú soñaste, yo escribo.

Mi vida ideal no es muy complicada. No sé si se parece a la vida ideal de los demás, supongo que todos necesitamos cosas diferentes, o por lo menos que en apariencia lo sean. De lo que no me cabe duda es de que todos pedimos sentirnos amados y perseguimos esa necesidad poniendo el foco en el exterior. Lo que en realidad debería estar dentro de nosotros lo proyectamos hacia fuera como si desde el mundo nos pudiesen amar personas que no se aman ni a sí mismas. Como si nosotros pudiésemos amar a personas si no nos sabemos amar ni a nosotros mismos.

Así, deambulamos por el corredor de la muerte constantemente en la expectativa de que alguien se fije en nuestra divinidad, una divinidad que se nos pasa por alto incluso a nosotros. ¿Y si cada uno aprendiera a amarse y dejara de perseguir sueños, muchos de ellos muertos antes de nacer?

Mi vida ideal no es muy complicada, en su aspecto o forma exterior. Toma la imagen de una cajita de madera de pino, muy sencilla, sin (con)decoraciones, sin pinturas, sin revestimiento. Un vulgar ataúd sería suficiente para contener todo lo que necesito. Viajo ligera de equipaje, pues pienso que todo es temporal. No, es que las cargas no me dejarían huir con rapidez y sin mirar atrás.

No me gusta ocupar lugar, con un rincón me conformo. Aprendí a no ser una losa para nadie por eso una caja de pino es suficiente para encerrar cuanto necesito. Para cuando llegue el óbito, todo estará ya dispuesto y listo para arder, sin que nadie tenga que preocuparse de poner en regla lo que jamás fue mío. Estarán ya recogidas y debidamente apiladas en mi caja todas esas pertenencias de las que podré prescindir.

No deseo demasiado a parte de tranquilidad sin que esta se transforme en aislamiento. Me gustaría terminar de perfilar ese amor propio que casi nadie sabe darse a sí mismo, para no tener que salir a buscar fuera lo que se halle dentro y para que todo lo que venga del exterior sea motivo de júbilo y unos puntos extra de dicha que la vida ofrece. Que nunca sea motivo de exigencia, ni necesidad aunque las ganas de esa presencia estallen por dentro. Porque el amor propio es una cosa, pero el placer del contacto físico es otra bien diferente. Un abrazo, una caricia, una presencia o una mirada cómplice pueden cambiar el decurso de una eternidad. Y no, cualquiera no sirve. Solo la elección desde la abundancia.

Me gusta que la luz entre a raudales por las ventanas e inunde las estancias. Que el verde envuelva y acoja el día, que el tiempo no apremie por nada y que la contemplación se pudiese prolongar infinitamente para vivir a ritmo lánguido sin pusilanimidad, sin frenetismo, sin ahogo, sin extravagancias. Silencio, quietud, aire fresco, unas manos que vengan tan llenas como las mías y sepan acariciar aquellos recovecos todavía escondidos, una presencia fuerte y contenida que sepa abrazar con una sonrisa mi impetuosidad cuando se me desborda. Ser capaz de sostener sin negar ni reprimir, aceptar sin resignación o aprender a sublimar sin idolatrar. Respetar sin imponer. Estar dispuesto a ser vulnerable, a dejarse reventar el orgullo, a ser tiránicamente tierno y recoger el crecimiento como fruto de los errores.

Alguien me dijo que me había soñado escribiendo sobre mi vida ideal. Quizás porque tú soñaste, yo escribo.

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