La manzana lucía repleta de lozanía y yo me la comí. ¿Cómo negarme a tan placentero néctar? Ese licor suave que embriaga los sentidos y descompone los dolores.
El primer mordisco fue dulce, apenas me di cuenta y el azúcar ya había disparado la tasa de insulina por las nubes. Todas las hormonas estaban bailando de alegría. La leptina, de fiesta después de tanta privación, estaba dando palmas con las orejas. Me supo a gloria bendita y yo estaba como una moto. Una exquisitez tan anhelada sin tener consciencia de ello que me propulsó a los confines del placer. Hinqué nuevamente un diente en sus turgentes carnes, bien crujientes, rebosantes y rebozadas de vida. El mordisco sonó a roto. ¡Crack! El eco se propagó a una velocidad tan demencial que apenas sí fue perceptible. ¿Me habría roto algún diente?
Cuando hube terminado la capa superficial, el sabor cambió de forma sutil incrementando la intensidad de la dulzura. Me supo apasionada. Su textura se tornó ligera e imperceptiblemente diferente, volviéndose blanda y fofa, como si de mermelada se tratara. Se deshizo de tal forma y con tal rapidez que no tuve tiempo de apreciar el cambio. Ya me estaba relamiendo, pues los chorretones me resbalaban por las comisuras. No tenía tiempo de tragar que el surtidor ya escupía de nuevo puré con tropezones.
Algo similar me ocurrió algún tiempo atrás con dos ciruelas y un plátano. Seguí amorrada, sorbiendo sin apenas respirar. ¡Te va’ ahogar, morena! No pude evitar la carcajada a pesar del extraño «déjà vu». El ambiente era festivo, goloso y despreocupado, ¡Ay que la vida es un carnaval!. Una liberación me socorrió, se me corrió, justo cuando más la necesitaba. ¡La sabiduría del universo!
«¡Ay picarón! ¡¿Qué me has hecho?! ¡Vaya sorpresita, ¿no?! Qué calladito te lo tenías esto… mi universo preferido, gordi, churri, cari… eres colosal, voy a agradecerte toda la vida, espera que me arrodille»
Solo podía reír como si la dicha que me embriagaba no fuera a terminar nunca. «Quiero más de esto, más, más, más…gordi. Uy cariño, qué profundo has llegado.»
Me convertí en yonki o ya lo era y solo recordé esa dependencia que se expandía como un cáncer cálido dentro de mí. La miel era ya una droga. Borracha y pasada de vueltas convulsioné con el organismo saturado de felicidad. Una náusea roja ondeaba en el palo más alto. Malestar por incertidumbre.
Inquietud. A medida que me acercaba a las capas más profundas, más rápidamente se deshacía en melifluidad hasta que se fue volviendo difícil de saborear ¿era o no era?. Dejó poco a poco de ser la manzana del principio. Lo creí normal por la oxidación natural de la fruta que, como la berenjena, vira hacia el marrón. Así que, haciendo caso omiso de mis observaciones, seguí creyendo alimentarme pero delante mío no había retorno.
De la oxidación pasó a mi reducción. Hinqué el diente más al fondo y esta vez la hiel me explotó en la boca. La voluptuosidad se me había girado en contra. La confusión de no saber exactamente lo que tenía enfrente, me hizo mirar más profundamente. Mis síntomas eran claros: alucinaciones y prurito de ojete sin poderme rascar pues la picazón se llevaba por dentro.¡Terrible sensación la de que te pique el ano y no poder meter el dedo y aliviarte! Me hubiera servido maravillosamente bien una lengua penetrante. Me inundó una sensación de vértigo seguida de vómitos, mareos, dolor, eritema cutáneo y edema de las partes blandas. Soledad y caída libre.
Muy cerca del corazón del fruto una horda de gusanos parecía estar mofándose de mi estupor.
-¡Hola, boba! Otra que muerde el anzuelo.
Una carcajada hueca resonó: JO JO JO
-¿Enfermaré?
-Ya estás enferma, por eso has llegado hasta el fondo, las como tú son nuestro alimento, pobre necia y débil de espíritu.
-¿Me moriré?
Los gusanos explotaron en una sonora burla y, viendo mi cara de desconcierto y preocupación, siguieron asistiendo a mi tragicomedia personal. Uno de ellos, el más desafiador saltó a la yugular:
-¿Qué pasa, gilipollas? ¿Todavía no te has enterao? ¡Que te pires, coño! ¿Qué haces todavía ahí con cara de imbécil? ¿No hemos sido suficientemente claros? ¡Venga, lárgate que nos aburres ya, joder!
Me quedé atónita y avergonzada de haber desoído la música de fondo. No se podía disfrutar. Todavía, no. Dejé la manzana allí, donde la había encontrado y me fui por donde había venido.
Al principio tan solo sentí desconcierto. ¿Es posible que un anélido se mofara de mí, así con tal descaro o era producto de mi imaginación? Lo llamé Análido Escual(id)o porque era como un tiburón mellado que solo deseaba comerme el culo mientras se mecía sobre sí mismo. Los gusanos se comen a los muertos y a los vivos: la autofagia del autofalo.
El diagnóstico diferencial del médico: Parapsicosis parasitaria.
-¡Ah, coño, que solo era eso! Le doy un beso concupiscente, doctorcito rico, papito, patito. Chupaíta.
Exploté de la ironía. «Che, pibita, tenés parásitos en el ojal , ji ji ji«.
Me tomé los dos comprimidos que me harían cagar ingentes cantidades de lombrices, me repantingué en el sofá bien abierta de patas y solté unos gases descomunales que hicieron temblar las paredes de mi próxima vivienda a la cual no me mudaría hasta dentro del tiempo suficiente.