La terapia psicológica (2): Necesaria para aprender a gestionar emociones y evitar caer enfermo. Lo que no se expresa, se somatiza. Lo que no se somatiza, mata.

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J.M y yo pasamos de un correo al día a varios a la hora. Muy rápido tomó una importancia desmesurada, la que yo le di no sin ayuda, pues éramos dos contribuidores de la fantasía. Por mi parte, tengo la creencia de que las personas que forman parte de tu vida se tienen que encontrar haciendo lo que uno hace en su día a día y lo mío es escribir. Era perfecto. Por su parte, no lo sé pero siempre dijo que él no quería a nadie y aparecí yo. Cualquiera me diría «sí, claro» y no veo por qué tendría que desconfiar de sus palabras. ¿Fui un juego sin repercusiones reales? A juzgar por cómo terminó: «fade to black y un abrazo», gracias por este tiempo, has sido muy importante pero me tengo que ir. Me sentí abandonada en medio del camino, como si todo lo dicho no tuviera valor.

Sin darme cuenta, se deslizó en mi vida ofreciéndome todo aquello que necesitaba y loando mi inteligencia, belleza, perspicacia y demás atributos naturales o aprendidos. Los halagos no me suelen provocar abultamiento de ego, ya no. Sería mentira decir que me dejan inerte. A mí no me importaba todo aquello.

Como es natural en mí, me abrí en canal. No puedo callarme y reservarme la información personal. Siento la nece(si)dad que dirían algunos de compartir y enseñar todas las cartas desde el principio, quizás porque no me gusta sentirme traicionada y, así, siento que no estoy engañando. Me destapo incluso con personas a las que no conozco y de ahí todo lo malo que me pasa. Quizás me lo tenga merecido, a ver si aprendo.

J.M abusaba del circunloquio y del enrevesamiento. Poca claridad en cuanto a lo esencial. A mí, que lo complicado y oscuro me atrae, me volvió jodidamente loca. Los mensajes contradictorios me resultan tan familiares que aquello era nadar en aguas conocidas. Me educaron con una de cal y una de arena y me quemaron el radar para diferenciar entre lo aceptable y el pasarse de la raya. En la vida se me han colado todo tipo de perfiles extraños. No todos malos, pero sí bizarros, rotos, aburridos, alguna que otra flor del narciso, algún sociópata también, un poco de esquizofrenia, bohemios manipuladores, hipersensibles con el ego aviar henchido y fuma y sigue.

Soy capaz de percibir que «algo» chirría, pero en el momento, no me sé plantar y mi cerebro empieza a intentar entender, a exponer las causas del desajuste sonoro. Quiero comprender en vez de escucharme seguramente por una profunda sensación de abandono mía que me obliga a querer comprender a todo el mundo porque yo sentí que no lo hicieron conmigo. También el acoger al otro y no rechazarlo ni juzgarlo es algo que marca profundamente mis relaciones. Inconscientemente, se me abre el corazón y comprendo la soledad, el dolor y el aislamiento porque yo estuve ahí antes. Es importante (porque lo es para mí) que las personas se sientan acompañadas y eso es lo que hago y tengo que dejar de hacer porque es mi percepción de la realidad, no la del prójimo.

El equilibrio se rompió en algún momento, no sé exactamente cuándo, pero la sensación era la de tener que pedir información profunda cuando yo la estaba desplegando a voluntad. «Algo» no cuadraba, no existía la confianza real lo cual, justifico, puede ser normal y lo mío lo anormal. Quizás la justa medida fuera el ni tanto, ni el tan poco. No se quería exponer y aquí, seguramente, yo tendría que haberme expresado. No me gustaba ser la única abierta en canal. Supongo que no mirábamos el intercambio bajo el mismo prisma. Sensaciones encontradas. Por una parte el agradable efecto de importarle a alguien fruto de mis carencias y por otra, la tensión de no osar entrar en terrenos pantanosos pues él parecía no querer ofrecerse.

Lo que yo perseguí fue el compañerismo, el compartir, el intercambio, el diálogo inteligente. Lo que no vi fue que en el compartir me quedé sola. Sí me sentía escuchada, no obstante. En él encontré un digno enemigo de retos lingüísticos y aquello fue lo que se clavó en mí y me hizo pensar que había hallado una persona de afinidad sin precedentes. Además empezó a utilizar palabras que me sonaron extremadamente placenteras. En su boca poco dada a la emoción, tomaban una mayor relevancia.

Al físico, él parecía otorgarle una trascendencia que superaba a la mía. Ora era el peso, ora la voz, ora su manera de ser aburrida, siempre había algo con lo que no estaba a gusto de él mismo. «Cuanta inseguridad» pensé, pero tampoco importaba porque no era importante, después de todo yo también había pasado por un episodio similar. A mí todo aquello me daba igual porque el físico es efímero y me devané por hacérselo comprender. Me extrañó mucho que una persona que estaba pasando por un problema puntual de salud con la consiguiente subida de peso, se ensañara con las personas que tenían un exceso de báscula. Medio en burla y medio en serio, siempre hay un fondo de verdad en cada broma.

No estaba dispuesta a escucharme porque tantas otras cosas eran diferentes. No quería enfrentar el presente ni el futuro con una mancha de pasado. Tampoco me pareció una persona hueca, ni mucho menos y tenía un sentido del humor que me hacía explotar en carcajadas. Me pareció tener un corazón gigante a pesar de su constante negación, supongo que era la lectura desde mi persona. Alguien con un corazón gigante no sale de tu vida así como si nada a pesar de que las motivaciones estén justificadas. No después de todo lo dicho y de las confesiones de alcoba.

De nuevo, creí hallar en él alguien con mi mismo sistema de vida y de valores, enfocado al intelecto a la escritura, al disfrute de lo sencillo entre una complejidad mental, al retorcimiento del idioma sin otra finalidad que la de jugar.

Me sentí escuchada y protegida hasta que la protección cayó del todo dejándome suspendida de la nada. Todo se fue con el huracán. La luz se apagó, las palabras las arrancó el viento, los hechos cayeron por su propio peso, y ahí estaba la niña guisante, pequeña, redonda como una peonza, apartada del plato principal y puesta a un lado. Así, me sentí, como el guisante en la paella que nadie se come porque molesta.

Hasta aquí por hoy, mi familia se desmorona, es una época de cambios generalizada. La presión no cede y todo explota. Me avisaron ya que desde marzo las cosas iban a cambiar a nivel planetario.

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