Pilar se convirtió en pilar cuando dejó de contar. No solo hasta uno, ni hasta cien sino hasta lo mínimo que se le pasaba por el alma.
Aquello no significaba castrar o negar, sino de dejar de exponer constantemente sus pensamientos o estados. Ella lo hacía porque necesitaba desnudar su alma para que el prójimo viera cuán vulnerable era, lo muy consciente que se encontraba aunque fuera de un modo absolutamente inconsciente y exhibir su (in)genuidad infantil que sabía como parte de sus fortalezas.
A Pilar le daba tanto miedo el abandono y hacía lo necesario para aquello no ocurriera. Como los niños pequeños, era su rostro de ojos grandes un poema que pedía atención y del que se desprendía necesidad de ser acunada. Su cuerpo había menguado de tal modo que incitaba a ser cuidado. Al sentirse profundamente incomprendida, buscaba la comprensión y cuando parecía atisbar un rayo de la misma, se asía a aquel o aquella que había tenido la suerte o la desgracia de hablar su mismo idioma, al menos en apariencia.
Pilar no fue nunca pilar de ella misma, ni muro de contención y aprendió a cortar cabezas «o estás conmigo o estás en contra» cuando el detalle más ínfimo no le cuadraba. Buscaba fuera, como todos, lo que estaba enterrado dentro, siendo esta una frase muy manida y, sin embargo, tan cierta. Adquiería su pleno significado cada vez que una pequeña luz se despertaba en la consciencia y ella se daba cuenta de lo que estaba haciendo de un modo automático aunque pensado que estaba siendo concienzuda. La pregunta que la atormentaba entonces era: ¿Cómo dejo de hacer lo que estoy haciendo?
Lo mismo le ocurrió a ella. Se despertó sobresaltada y con la certidumbre que una vez más estaba engañándo(se), de que no era genuina ni que podía perseguir una realidad desde la falsedad. Se tenía que convertir primero en Pilar, pilar y después ofrecerse desde la luz. Porque ofrecer un lugar al otro, estar en el otro desde uno mismo no es realmente estar en el otro, es otra falacia que nos explicamos a nosotros mismos desde nuestro ego que está demasiado pendiente de dejarse ver. Si me estoy preocupando por que me vean, dejo de ver y por lo tanto me muevo desde el interés personal. Si me veo, no te estoy viendo, es mentira. Si te preocupas de dejarme verte, no te ves y por lo tanto también es mentira. Por eso las relaciones podían llegar a funcionar en automático pero jamás genuinamente.
Pilar tuvo que aprender a callarse mucho, salir de su zona de confort de exponer constantemente sus reflexiones y sus sensaciones. Pilar tuvo que aprender a dejar de ser intensa, y enfriar su bullicio mental. Salir del cuadrilátero en el que se sentía protegida y tener muy presente de por qué hacía lo que hacía. ¿Estaba buscando para ella o estaba dando genuinamente desde el desinterés del que ofrece sin esperar la contrapartida?
Los caminos del ego eran inescrutables, sorprendentes y muy hijos de puta. Se quedó quieta un rato para absorber toda aquella equivocación. Todavía estaba a tiempo de reparar un daño no causado.