La terapia psicológica (1): ¿Por qué SÍ es necesaria? y cuanto antes, mejor. Evitar el sufrimiento, la manipulación y todas las perlas terrenales. Paciencia.

Esta historia partía de un cuento, pero como de costumbre, las cosas empiezan de una manera y terminan de otra que en nada se parece a la original. Sin más preámbulos, comencemos con un poco de ficción real que poco a poco se pervertirá en realidad de afición.

A punto estuvimos de levantarnos uno al lado del otro un domingo, aunque cada vez que lo pienso dudo más de dicha afirmación. Era el primero que dormíamos juntos después de toda una vida por separado. Contrariamente a lo que pensábamos, se nos hizo muy fácil acoplarnos a pesar de mis dificultades para compartir cama. Me costaba horrores descansar cuando alguien yacía a mi lado. Con J.M soñé que algo distinto ocurriría y ocurrió sólo que fue distintivo e instintivo.

El sol de abril se despertaría mucho más temprano que nuestros pitañosos ojos. El aire sería cálido y perfumado. Se oiría jolgorio en las calles de la ciudad que hacía tanto mal en subjuntivo. Iríamos a desayunar pasado el mediodía, yo tomaría café solo mientras él engulliría unos churros grasientos y un chocolate caliente y espeso. La felicidad absoluta, el placer del paladar, la alegría de compartir una mirada o el mismo aire que se respira. La simplicidad de un roce que alberga la esperanza de toda una vida. La materialización de la frase «éramos dos en un solo corazón».

Hablamos durante dos meses y medio y dos horas en los que nos vertimos de nosotros mismos y en los que creí remendar roturas. Demasiado pronto, siempre demasiado pronto. Eso era pulsión, atracción animal salvaje. No hacía falta llevarlo al siguiente nivel.

No sé a cuál de los dos se le despertó el sentimiento primero. Seguro que a mí, J.M me dijo que no podía sentir nada, que estaba desconectado y solo sentía un profundo amor por los animales a los que ponía en primer plano, muy por delante de cualquier ejemplar de humano. Los humanos también somos animales. Estaba avisada de que aquella persona era fría. A mí no me lo pareció en absoluto, quizás porque yo era más cálida y leí sus misivas desde mí y nunca desde él. Me volví a perder en la traducción. Uno dice, el otro interpreta y entre medio… El abismo. No sé en qué momento me perdí, a lo mejor siempre lo estuve.

Una concatenación de casualidades y similitudes que no podían ser reales desfilaban ante mis ojos. Cosas tan abrumadoras como pensar en lo mismo al mismo tiempo. Eso no se puede fabricar, o sí si uno le otorga la importancia que no tiene. J.M me caló hondo, me dejé calar hondo a pesar de tener la determinación de alejarme del mundo relacional y curar mis heridas que parecían provenir de una profundidad creciente.

Me había dado de plazo hasta el 2024. Yo salía de un infierno de hielo que anidaba en la cúspide de Mordor con el flautista de Hamelín cuyo instrumento me hacía bailar como el bufón que era. El aterrizaje dolió un poco, pero había bajado a la tierra sin muchas magulladuras porque mi manipulador personal era blando y yo la hija de puta que lo maltrataba, o eso me hizo pensar durante un año.

«Te salvaste de una buena» espetó J.M al oír mi relato. La verdad es que nos jodimos mutuamente y aquello me sirvió para aprender una buena lección y observar la importancia de ponerme en manos de un psicólogo lo más rápido posible pues siempre que terminaba una historia de desamor sentía el peso de la responsabilidad sobre mí. La que se ponía en entredicho era siempre yo (bandera roja, déjà vu).

Demasiadas fueron las veces que me hicieron creer, que me dejé convencer de que era yo la enferma, la rota, la manipuladora. Los depredadores huelen el miedo y la duda y de mí deben emanar a raudales. La inseguridad sobrecompensada con seguridad egoica imanta. Pero la verdadera pregunta que debo hacerme es: ¿Por qué me dejo?

Una cavernosa sensación de abandono y desamparo me obliga a arrastrarme. Ahí va. No hay límites por miedo a ser rechazada y mendigo como una pobre desgraciada. Esta es la novedad de la última semana.

Es así y punto. Ahora que lo he visto, lo acepto, lo integro y ya puedo pasar al siguiente nivel. En nada estoy en el Nirvana. No dejo de buscar el porqué, está muy enterrado y solo me vienen flashes de hace un siglo. Habrá más revelaciones. No es mi culpa, sí es mi responsabilidad alterar el decurso de los acontecimientos y no volver a pasar por la crisis nerviosa del abandono y de ese apego ambivalente tan doloroso del sí pero no.

Como todos, tengo mis cositas, especialmente viniendo de donde vengo, de una casa normalmente (a)normal, demasiado ordinaria donde en la oscuridad repta la enfermedad estructural tapada por la vergüenza de ser lo que somos. Por eso decidí confiar en alguien externo que no tuviera ninguna vinculación conmigo más allá de la monetaria. Está siendo este un tortuoso paseo de torturas, de descubrimientos dolorosos que finalmente explican el porqué de mi escabrosa historia, los frentes abiertos, la guerra interna y externa, los problemas con la autoridad a la vez que la mansedumbre y los perfiles masculinos que han protagonizado mis lamentables historias de corazones rotos. Estos «hombres» a medio terminar nunca mostraron arrepentimiento ni dieron su brazo a torcer ni manifestaron siquiera la voluntad de diálogo para reparar o trabajar juntos hacia una misma dirección. Sencillamente no les interesaba. Hicimos la vista gorda, metimos la cabeza bajo el ala cuando se trataba de rascar en profundidad. Las heridas pican y no son un plato agradable. Nadie puede obligar a nadie a cambiar, es un proceso voluntario.

De ahí mi determinación monacal desafío 365 en 180º de poda y siembra, renovaciones fundamentales y un derribo de todo y reconstrucción desde los cimientos. Sentía que hasta que no reparara mi yo profundo, no podría establecer una relación sana con nadie y, por resonancia, seguiría atrayendo alimañas de la suerte. Las cosas no cambian de un día para otro y hasta que no haces crack del todo, no hay milagros. El desarrollo personal es un camino de dolor y destrucción al que uno tiene que llegar porque la vida le resulta tan insoportable que la única vía para seguir caminando es el suicidio literal o figurado.

Sin embargo, y para mi sorpresa, con J.M parecía haber una conexión cósmica. De repente ya no tenía que explicar los chistes, podía utilizar algunos términos compartidos como la chispa bastante adecuada, la constante que fue literalmente olvidada, entre otras perlas de nuestro jardín. Todo fluía de manera espontánea, se presentaba como sencillo, profundo y bonito así que me dije que no había nada malo en dejar de ser tan cabezona y perseguir unos objetivos que no tenían sentido en según qué situaciones. Estaba dispuesta a soltar mi testarudez si hallaba un diamante en bruto. Había aprendido que mi contumacia resultaba más contraproducente que buena así que decidí volverme flexible en ciertos puntos. Eso también era humildad, vulnerabilidad y aceptación de uno mismo.

Mañana más, por hoy es suficiente.