El viaje de vuelta: Tras un desvío de año y medio regreso con las maletas llenas de experiencias.

El viaje de vuelta se está haciendo más duro de lo previsto porque el de ida fue una huida, otra de las mías. Eso que estoy tan acostumbrada a hacer. Por supuesto, no sirvió de nada cambiar de lugar, escapar al paraíso, el infierno se lleva por dentro y así ha sido. Uno no puede deshacerse de sí mismo ni evadirse de la realidad, más que temporalmente.

Tomé la salida equivocada y conduje pensando que aquella era la buena. Solo con la mira puesta en el porvenir, como suele ser mi defecto egoico, sin mirar atrás ni habiendo aprendido de las experiencias porque no doy tiempo a digerir. ¡Venga, venga, venga! Como los burros, guiada por una zanahoria autoimpuesta, sigo el puto mapa del tesoro que no existe.

Lo mejor es que nadie me invitó a la fiesta. Me llamo Juana Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como. Decidí no tan libremente salirme del camino porque era tedioso. Y sí, llega un punto en el que hay que asumir que la vida es lo que es. No se trata de grandes gestas, sino de pequeñas gotas de agua las que hacen de nosotros un río.

La ardua decisión de volver, tomar el sentido inverso, borrar los pasos tras de sí forma parte del fluir. Hay huellas que quedan, son nimias a veces incluso son imágenes de lo que nunca existió.

Bloqueo por incertidumbre. Sorpresa. Tristeza. De repente gira el viento y uno no comprende. La mente dicta axiomas, condiciones y el cuerpo, cansado de tanto ir y venir, ya no se resiste. Las entrañas ya no aprietan también ellas están hastiadas de luchar, de perseguir, de mendigar, de hacer, hacer, hacer hasta desfallecer.

Me siento perdida como en medio de la niebla y desde dentro una voz se impone, la misma de siempre, pero esta vez es diferente. No, te estás equivocando, deja ir, suelta, no luches, no fuerces. Pero la mente, esta jodida mente, quiere creer en que no hay casualidades y no las hay, pero tampoco milagros. Dos no bailan si uno no quiere y está bien así. Ella baila sola.

Me siento como un libro de Stephen King, leído y olvidado. Entretenido, para un ratito, fast food literario, no es un gran qué. Me siento como un producto pornográfico, también para un divertimento onanista, nada serio, ¿Para qué si la vida son dos días? Me siento enfadada, traicionada, desconcertada, avergonzada. Siento asco hacia mí por creer, me siento ridícula, una cosa pequeña y prescindible, como si no aportara nada.

Esto ya lo he visto antes. Ya no lo niego ni me resisto, es lo que es, soy lo que soy.

Me llama el aislamiento a gritos.

Ahí estaba el muro de las lamentaciones, más cerca de lo esperado. No hubo sangre, ni sufrimiento. Dolor, incompresibles preguntas de desagradable respuesta.

El espejismo de una hermosa historia a cuatro manos. Tan irreal como bella. Solo quedaba agradecer las últimas perlas de sinceridad y los sueños de una primavera sin primor.